lunes, 12 de diciembre de 2011

La CPI (corrección política idiota)


Era una persona correcta, formalmente correcta, amaba las formas y la autoridad, y creía que disponía de ambas, es más, en función de eso pensaba que era representativo así que, sin que nadie le otorgase tal categoría, el solito se consideraba representante, por ello siempre (o casi siempre) utilizaba el plural, en el fondo eso podía ser significativo: de la importancia que se daba, porque ese plural que pretendía ser el de la colectividad era el de la majestad de la que se dotaba, vaya, un plural mayestático.

Con tales virtudes, por supuesto, entendía que era guía, faro y luz –a fin de cuentas un faro sin luz es de una inutilidad total, en realidad sus luces eran escasas, así que nuestro héroe era como un faro…sin luz-, por ello, aunque nadie se lo pidiese dispensaba sus consejos, todos orientados hacia la más estricta corrección política formal.

Asi pensaba, por ejemplo, que si alguien decía “¡maricón!” en mitad de una discusión sulfurada no lanzaba un insulto sino que era homofobo, por lo demás cuando él quería insultar dado que era correcto no insultaba: hacia analogías.

Además de realizar analogías tendía a confundir las cosas, en principio pudiera pensarse que era debido a la escasa luz que poseía su faro, en parte era así, no obstante en parte no lo era, en concreto en la parte que obedecía a la malicia, porque un tonto no tiene porque ser inocente, son categorías diferentes, pese a que exista el tópico del bobo ingenuo.

La corrección política en las formas era su código, confundía eso con otra cosa: la moral –la distinción con la ética era ya demasiado para él-, y entendía, por tanto, que decir “maricón” en una discusión era inmoral, ahora bien, no decir tal cosa pero hacer la vida imposible a alguien por su orientación sexual ya le parecía bien, entre otras cosas porque eso no implicaba lenguaje homofobo: se mantenían las formas, y para él, como se ha indicado, la correción en las formas y la moral era lo mismo.

Un día escuchó a una autoridad hablar de “miembros y miembras” y, después, observó como tal autoridad se enrocaba en un “mantenella y no enmendalla”. Dado que hablaba siempre de la autoridad opresora –le parecía políticamente correcto- pero en el fondo amaba y respetaba la autoridad vigente –fuese la que fuese- eso le reafirmó en sus criterios: la corrección política era importante, es más: era “lo” importante.

De esa manera regía su comportamiento y, también, sus relaciones. Naturalmente tal proceder reafirmaba su específica representatividad: un colectivo de uno –nadie quería relacionarse con él, a lo sumo, de vez en cuando, alguien lo utilizaba según su conveniencia-, cosa que si bien tiene la virtud de mantener un permanente contacto con las bases del colectivo tiene la desventaja de ser un colectivo escaso y de representatividad…nula, bueno, no exactamente, “unipersonal” es más exacto.

En una ocasión le preguntó a su exmujer –cuando aún era su mujer- si le encontraba alguna virtud, ésta se quedó pensando…pensó, pensó…y al final pasó a la condición de exmujer.

Un día, por la calle, presenció un altercado, no sabía a que obedecía, ahora bien, observó que uno de los implicados en la reyerta caía fulminado por una cuchillada, mientras se derrumbaba exclamaba “¡que putada!”, el agresor se dio a la fuga y nuestro hombre corrió hacia la víctima que yacía en tierra y repetía “¡esa putada!…¡que putada!...putad…puta…” cada vez más débilmente, el adalid de la corrección llegó al cuerpo tendido y le espetó al herido: “sexista, es usted un sexista y un machista, además fomenta la lacra de la prostitución, pues no para de hacer apología de la misma ¿no le da vergüenza?”, el herido expiró en tierra, el agresor huyó, pero, también sucedió otra cosa: acababa de nacer la correción política idiota.


Jorge Romero Gil 



No hay comentarios:

Publicar un comentario