sábado, 10 de diciembre de 2011

Serendipias francas encajadas. Luis el Piadoso (I)


Se llamaba Luis y era piadoso, su señora también lo era –de hecho, se habían conocido en su juventud saliendo de misa de doce-, hacía años que estaba jubilado y había trabajado como funcionario en diversos organismos gubernamentales desde su más temprana juventud –la malas lenguas, o no tan malas, sólo informadas, decían que se lo debía a la Obra-, el último de ellos el ICO (Instituto de Crédito Oficial), pues Luis había estudiado Teneduría de Libros y eso le facilitó lo que la Obra le había facilitado ya.

Vivía en la calle de Ludovico Pío, número 40, 2º 3ª, su parroquia –recordemos que era hombre piadoso- era la de San Luis, y tenía dos hijos, ninguno se llamaba Luis pero uno de ellos, Lotario, era ludopata –lamentablemente, no por culpa de sus padres, pero ya se sabe que ciertas educaciones o dan correligionarios o dan justo lo contrario, y hay que reconocer que hay nombres que parecen marcar un destino- el otro, Carlos, que se quedó rapidamente calvo, organizaba labores lúdicas para los niños en la parroquia de San Luis.

Como puede verse, el destino, que es caprichoso, había proporcionado numerosas coincidencias y, más que coincidencias, juegos de palabras y afinidades nominales, algunos a eso –o a cosa parecida- le llaman serendipias, palabra que en sí misma y en nuestro caso casi constituye otra serendipia, pues acaba en “pia” y “pío” era nuestro hombre.

Una noche, Luis, tuvo una inspiración de la divinidad –estas cosas casi siempre ocurren por la noche, lo mismo sucede con las de signo contrario, con las tentaciones del Maligno-, la inspiración fue ni más ni menos que una oración, como muchas oraciones comenzaba con “¡Oh Señor! ¡Tú que todo lo puedes!...” y no seguiremos desgranándola porque, como se verá, la oración acabará estando sujeta por lo relativo a la propiedad intelectual.

Por la mañana, Luis, consultó con su esposa, que se llamaba Judith –otra serendipia- sobre que debía hacer respecto a aquella oración que, sin duda alguna, la divina providencia le había inspirado, Judith quedó pensativa unos instantes y le dijo;

-Comentáselo a Eginardo que sabe de estas cosas.

Eginardo era el mejor amigo de Luis, también era de la Obra, y había sido maestro –ahora igualmente jubilado- en una escuela privada y religiosa –por supuesto-. Así que Luis telefoneó a Eginardo y quedaron para verse y tomar un café.

El café, que se llamaba Aquitania, quedaba próximo al domicilio de ambos, ya que Eginardo vivía en la cercana Avenida de Aquisgrán, mientras tomaban un café matutino Luis mostró a Eginardo no su creación sino su inspiración y le preguntó que debía hacer con ella ¿llevarla al párroco de San Luis? ¿al obispado tal vez? Eginardo fue tajante:

-Eso después –dijo- y mejor el obispado, pero lo primero que debes hacer es llevarla al Registro de la Propiedad Intelectual, mira, apenas son las diez, hasta mediodía no cierran, llevala en persona.

Luis agradeció a Eginardo su consejo y, tras apurar el café, se dirigió al registro de la propiedad intelectual de su ciudad, situado en la Plaza de Barcelona número 8, una vez allí buscó la ventanilla correspondiente para que le atendiesen, resultó ser la 01, el funcionario que reinaba tras ella –llamado Carlos, tocayo de uno de los hijos de Luis aunque éste lo ignoraba, y apodado “el grande” por sus compañeros del registro debido a su corpulencia-. Carlos “el Grande” respondió amablemente al “buenos días” que le dirigió Luis “el Piadoso” y le preguntó en que le podía ayudar, Luis respondió:

-Vengo a registrar una obra en el Registro de la Propiedad Intelectual.

Carlos dijo:

-Muy bien, caballero, para eso estamos, dejeme usted la obra y vaya dandome los datos necesarios para registrarla.

Luis le pasó el folio con la oración que, como hemos dicho, comenzaba con “Oh Señor! ¡Tú que todo lo puedes!... –el resto no me atrevo a ponerlo pues queda sujeto a copyright- y Carlos comenzó a realizar los tramites pertinentes.

En un punto de los mismos alzó la vista de los formularios y preguntó –mirando a Luis- ¿autoría? Luis quedó fulminado, bueno, más bien aturdido, y dijo:

-Ejem…, es una oración, bueno, la he escrito yo, pero ha sido una inspiración, no puedo considerarme su autor, el autor, forzosamente, es Dios Nuestro Señor, si bien me ha inspirado el Espíritu Santo, ya sabe, el pneuma…

Carlos “el grande”, muy profesionalmente respondió:

-Bien, caballero, pues tenemos un problema, necesito nombre completo y DNI de la persona, ente o entidad que reclama la autoría caso contrario no podemos tramitarlo, que yo sepa se desconoce el DNI o similar de Dios Nuestro Señor, ya sabe que lo único que tenemos es el tetragrámaton y eso no nos sirve, así que…

Luis, cada vez más confuso, decía:

-¡Pero debo registrarla! me lo ha dicho Eginardo, ha sido una inspiración, esta en juego la voluntad del Cielo, ¡y tengo que registrarla antes de llevarla al palacio episcopal!

Carlos “el grande” reflexionó por unos instantes, y le dijo al piadoso Luis:

-Espere aquí un momento, voy a consultarlo con un compañero que sabe más que yo de estos temas

Carlos “el grande” fue en busca de Benito, que se encontraba comiéndose unas ananás, Benito era especialista en temas religiosos, por afición y porque, cosas de la vida, había sido el encargado de ir concediendo un ISBN tras otro a una colección interminable llamada “Clásicos del cristianismo”. Una vez localizado Carlos le dijo a Benito:

-Hola, Benito, que aprovechen las ananás, mira, tengo a un caballero en la ventanilla 01 que quiere registrar una oración, pero quiere a registrarla a nombre de Dios Nuestro Señor, pues dice que él solo ha sido instrumento pero que la autoría es de Dios, pero, como sabes, no tenemos el DNI de la divinidad, tampoco su dirección ni sede social, como mínimo no consta distrito postal alguno, aunque eso aun podríamos arreglarlo colocando la dirección postal del Vaticano, pero y lo otro ¿qué hago? ¿le digo como a aquel caballero que se llamaba Constantino que lo lleve vía donación? Aunque luego se agarró un cabreo del cinco, volvió a la ventanilla y me dijo que lo habían manipulado, aún más, que habían falsificado su donación.

Benito dejó por un momento las ananás y le dijo a Carlos:

-No me extraña que te llamen el grande por tu robustez, porque por el cerebro…, aunque buena voluntad se te ha de reconocer, a ver, ¿qué número tiene el expediente?

Carlos hojeó los papeles y contestó:

-Es el expediente 821 ¿por qué?

Benito le dijo:

-Por nada, era curiosidad, es que es el último que voy a resolver antes de la jubilación, no te lo había dicho pero el lunes pillo la jubilación anticipada. A ver, le dices que vale, que la autoría será de Dios Nuestro Señor, pero que la oración tiene una Doble Naturaleza, la divina que es la que le ha inspirado y la humana que la representa el caballero que ha sido el instrumento para registrar en papel la inspiración, y dado que, de hecho, el caballero ya la ha registrado, es la voluntad del Señor que de Derecho la registre nuevamente, ahora a su propio nombre, que no deja de ser el del instrumento del Señor y que así se cumple Su Voluntad por lo que hace a la Naturaleza humana de la oración, en relación a la divina ya le informaran en el episcopado, pero nosotros ya nos quitamos el asunto de encima.

Carlos, entusiasmado por ver salida a un problema que creía insoluble abrazó a su compañero, mientras exclamaba:

-¡Mil gracias Benito! ¡si no fuese por ti...! ¡no se como nos arreglaremos a partir del lunes! ¡sin tus consejos!¡eres un auténtico monstruo de sabiduría!

Benito tosió un poco y le dijo a Carlos, entrecortadamente:

-De nada, de nada, pero no aprietes tanto en los achuchones, que por algo te llamamos Carlos el Grande.

Carlos se dirigió hacia la ventanilla 01, donde esperaba pacientemente la resolución de su caso Luis. Escuchó atentamente las explicaciones de Carlos el Grande, y su naturaleza mística y religiosa, piadosa, en una palabra, quedó satisfecha de aquellas argumentaciones, así que Luis contestó:

-En verdad, en verdad le digo, don Carlos, que es usted Grande, ha resuelto mis dudas y, con toda seguridad, el pneuma le ha inspirado, procedamos entonces, como humilde instrumento del Señor aceptó figurar como autor en lo que a la Naturaleza humana de la oración corresponde, paso a detallarle mis datos personales…

Luis registró la oración debida y oficialmente en el Registro de la Propiedad Intelectual, una vez realizado ese trámite salió a la calle para dirigirse al episcopado, sin embargo, llovía, y antes de poder guardar el folio con la oración en el portafolios la lluvia mojó el texto y lo alteró.

Las dudas volvieron a Luis el piadoso ¿era otra señal del Señor? ¿cuál de las dos oraciones era correcta? ¿la primera o la actualmente modificada por la lluvia? sin duda enviada por la divina providencia.

Tras unos instantes de vacilación, Luis giró sus pasos y, con decisión volvió a abrir las puertas del Registro de la Propiedad Intelectual..


(continuará)

Jorge Romero Gil 


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