sábado, 10 de diciembre de 2011

El dictador


Iñaki era un niño aplicado, aplicado en lo suyo, y lo suyo eran dos cosas: los dictados y amedrentar. En el fondo ambas cosas tienen cierto sentido, casi una conexión metafísica, ya que dictar algo es ordenar y amedrentar es imponer una orden por miedo.

Se aplicaba en ambas cosas, cuando la señorita dictaba, su esmero era intachable: cada tilde en su lugar, cada letra en su justo uso, cada coma en su sitio…impoluto.

Después, cuando había acabado su primer ejercicio favorito: la copia de un dictado (obsérvese que un dictado nunca es original, es la traslación del texto de otro a papel propio) se dedicaba al segundo: amedrentar, ejercer su propio dictado.

Lo primero que hacia era exigir a sus compañeros de clase que le mostrasen sus ejercicios, si éstos se negaban llamaba a su ayudante de campo particular, bueno, al que le limpiaba los zapatos, atendía por el apodo de “forro”, porque no sabía ni forrar los libros de texto e Iñaki le ayudaba en ello, no por buena voluntad (de eso carecía) sino porque forro era un tipo que convenía a sus planes: musculoso y bobo. Forro daba empeñones y empujaba contra la pared de la clase a los que no obedecían las ordenes de Iñaki, así que, temblorosos, alargaban sus ejercicios a Iñaki, este los leía con atención, y con una semisonrisa que pretendía ser sardónica, pero que solo servía para mostrar sus dientes amarillentos, les decía “alma de cántaro” (no sabía lo que significaba, pero sonaba bien), rompía sus ejercicios y les decía que al día siguiente no fuesen a clase, que inventasen lo que quisiesen pero que la clase era suya y no toleraba que nadie atentase a la grafía.

Sus ataques eran selectivos, a fin de cuentas solo tenía a un forrocop, y un buen amedrentador da escarmiento puntual, para que los demás vean y teman, y lo hace al azar, para que el miedo se incremente, ya que ninguna pauta racional parece dirigirlo. En ocasiones no era tan azaroso, si veía peligrar su reino o si alguien le caía mal, entonces actuaba expresa y no azarosamente, convocaba a "forro" –el bobo musculoso- y se lanzaba a la carga. Podía actuar directamente sobre el señalado o bien indirectamente sobre sus amigos, aislaba a estos (o lo intentaba) y él y "forro" los amenazaban para que no se “ajuntasen” con la víctima escogida, y los intimidaba para que no entrasen en sus dominios, si podía esconderse en capa ajena lo hacia, porque confundía la cobardía con la astucia, de la misma manera que confundía la corrección ortográfica, e incluso gramatical, con la escritura.

Podría haber sido el chulo de las letras, pero no, solo se quedaba en chulo de dictados, porque juntar letras de un texto que se escucha no es escribir, es solo…copiar un dictado. Alguien tal vez se preguntara ¿y las redacciones? pues fatal, lo pasaba muy mal porque tenía que imaginar, y la imaginación era algo de lo que carecía, al menos la creativa, necesitaba entonces con urgencia encontrar algo, un artículo de prensa, por ejemplo, para pergeñar cuatro párrafos en los que, para despistar, podía introducir, aunque fuese fuera de contexto, un cultismo, eso sí, la grafía impoluta.

Una cosa le ponía de especial mal humor, sencillamente no podía con ello: las oraciones subordinadas, no las aguantaba. ¿Por qué?, pues muy sencillo: porque no hacían simple un texto, lo mareaban, tenía que leerlo y releerlo varias veces para intentar comprender algo, y no lo conseguía, además, como lo tenía que leer y releer, veía las incorrecciones de la grafía continuamente y eso le alteraba (a "forro" no, entre otras cosas porque no sabía lo que era una oración, pero veía enrojecer a su dueño y señor, lo cual le entristecía), al final exclamaba ¡es un tocho! ¡sintaxis horrorosa! ¡tildes y puntuación incorrecta! ¡alguna falta suelta!, y enfurecido lo lanzaba contra la pared, pero…fascinado…volvía a recogerlo…y releerlo…una y otra, y otra, y otra vez…

Al final tronaba;

-¡Oh, Dios mío!... ¿Qué degenerado fabricó este aborto?


El tiempo transcurrió, y de aquella época, ya anacrónica, solo quedaba el recuerdo, los niños, sus compañeros y conocidos, crecieron, cada uno labró su camino, unos se convirtieron en electricistas, otros carpinteros, otros camareros, otros ingenieros, médicos…lo normal, de todo un poco, pero algo no cambió: Iñaki y "forro" mantuvieron su asociación (decir amistad seria excesivo), os preguntareis ¿y a qué se dedicó Iñaki? Pues Fortuna, que es caprichosa, hizo girar su rueda, en cierta medida hacia abajo, Iñaki era bueno corrigiendo y logró un puesto de corrector de textos en una editorial, pero eso fue a su vez su castigo ¿por qué? Pues porque no hacia otra cosa que corregir sintaxis, tildes, giros, letras sueltas y, hasta en ocasiones, oraciones…subordinadas, encima veía como todo eso era publicado…De vez en cuando decía a sus compañeros “voy a fumar un cigarro”, normalmente lo decía enrojecido, sus compañeros –ninguno era amigo suyo- pensaban que era debido al ansia de nicotina, pero no, bajaba al patio del almacén en el cual reinaba "forro" como mozo, y allí Iñaki sollozaba “¡Oh, Dios mío! ¿Qué degenerado fabricó este aborto?” 


Jorge Romero Gil






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