sábado, 10 de diciembre de 2011

El Chiringuito (macro micro relato)


Francisco José había quedado con unos amigos para ir al Lido a comer una paella.

El Lido era un chiringuito, el último de su especie en aquella localidad pese a la estricta aplicación de la Ley de costas o, tal vez, no tan estricta, decían las malas lenguas -o las bien informadas lenguas- que dicha longevidad se debía a cierta colaboración edilicia, que interpretaba con alguna liberalidad la distancia que separaba al Lido de las azules aguas mediterráneas.

Entre sus amigos se encontraba alguien especial, aunque sería más apropiado decir que se encontraba alguien que, en su día, había sido especial, era Laura, la había amado pero, como ocurre tantas veces -y otras tantas no- no había sido correspondido, en su día fue un trauma en el día de hoy ya no lo era: Laura se había casado con Fernando, quien se presentaba invariablemente como arquitecto, en realidad era aparejador y, en realidad, no era aparejador, tenía el título de aparejador pero ejercía de profesor de FP, pero, naturalmente, aquello no era “chic”, así que siempre decía que era arquitecto -pese a ser aparejador y pese...a no ejercer-, Fernando siempre vestía de blanco o de negro, es lo que tienen los arquitectos -aunque sean aparejadores que ejercen de profesores de FP- una cierta tendencia al “divismo” disfrazado, eso sí, de arte o de “originalidad” -el ir vestido de blanco o negro tampoco puede ser considerado una obra de arte, diríase eso al menos-.

Fernando y Laura tenían una niña preciosa, tres añitos como tres soles, simpática y, además, nada “diva” -a diferencia de su señor padre-. Francisco José no podía evitar pensar si “lo que pudo haber sido y no fue” hubiera sido, el fruto hubiese sido una niña similar, tal vez sí, pues la niña había salido a su madre, pero ¿y si en “lo que pudo haber sido y no fue” hubiese salido al padre? mal asunto, Francisco José prefería no pensarlo, la verdad, no se gustaba demasiado a sí mismo, al menos no en aquel período de su vida, los había habido mejores pero...la vida es como es.

También se encontraban Diego y María, eran todo lo que le hubiese gustado ser a Francisco José -por ejemplo con Laura-, podríamos llamarlos una pareja ideal: felices, “triunfadores” -el fracaso solo le queda bien a Woody Allen, y le queda bien porque es falso, solo son fracasados sus personajes no él-, enamorados, hasta guapos, aunque tal vez la “guapura” fuese fruto de lo ideal de su situación. Hay que decir que Francisco José los envidiaba, pero entendámonos, no era una envidia hostil, no les deseaba mal alguno, al contrario, era esa envidia que se resume simple y sencillamente en haber querido vivir esa situación ¿como diríamos? Haber querido ser como ellos eran y estar como ellos estaban.

Otra pareja de comensales la formaban Luis y Ana, eran abogados, también le causaban cierta envidia a Francisco José -a la maniera de esa envidia sana ya explicada-, no eran tan “modélicos” como Diego y María pero se les veía bien, y a su manera sui generis -eran una pareja un poco especial- eran felices, lo aparentaban al menos, a fin de cuentas ¿alguien puede estar seguro de lo que sienten otros? pero bueno, si no era cierta esa felicidad pasaba por ella, o, como se ha dicho, la aparentaba.

El último de los presentes era Mariano, de apellido Rajoy, lo que causaba cierto cachondeo de un tiempo a esta parte, cachondeo por otro lado pasajero, sin duda, ¿alguien se acuerda en la actualidad de don Landelino Lavilla?, pero el caso es que, por ahora, el cachondeo, comprensiblemente, se mantenía, de vez en cuando hasta le preguntaban por “los trajes de Camps”, pero Mariano entendía más de mapas antiguos que de trajes, de hecho había comenzado con eso como afición, los compraba en e-bay, ahora era algo más que mera afición, ya que de la compra había pasado a la venta, ergo, se dedicaba informalmente a la compra-venta de esos objetos, lo que algún problema le había causado con las Aduanas Reales -por puro desconocimiento-, pero de esos problemillas le sacaban Luis y Ana, siempre va bien tener amigos abogados.

Francisco José había quedado con unos amigos para ir al Lido a comer una paella.


Jorge Romero Gil


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