sábado, 10 de diciembre de 2011

El night club


Se llamaba  Saratoga, era un nombre ideal, Saratoga  solo puede ser nombre de batalla, de puticlub o de “night club”, como el nuestro.

El Saratoga era un tugurio, no era un tugurio desaseado pero era un tugurio, la clientela estaba compuesta por policías de paisano que todo el mundo sabía que lo eran, por damas de la noche en situación de descanso –el Saratoga no era un puticlub, era más bien un reposo del guerrero, en este caso de la guerrera- que, por otro lado, tampoco le hacían ascos a alguna inesperada oferta ocasional, por camellos en situación igualmente de descanso y por “visitantes” –es decir, personal fascinado por la estrambótica mezcla del tugurio, digamos que gustaba de observar el lumpen “en lugar seguro”, al menos relativamente-.

Naturalmente el Saratoga tenía un karaoke, cualquier local de esas características que se precie debe tenerlo, y, naturalmente, a partir de determinada hora se cerraba la persiana lo que significaba en absoluto que el local cerrase, solo había que picar, ser observado por la mirilla por el portero y, tras breve valoración, se franqueaba la entrada.

Esa noche reinaban tras las dos barras del local una camarera almodovariana –lo era- y un barman que afirmaba ser un ángel del séptimo nivel. La camarera, tras su barra, servía a un cliente una torrada con jamón –que había sido torrada hacía días- a precio desorbitante que, a su vez, pagaba otro cliente completamente borracho, ambos eran de la categoría “visitantes”.

El barman estaba enfrascado en una conversación con otro cliente, aparentemente también de la categoría “visitante”.

Como música de fondo se escuchaban las notas de “Noches de Bohemia” de Navajita platea cantada en duet por uno de los camellos y su partenaire –no estaba claro si era dama de la noche o no, pero si hubiera que apostar se hubiese debido apostar a que sí-.

El barman, que se llamaba Haniel –según él-, le decía al cliente con el que conversaba –Es imposible que un ángel de cuarto nivel como tú pueda apagar las luces con el poder de la mente, ten en cuenta que para eso se ha de ser ángel de sexto nivel como mínimo, yo sí que podría pero tú no.

El cliente, que se había presentado como Zascael, le respondió

-No he dicho que pueda apagar todas las luces, solo las bombillas, los neones aún no puedo, soy de cuarto nivel pero lo llevo muy avanzado, no te creas.

-Ni aún así -dijo Haniel-, si fueses de quinto nivel te aceptaría lo de las bombillas pero de cuarto no puede ser, a lo sumo puedes hacer oscilarlas un poco.

-Pues te digo que puedo apagar bombillas –insistió Zascael- anda, ponme otro vodka.

En ese momento entró don Javier, era un respetado cliente, si le preguntaban a que se dedicaba decía que a la marroquinería, hasta cierto punto no mentía, pues sus productos procedían de Marruecos, no era exactamente un camello, era dueño de varios, se dirigió a su mesa habitual y un solicito camarero de sala –pomposo nombre para quién se encontraba por debajo de la camarera almodovariana y el ángel Haniel- le llevó sin necesidad de pedirlo un Martíni blanco, don Javier siempre tomaba martinis a cualquier hora, lo consideraba elegante.

Unos cuantos clientes –todos de la categoría “camellil”- fueron a presentarle sus respetos, algunos estaban al servicio de don Javier otros no, pero nunca se sabe…, y hasta que la competencia no se dirime de una manera u otra nunca está de más ser cortés, es lo que se llama nadar y guardar la ropa –o algo así-. Alguna de las damas en descanso le lanzo miradas respetuosas pero significativas, por mucho descanso en el que estuvieran don Javier era un potencial buen cliente y tenía fama de generoso en respuesta a ciertas generosidades. Pero esa noche don Javier no había ido al Saratoga exactamente por distracción, se había citado allí con otro mayorista para limar algunas asperezas, nada demasiado importante, solo aclarar ciertos límites en algunas zonas de distribución, pero aún así prefería zanjar esos asuntos cuando no eran importantes antes de que por una nimiedad las cosas se pudriesen.

Su visitante no tardó en llegar, se saludaron cortésmente, don Javier dijo –Hola Arturo, siéntate ¿quieres algo? ¡mozo! trae lo que guste don Arturo- Arturo respondió- Gracias Javier un gin tonic de Bombay - ¡Ya lo has oído! –grito Javier al camarero-.

Bueno Arturo –empezó a hablar Javier-, te he citado aquí porque es un lugar agradable y tampoco tenemos que ponernos serios por una tontería que arreglamos mientras nos tomamos unas copas, algunos de mis distribuidores se han tropezado con algunos de los tuyos en las calles Garza y Samaniego, seguro que los tuyos también te han informado de la coincidencia, ya sé que es una nimiedad y que son calles limítrofes pero deberíamos aclarar el asunto amistosamente para evitar malentendidos ¿no te parece?

Arturo respondió- Cierto, me han informado, y tienes razón, es una tontería y vale la pena aclararla, tú y yo nunca hemos tenido problemas, no vamos a tenerlos ahora por eso, y menos con la competencia de fuera que aprieta, es el momento de estar coordinados.

¡Gran verdad Arturo! ¡gran verdad! –le contestó Javier- En ese momento llego el camarero con el gin tonic, Arturo tomó un trago y pasó a tomar la iniciativa.

Bien, Javier, a ver que te parece, a ti la calle Samaniego te hace más compacta tu zona de distribución y a mi la calle Garza me redondea la mía, sabes que una y otra, más o menos, dan el mismo volumen de negocio, así que por ese lado no veo conflicto ni que el reparto sea injusto ¿qué te parece? ¿para ti Samaniego y para mi Garza?

-A Javier le parecía bien, era el tipo de acuerdo en el que había pensado, pero no quería dar imagen de hombre que cedía rápido, eso podía interpretarse como debilidad, y en su negocio jamás era buena tal impresión, así que sorbió algo de su Martini, se tomó su tiempo para responder y haciendo ver que meditaba dijo –Huuummmm, para mi Samaniego y para ti Garza…

-Cuando Javier estaba a punto de acabar su pausa teatral y aceptar como quien hace un favor el acuerdo que él mismo había previsto proponer las luces empezaron a oscilar y a bajar de intensidad, primero fueron las bombillas –halógenas incluidas- que acabaron por apagarse –se escuchó desde una de las barras una triunfal exclamación -¡lo ves ya está hecho!

Arturo reaccionó mal ante aquello y llevó su mano hacia su arma en gesto amenazador mientras con voz dura y mirada aún más dura le decía a Javier -¿Qué rayos estás haciendo? ¿toda esta mierda por dos putas calles del carajo?

Javier se apresuró a tranquilizarle -¡Por Dios Arturo! ¡no tengo nada que ver con esto! ¡es solo un fallo eléctrico! –pero por si las moscas también deslizó su mano en busca de su propia pistola, gesto que no pasó desapercibido a Arturo.

En ese momento se fundieron también los neones, mientras una voz desde la barra decía -¡pero esto no lo puedes hacer hasta el séptimo nivel!

Al tiempo que se apagaron todas las luces lucieron dos fogonazos en la mesa habitual de don Javier, fue a quemarropa, de hecho poca o ninguna opción tenían los involuntarios duelistas de salir con bien. A oscuras se multiplicaron las armas extraídas, en la confusión hubo quien disparo a ciegas por pura prevención, los policías empezaron a gritar ¡policía! ¡policía! ¡tiren las armas!, en ese momento las luces volvieron a funcionar, primero las bombillas luego los neones, el griterío y la confusión eran tremendos: tres heridos de bala –dos mujeres y un hombre, todos “visitantes”- y dos muertos en una mesa. Los heridos eran leves, por suerte solo habían recibido un fuego disperso y no dirigido, así que se trataba de dos rozaduras y una herida en una pierna, los muertos…eran otra cosa, las heridas habían sido mortales de necesidad: un balazo en la cabeza y otro en el corazón.

La prensa se hizo eco de un ajuste de cuentas entre mafiosos de poca monta, en realidad nadie podía sospechar que aquello fue debido a una prueba de habilidad entre un ángel de séptimo nivel y uno de cuarto nivel avanzado.


Jorge Romero Gil

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