martes, 27 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo IV (serendipias francas desencajadas). Juegos de sociedad

El trayecto fue largo, durante el mismo Carlos rememoró su pasado y también hizo planes de futuro, es curioso como las cosas cambian sin cambiar, pensó, antaño también había hecho planes de futuro, con una vida ultraterrena en mente, hogaño los hacía con una vida muy terrena en mente, pero el fondo del asunto era el mismo: una vida mejor, Carlos sonrió para sí una vez más, en aquel encierro de años había desarrollado un sentido del humor propio e intimista -cualquier otra característica hubiera sido imposible en ese entorno-, en realidad era más de lo que había poseído en años anteriores, si bien el viejo Carlos era un hombre sociable e incluso muy hablador, el humor, la ironía o el cinismo eran cosas bastante ajenas para él, a lo sumo hacia “gracias” pero ahora se daba cuenta de que aquel “humor blanco” era poco humor, el humor, para serlo, debe ser irreverente en un grado u otro, y el viejo Carlos era cualquier cosa menos irreverente.

Aunque Fortuna sí era irreverente, pensó, retorcida y jodidamente irreverente, su sentido del humor realmente era caustico, como el vitriolo. Pues entre los documentos que Carlos había sustraído se encontraba uno referido a él, apenas unos garabatos, suficientes para saber porque le habían hecho lo que le habían hecho y quién lo había dispuesto, y es que la Santa Madre Iglesia puede ser dada al secretismo pero al mismo tiempo no carece de sentido registral, así que Carlos sabía de sobras que el ex-canciller Bernardo era el responsable primero de todo el asunto y el ex-obispo Ebbon lo era por la concesión de su placet a todo lo hecho por el canciller, así como por su intervención en algunos “detalles menores” de aquel caso. Eso intrigaba a Carlos, no sabía que el “detalle menor” era, precisamente, su hermano menor Lotario, y aquél “detalle” había sido también...el cambió en la vida de Lotario, cambio que Bernardo y Ebbon consideraban pago de lo realizado con Carlos.

En cualquier caso en los planes de futuro entraban Bernardo y Ebbon, Carlos volvió a “sonreirse”, pues se dio cuenta que el futuro, ahora, para él era el presente, así que, a fin de cuentas, sin cambiar sí cambian las cosas, pues el futuro y el presente los entendía ¿cómo lo expresaría? reflexionó sobre ello...sí...de la misma sustancia, vaya consubstanciales.

Vicente, el taxista, cortó repentinamente aquellas meditaciones:

-Ya estamos llegando a su pueblo, jefe, usted dirá dónde le dejo.

Carlos salió de sus ensoñaciones de presente al presente mismo y dijo:

-Sí, espere...-pensó unos instantes, no deseaba exactamente discreción, tampoco llamar la atención a todo trapo pero no quería ocultarse, quería que sus enemigos supiesen que no les temía, es más, deseaba que supiesen que ellos tenían motivos para temerle a él, por otra parte tenía una nueva idea del valor de la austeridad, que para él equivalía a cero, recordó entonces el Hotel Lorena, ese hotel estaría bien, era lujoso y discreto, a la vez su discreción se debía a que cubría muchísimas indiscreciones, dado que el Hotel era albergue habitual de congresistas diversos, y los congresistas solían llevar con ellos a sus “azafatas” al Lorena, su lujo era, por otro lado, una proclama de esa discreción indiscreta que se sostiene en la arrogancia, en fin: una mezcla de “valores” que le convenía ¿y acaso no era todo conveniencias? cuando no convenciones, y ahora no pensaba en las de los congresistas y sus “azafatas”-

-Al Lorena, lleveme usted al Hotel Lorena

-Muy bien jefe -contestó Vicente- de todos modos ya me indicará, porque yo de su pueblo conozco poco.

Carlos dio las oportunas explicaciones al taxista y salieron rumbo al Lorena sin mayor dilación. En breve tiempo llegaron a la puerta del Lorena.

-Ya estamos, jefe -dijo Vicente-, bueno, a ver, son seiscientos por el trayecto, gasolina y “rodaje” aparte -Vicente había decidido cobrarse un plus aquí, se había dado cuenta que su viajero estaba dispuesto a pagar más de los seiscientos que él había barajado- son otros doscientos, así que en total ochocientos y en paz.

Carlos, con la faz imperturbable, aunque sonriendo mucho en su interior decidió responder con arrogancia y cinismo al obvió afán recaudatorio del taxista, además le estaba agradecido, y no dejaba de ser instrumento de Fortuna, así que de uno de sus bolsillos sacó un par de billetes y se los extendió al taxista- Quédese con la vuelta y gracias por el servicio.

Vicente se quedó pasmado al comprobar que le alargaban dos auténticos billetes de 500 euros con tal facilidad, por otro lado se turbó ¿cómo rayos iba a repostar gasoleo para la vuelta? pero ¡dos billetes de 500! ya se las arreglaría...Carlos sabía de sobra en que apuro ponía al taxista, se había percatado que no habían parado a reponer combustible, pero había calibrado bien a Vicente, aquel inconveniente era el pequeño precio que éste debería de pagar, porque la magnanimidad aparente de Carlos no incluía que el taxista no se encontrase con algún problemilla por su avaricia, y más que por su avaricia por...intentar estrujarle.

Carlos bajó del taxi, Vicente murmuró -gracias- y volvió grupas hacia su pueblo. Con paso firme y decidido Carlos cruzó las puertas del Lorena y se dirigió a recepción, llegado al mostrador preguntó:

-¿Tienen habitaciones libres?

El somnoliento portero de noche observó al recién llegado antes de hablar, la impresión era ambivalente, el personaje desprendía autoridad por un lado, por otro tenía algo inescrutable, su atuendo sin ser estrafalario era chocante, especialmente aquellas sandalias y aquel maletín de cuero, bueno pero viejo y gastado, y lo que estaba clarísimo era que nada de lo que llevaba encima era de las carísimas marcas acostumbradas a pasear por el Lorena, en pocas palabras: el recepcionista estaba en la duda.

Carlos era consciente de su aspecto, pensaba modificarlo al día siguiente, sin salirse de ese estilo, eso sí, aunque con marcas más acordes con las que tenía en mente el portero del hotel. Así que, casualmente extrajo sus documentos del bolsillo junto a unos cuantos billetes de 500 euros, con autoridad, para que quedase claro que no suplicaba nada sino compraba dijo:

-Aquí están mis papeles, por favor, indíqueme el precio de una buena suite, quiero pagar por adelantado una estancia de diez días, puede que la prorrogue si no tienen problemas, claro...

El recepcionista salió de dudas, sin decir nada comprobó que la documentación de Carlos era correcta y que al registrar sus datos en el ordenador no salía indicación alguna que aquella persona estuviese buscada por la policía, así que el personaje podía ser extravagante pero...si tenía dinero y no estaba buscado...podía ser todo lo extravagante que quisiese, por otro lado aquella autoridad en las maneras y...aquel dinero. El recepcionista se volvió a Carlos:

¿Le va bien la suite Loira? Serán ochocientos euros por noche.

Carlos, sin mediar palabra, abonó 8000 euros, pensando en que aquella noche todo iba de ochocientos en ochocientos ¿seria una serendipia? Por el momento no le dio más vueltas, enfiló hacia la suite.

Mientras tanto Lotario y Gisela jugaban a un antiquísimo juego de sociedad, Carlos también pensaba y preparaba sus propios juegos de sociedad y Fortuna hacia que unos y otro tuviesen por base el mismo tablero, en realidad en más de un sentido y...en más de un tablero.


Jorge Romero Gil


 

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