domingo, 11 de diciembre de 2011

Luis el Piadoso III (serendipias francas encajadas)


Luis se acercó paseando, bajo el día ahora esplendoroso, a la sede del palacio episcopal, sito en la plaza de Septimania, número 8 –casualmente el mismo número que el Registro de la Propiedad Intelectual, aunque distintas plazas-. Llegado allí le salió al paso el conserje, Luis no lo dudo, no sabía quien podía ser aquel personaje, así que se agacho y le beso la mano. Sorprendido, el conserje, decidió presentarse por su cargo y dijo

-Buenos días los de Dios, soy el conserje del obispado ¿en qué puedo servirle?

Luis expuso su caso brevemente, la inspiración de las dos oraciones, el registro en la Propiedad Intelectual, y la necesidad de poner ambas obras en conocimiento y a disposición de la Santa Madre Iglesia, y que para tan enjundiosa labor prefería los criterios de un prelado que los de un simple párroco, como era el de su propia parroquia de San Luis.

El conserje pensó un momento y le contestó:

-Su Ilustrísima, el obispo Ebbon, va a ser imposible que le reciba, primero porque esta de viaje en Reims, segundo porque siempre tiene la agenda muy apretada, pero no se preocupe, voy a ver si el canciller del obispado, que me consta está en su despacho, puede atenderle, ahora le aviso y le digo a usted algo.

El canciller del episcopado, llamado Bernardo, estaba harto de recibir apostatas en persona y contestar solicitudes de apostasía, por carta, así que cuando le anunciaron que un señor muy respetuoso –que había besado la mano hasta al conserje- deseaba verle para mostrarle un par de oraciones al parecer inspiradas, y que le ayudase a discernir cual de ambas era la inspirada, pues ponía ambas por completo en manos y a disposición de la Santa Madre Iglesia, única posible destinataria final de los mensajes del pneuma, decidió recibirle de mil amores.

¡Por fin algo digno entre tanta descreencia y herejía! ¡Dios me perdone pero son eso: malditos apostatas y herejes! –pensó-

El conserje volvió al vestíbulo y le dijo a Luis el piadoso.

-Ya esta todo arreglado, el canciller, monseñor Bernardo, le recibirá gustoso, suba usted a la primera planta y vaya al despacho número seis, es el de monseñor Bernardo, allí le esperan.

Luis subió a pie los escalones que le separaban de la primera planta, le parecía innecesario coger el ascensor por tal nimiedad, además, en la Obra le habían enseñado las virtudes de soportar eso y mucho más, en tiempos había realizado “el minuto heroico” que consistía en despertarse, salir zumbando de la cama, asearse y vestirse en un minuto ¿qué era para él un tramo de escalera de una planta? Nada, nada en absoluto.

Alcanzó el primer piso y localizó sin problemas el despacho número 6, el del canciller Bernardo, picó en la puerta –un par de golpes- y esperó, le abrió el secretario del canciller y preguntó:

-¿Sí?

Luis le respondió:

Buenos días, me envía el conserje, monseñor me espera, es por unas oraciones…

El secretario le dijo:

-¡Ah! ¡sí! Monseñor Bernardo le espera, y debo decirle que hacía días que no le veía tan animado, todos nos alegramos de cualquier suceso positivo para la Iglesia, pase, pase…

Luis el Piadoso, algo ruborizado ante tales elogios y tal recibimiento entró en el antedespacho mientras el secretario abría la puerta del despacho del canciller y anunciaba su presencia. Una vez hecho esto le hizo pasar a presencia de monseñor y cerró la puerta.

Monseñor Bernardo se levantó de su escritorio para recibir a su visitante, éste se precipito a besar la mano de Monseñor casi antes de que éste, complacido, pudiese llegar a extenderla del todo.

El canciller invitó a su visitante a sentarse delante del escritorio mientras él recuperaba su lugar, una vez sentados ambos Monseñor Bernardo dijo:

-Es un placer recibirte hijo, un auténtico placer, ¡no sabes como esta el mundo últimamente y a que tristes deberes me enfrento! –suspiró- ¡en fin! me informan que tienes un par de oraciones y que piensas que Dios, Nuestro Señor, te las ha inspirado a través del Espíritu Santo, y deseas la valoración propia del  Magisterio de la Iglesia, bien, muestramelas y veremos…

Luis el piadoso apenas podía articular palabra, podríamos decir sin exagerar que se sentía arrobado, casi en el séptimo cielo, ni en sus más elevadas expectativas había esperado ser recibido nada menos que por el Canciller en persona, a lo sumo pensaba haber sido recibido por algún oscuro funcionario de la archidiócesis que se hubiese hecho cargo de los manuscritos, bueno, del manuscrito alterado y la fotocopia del original que le habían facilitado en el Registro de la Propiedad Intelectual.

Casi en éxtasis místico Luis el piadoso tendió las hojas a Monseñor Bernardo, éste se ajusto unos impertinentes y comenzó a leer, primero lo primero –Monseñor era un hombre ordenado-, el original, rezaba –nunca mejor dicho- así –ahora nos atrevemos a citarlo, pese al copyright, dado que invocamos en este punto el “derecho de cita”-:

“¡Oh Señor! ¡Tú que todo lo puedes!
En ti confiamos y a ti rogamos
Salva a esta humanidad pecadora
Cambia el signo de los tiempos
Haz que tu justicia vuelva a imperar
Y que la Fe entre las gentes vuelva a triunfar
A ti ¡Dios resplandeciente!
A ti ¡Jesús doliente!
A ti ¡Pneuma viviente!
Nos encomendamos
Y a la santísima Virgen María,
A los mártires y santos rogamos
Su alta intercesión mediamos
Y a la fe de Santiago Apóstol
y su bilocación imitamos
Con ella declaramos
Que Nuestra Patria amamos
Que no hay Patria sin Dios y que ésta
en la Santísima Trinidad depositamos
Cuya herencia conservamos
¡Así sea!”

Monseñor Bernardo leyó complacido, no era gran cosa, claro, pero ¡vaya diferencia con aquellas satánicas cartas que se veía obligado a responder!, no paraba de recibir solicitudes de borrado de registros bautismales, ¡y las fintas legales que debía hacer para evitarlas! ¡pues aquellos satanases invocaban la ley civil! Ni más ni menos que la Ley de Protección de Datos ¡tenían la desvergüenza de ignorar por completo el Derecho canónico!, y, claro, Su Ilustrísima, hombre muy ocupado, descargaba esa tarea en sus hombros, patientia, pensaba, pero…no dejaba de ser un “marrón”.

El canciller pasó ahora a la segunda versión, la modificada, según creía su visitante por la divina providencia –cosa este última que no había podido explicar debidamente a Monseñor, dado el estado de pseudoéxtasis en el que Luis el piadoso había caído, lo cierto es que tampoco había leído la modificación del texto en sí, simplemente había observado que la lluvia desdibujaba el texto original y había corrido al Registro de la Propiedad Intelectual para legalizar debidamente el nuevo texto-, Monseñor Bernardo leyó nuevamente:

“¡Oh Señor! ¡Tú que puta eres!
En ti cagamos y en ti nos meamos
Calva es la humanidad pecadora
Cabría en el signo de los tiempos
A mi tu justicia me la vuelve a mamar
Y fornicar entre las gentes vuelve a triunfar
A ti ¡Dios pestilente!
A ti ¡Jesús maloliente!
A ti ¡Pneuma jodiente!
Nos ventilamos
(…) a la putísima (…) María
A los macarras un tanto les damos
Su alta intercesión mediamos
Y a la Marife de Santiago (…)
Con un colocon nos la tiramos
A ella declaramos
Que es la puta que amamos
Que no hay otra puta y está como Dios y que está
Y la zorrísima Trini(…) nos follamos
Cuya herencia apañamos
¡Así sea!

(Nota: las cursivas corresponden al aparente significado del texto alterado por la lluvia, los puntos suspensivos entre paréntesis a alteraciones ilegibles)

Conforme iba leyendo la expresión del Canciller iba mudando, primero algo blanquecina, después pálida, al final blanca como blanco y puro mármol de Carrara, a pétreo mármol también sonaron –más bien tronaron- sus palabras.

Vade retro! –gritó- ¡vade retro Satanás! ¡cuanta inmundicia! ¡cuanta degeneración! ¡O tempora, o mores!

Clavando su mirada en Luis el piadoso, que había pasado del arrobamiento místico al más puro pánico, le espetó:

-¿Cómo se atreve? ¿qué desvergüenza blasfema y luciferina es ésta?

El enmudecido Luis el piadoso no podía contestar, apenas balbuceaba ante aquel brusco cambio para él aun incomprensible.

El canciller Bernardo, santa y lógicamente indignado, aún más, enfurecido –para si pensaba, “la hoguera, ¡lástima que ya no este vigente la hoguera!”-, bajó su mirada a los dos documentos que tenía sobre la mesa: el insulso y el blasfemo y atendió a lo que figuraba en cada uno de los formularios del Registro de la Propiedad Intelectual grapados junto a las “oraciones”, se dio cuenta entonces que la autoría era diferente. Algo más controlado –que no calmado- preguntó a su ahora indeseable visitante:

-A ver ¿quién es Luis “el piadoso”? (por discreción omitimos los apellidos correspondientes y nos limitaremos a pseudónimos pertinentes a los personajes)

Luis, entre balbuceos y casi lloriqueos, consiguió decir débilmente:

-Servidor de usted…

Monseñor, con mirada de acero, respondió:

-Bien ¿y se ha leído usted las dos “oraciones” o solo la suya?

El perplejo y casi apopléjico Luis el piadoso intentó contestar:

-No, no…solo la mía, la otra no me ha dado tiempo, verá Monseñor, la otra fue modificada por mi hijo Carlos, es su herencia, instrumento del pneuma, pero no he podido leerla y con las prisas…

El canciller Bernardo no quiso seguir escuchando nada más de aquellas endebles excusas –a él se lo parecían- y dijo, cortante.

-Bien, a algo vamos llegando, veo que no es usted directamente responsable de la blasfemia, pero lo es indirectamente. Los hijos no son responsables de los hechos de los padres pero los padres sin duda sí lo son en gran medida de los de los hijos. ¡La educación “señor”! ¡la educación! ¿no le da vergüenza como  le ha salido su Carlos “el calvo”?.

Luis el piadoso, que no entendía nada de nada, intentó defender a su Carlos –a fin de cuentas el garbanzo negro era Lotario, el reproche de Monseñor, sin saberlo, había hecho diana en ese lado-

-¡Pero si mi Carlos colabora en la parroquia de San Luis! ¡se lo puede confirmar el cura párroco Ilustrísima! –de tan azorado que estaba Luis el Piadoso equivocó el tratamiento-. Puntualmente está allí todos los viernes, sábados y domingos para organizar actividades para los niños.

Al escuchar eso Monseñor palideció aún más, pero ahora no de irá ni de indignación, no, ahora era algo cercano al miedo.

-Niños –murmuró por lo bajo- ¡Oh no! ¡Dios no lo quiera! ¡otro caso no! ¡otro escándalo no! ¡y en la parroquia de San Luis! ¡al lado de la de San José! ¡con lo sucedido allí!

(continuará)


Jorge Romero Gil 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario