jueves, 22 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo I (serendipias francas desencajadas). Una mala elección


Mientras la vida de Lotario había transcurrido en los últimos años con un progreso más que adecuado la de su hermano Carlos había transcurrido en el olvido, no podría decirse que fuese el reverso exacto de la moneda que Fortuna -o Dios, Nuestro Señor, a través de las dos oraciones registradas por Luis el Piadoso- lanzó y cayó tan obvia y favorablemente para Lotario, y no podría decirse porque los años de meditación forzada de Carlos provocó en él cierta evolución, aún más: una transformación.

Al mismo tiempo que Lotario realizaba un examen algo más que preliminar a Gisela en la ducha de ésta y con la clara -y compartida- intención de realizar todo tipo de pruebas en la habitación de su “sobrina” sucedían otros acontecimientos nocturnos de otra índole que afectaban al olvidadísimo -por todos, menos por él- hermano de Lotario, Carlos el Calvo.

Hace un tiempo dejamos a Carlos en su celda monástica, tan sólo con la Biblia de Jerusalén y la Consolatio Philosophae de Boecio por toda compañía, el sentido de esa expresión es casi literal, los hermanos de aquella orden eran especialmente poco comunicativos incluso para una orden que profesaba voto de silencio, y aún más con Carlos que era considerado un paria entre parias, no tanto por los daños y las víctimas de la supuesta e inexistente falta que había cometido sino por cuanto ésta se había entendido, expresamente, como una traición, a la Santa Madre Iglesia, al obispado y a la Obra, así que Carlos tuvo muchísimo tiempo para meditar, meditó sobre Fortuna y meditó tanto que llegó a la conclusión que la mejor manera de invocar a Fortuna era buscándola él mismo, de manera que Carlos había elaborado un plan, y, precisamente porque Fortuna es caprichosa, dicho plan comenzó a ejecutarse la noche en que Lotario comenzaba a instruir a Gisela -de la misma manera que Gisela le ofrecía no sólo su capacidad y deseo de seguir aprendiendo sino sus muy variados y amplios conocimientos ya aprendidos, y es que la experiencia es un grado y, en este caso, ambas partes tenían una más que notable experiencia acumulada, digamos que mucho saber que ofrecerse-.

La rutina lo era todo en la institución que albergaba a Carlos y, también, en la propia vida de Carlos durante los años que había estado en ella. Carlos no sólo había meditado largamente sino que para consolarse no tan sólo había recurrido a la Filosofía sino al adaggio “mens sana in corpore sano” aplicado, en su caso, con especial entusiasmo para evitar volverse loco ante aquella espiral de acontecimientos que habían convertido su vida más en infierno que en purgatorio, el fuego había probado su fe pero en lugar de templarla, como en el caso de Job, había hecho otra cosa: quemarla.

Como menciona Boecio la transformación de Tiresias «De quo Ouidius methamorphosis tertium dicit quod cum uidisset duas angues coire proiceto baculo separauit et ideo mutatus est in mulierem post septem annos iterum uidens eosdem serpentes coire...
Cum autem diceret maioram esse delectationem muliaris quam uiri*... lupiter autem misertus eius in recompensationem uisus dedit ei spiritum uaticin andi.» Así Carlos se transformó por su involuntario trato con serpientes, solo que de diferente manera que Tiresias, y la lectura de Boecio también ayudó lo suyo, Jupiter decidió apoyarle, tal vez porque a los dioses también les gusta, de vez cuando, enseñarles a los advenedizos "para que sirve un dios" que es algo más que un triángulo y una paloma.

El “corpore sano” incluía un riguroso y autodidacta plan de entrenamiento -con todo tipo de ejercicios al uso: flexiones, abdominales, etc.- que habían convertido al antaño fofo Carlos en un individuo atlético, obviamente no había recuperado su cabelllo pero ahora su calvicie proclamaba una agresividad anteriormente desconocida para él: se había rapado la cabeza. Los miembros de la orden no habían puesto objeción a un hecho que entendieron mal: tomaron por sumisión lo que era rebeldía y por penitencia lo que era arrogante manifestación de un orgullo y una autoestima desconocida por Carlos durante muchos años, sus “entradas” habían definido su antigua obediencia y conformismo, sus “salidas”, manifestadas en un completo rasurado craneal, proclamaban la ruptura, la negación y la huida de ese pasado.

He aquí una nueva serendipia en nuestra historia, porque de huidas va la cosa, de huidas y de ajustar cuentas, porque, como se ha dicho, siendo en parte similar la historia de Carlos y la del santo Job las consecuencias finales son del todo distintas: Job se cuestiona en un momento dado las acciones de la divinidad pero acaba aceptando Su Voluntad y Su Superioridad, Carlos no se las cuestiona ni acepta nada: quiere cobrárselas, en concreto a los representantes de la divinidad en la que ha dejado de creer.

Pero para pasar factura Carlos debía poder dejar aquella meditación forzada y volver al mundo exterior y aquí la rutina propia de aquella orden y aquella institución iban a jugar un importante papel de cara a la realización de su fuga, la rutina y una valoración errada del comportamiento y actitud de Carlos durante aquellos años de austeridad obligada y jamás explicada al propio interesado. Lo escogido para Carlos por el canciller Bernardo y aprobado por el obispo Ebbon -el uno ahora obispo y el otro cardenal- había sido no sólo una injusticia, había sido algo peor, una equivocación, dicho en otras palabras: una mala elección,


Jorge Romero Gil


 

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