jueves, 15 de diciembre de 2011

Serendipias francas encajadas. Lotario (III)


Laura buscó sus ropas, estaba encantada con el atuendo que llevaba en aquel momento –la gargantilla de Francisco Javier y sus zapatos de tacón plano- pero no podía salir así del despacho de Lotario, hubiera llamado excesivamente la atención. Lo que quedaba de su vestimenta había ido a parar al otro lado del escritorio de Lotario, a los pies de la puerta, recogió los sostenes Dondup del suelo, estaban inservibles, Lotario había arrancado el cierre, con una sonrisa los metió en la papelera de Lotario, hizo lo mismo con la cinta del pelo marca Prada, después recogió la blusa Versace y se la puso, no le quedaban botones así que, simplemente, la anudó bajo sus tetas –había decidido prescindir en adelante de la palabra “pechos” y manejaba la idea de prescindir en adelante de sujetadores, no los precisaba para nada, a sus veintidós añitos no los necesitaba-, recogió la “rebeca” Nina Ricci y meditó unos instantes, se giró y la depositó en la papelera, junto a los sujetadores y la cinta del pelo, parsimoniosamente se puso la falda Armani, Lotario se la había arrancado, así que tampoco podía cerrarla correctamente, miró en derredor y localizó encima del escritorio de Lotario un imperdible, lo cogió y lo utilizó para poder ajustar la falda a su hermosa cintura. Por último, recogió sus braguitas Dondup, las depositó encima del escritorio de Lotario, les colocó un post-it amarillo encima y escribió: “Un regalo, para que recuerdes mi desvirgamiento, con amor. Laura” , pues Laura había decidido que aquella tarde había perdido de derecho y ya no solo de hecho su virginidad –decidió, también, dejar a un lado la palabra “flor”-. Después volvió tras el escritorio de Lotario, donde se encontraba su amante, tendido en el suelo e intentando, aún, reponerse de aquella tarde de excesos, Laura se agachó, lo besó suavemente en los labios y lo zarandeó un poquito, le dijo:

-Lotario ¡despierta! ¡espabila un poco!, ya son las siete me tengo que ir, anda, arréglate y vete tu también, tendrás cosas que hacer y al final tanto tiempo en tu despacho el bedel va a sospechar, no está como para que lo vea nadie, anda ¡levanta y arreglalo un poco!, sobre todo –añadió picara- arregla el escritorio y vacía la papelera –aquí lanzó una alegre risita, pero ya no era una de aquellas viejas risitas comedidas y pudorosas, no, ahora era espontánea y desinhibida-.

Lotario abrió los ojos, vio el rostro de una Laura resplandeciente y sonriente, ésta, con infinita ternura, volvió a besarle despacio en la boca, y se apartó rápidamente, riendo, decía:

-¡No volvamos a empezar!, aunque…-y sonrió significativamente-. En serio Lotario, tengo que irme, y tú también, venga ¡arriba! Ya hablaremos ¿vale? tenemos mucho de que hablar, me has desvirgado y todo ha cambiado. Me marcho, pero, solo por ahora –volvió a reír por lo bajo-. Besitos mi amor y ¡espabila!

Laura salió del despacho y cerró cuidadosamente la puerta, estaba orgullosa de lo sucedido aquella tarde, se sentía en la cima del mundo, pero tampoco era cuestión de que alguien viese como había quedado la habitación tras el encuentro, esperaba que Lotario arreglase debidamente el despacho antes de salir, estaba segura de ello porque Lotario no era ningún estúpido.

La Laura que abandonó la Facultad aquella tarde, a las siete, distaba mucho de parecerse a la que había entrado en ella hacia unas horas. Cuando cruzó por la puerta principal el bedel puso unos ojos como platos, había visto llegar a la muchacha hermosa pero recatada que tantas veces pasaba delante suyo, cuando entraba o salía del edificio, ahora veía a una espectacular morena, con una magnífica melena suelta que alcanzaba la cintura, una blusa arremangada y anudada bajo unos pechos que, a todas luces, se sujetaban a sí mismos, mostrando de paso un esplendido escote y mostrando, también, un hermoso ombligo y un liso vientre, ¡y unos andares! ¡y un contoneo! que jamás la habían caracterizado. A la sonrisa y el “buenas tardes” de Laura el bedel no pudo responder, se había quedado con la boca abierta al verla y con la boca abierta seguía cuando ella desapareció por la puerta y se perdió en la calle.

Mientras tanto, Lotario, en el suelo de su despacho comenzaba a reponerse, desde luego había sido una tarde increíble, toda ella, desde la aparición de Luis el Germánico con Gisela hasta la reciente salida de Laura. Algunas cosas de lo dicho por Laura le inquietaban, aunque su mente se esforzaba por recuperarse y ayudar a recuperar al cuerpo, aun así expresiones como “amor mío”, “desvirgamiento”, “ya hablaremos” y “todo ha cambiado” no acababan de gustarle. Él no quería cambiar nada, bueno, sí, la Laura que había salido por la puerta de su despacho le gustaba mucho más que la que había entrado, pero los términos de la relación con ella no deseaba cambiarlos para nada en absoluto.

Además, Laura no sabía que las atenciones que había recibido debía apuntarlas a la cuenta de otra –de la para ella desconocida Gisela, con la que se había cruzado cuando se dirigía al despacho de Lotario-, al menos inicialmente, porque lo cierto era que la Laura desatada que había respondido y correspondido sobradamente a los ardores de Lotario había recibido por derecho propio la pasión de su amante, Lotario no pensaba más que en Laura y no en Gisela en el fragor de los sucesivos empujes de aquella tarde.

Medio anonadado Lotario consiguió levantarse, eran las siete y cuarto ¡Luis el Germánico!, pensó, ¡debía haber estado llamando al móvil desde hacia horas!. Lo conectó inmediatamente esperando ver un buen montón de llamadas perdidas, pero Fortuna, que ayuda a los audaces y llevaba un tiempo ayudando a Lotario, hizo que no hubiese ninguna, sino que justo en ese momento sonase el teléfono, era Luis, Lotario escuchó:

-Hola Lotario, disculpa que no te haya llamado antes, pero hasta ahora mismo no hemos acabado la reunión ¡la pobre Gisela debe llevar horas aburrida en el hotel! ¡le dije que la llevaría de compras antes de la cena!, en fin, mañana la compensaré y haremos “shoping”, ¡no quiero ni pensar como se va a aprovechar del plante de esta tarde!. Bueno, tengo reservado restaurante para esta noche, como vosotros cenáis tarde y la reunión se alargaba he reservado mesa a las diez ¿te parece bien?

-¡Magnífico!, Luis, ¡magnifico! –dijo Lotario, aliviado, pues había esperado que su primo además de intentar localizarle en vano habría reservado mesa a las ocho como mucho ¡bendita reunión! pensó-
.No te preocupes, yo también me he liado en el despacho y no he acabado hasta ahora mismo –lo cual era una verdad como un templo-

-¡Ah!, pues muy bien –respondió Luis el Germánico-, la única que se habrá aburrido es la pobre Gisela –en eso se equivocaba, Gisela, visto que su padre no llamaba para el “shoping”, aprovechó la tarde con un guapo mozo del hotel al que había echado el ojo, a su manera había estado haciendo las mismas prácticas que Lotario durante la tarde, por idénticos iniciales motivos-. Bueno, te paso el restaurante, se llama Verdún ¿lo conoces?

Lotario respondió –sí, Luis, ningún problema, ya sé cual es y su dirección-.

Luis el Gérmanico se despidió y convinieron en verse todos allí a las diez, le dijo que ya había hablado con Gisela y que le había facilitado también las señas del restaurante.
 

(continuará)


Jorge Romero Gil 


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