Se llamaba Laura, aunque en realidad no era su nombre
verdadero , más bien era su nombre “artístico”, sucedía que lo utilizaba tanto
y tan habitualmente que “Laura” ya le salía casi espontáneamente cuando le
preguntaban por su nombre. Comenzó con ese nombre porque físicamente se parecía
a una “starlette” del cine erótico europeo de los años setenta, Laura Gemser, y
su negocio, aunque diferente del de la actriz, tenía que ver con lo erótico. La
principal diferencia radicaba en que lo que una ofrecía en la impostura nuestra
Laura lo ofrecía en la realidad, y no le molestaba, para ella no era más que su
trabajo y como tal se lo tomaba, en su caso había sido una decisión libremente
tomada. Sencillamente había preferido ese tipo de papel –lo vivía como un
asunto de teatro “amateur”, aunque era consciente de ser una excelente
profesional en su propio campo- a su anterior trabajo de dependienta en una
“boutique”, no había ningún motivo traumático para ello, solo había uno
bastante pragmático: había pasado a ganar mucho más dinero.
Cruzó la puerta del Hotel Lorena y sintió como la seguían
las miradas masculinas, estaba acostumbrada, por lo demás le gustaba provocar
esa reacción, era un indicador claro de que su valoración estaba en alza. Se
dirigió hacia el mostrador tras el que reinaba el recepcionista de día y le
saludó –Hola Marc-. “Marc” era apócope inverso de “Hincmarc”, un mal día lo
puede tener cualquiera, todo indicaba que los padres de Marc lo tuvieron a la
hora de escoger su nombre.
Marc, el recepcionista, esbozó una sonrisa y lanzó una
mirada apreciativa, pues apreciaba a Laura en más de un sentido. Consideraba
que además de persona de confianza –bueno, dentro de la confianza posible en su
negocio- era una buena chica y, porque no decirlo, una chica que “estaba
buena”, incluso no seria inexacto aplicarle el adverbio “muy” al concepto. A
Marc no le hubiera molestado –y en ocasiones lo había barajado- apreciar a
Laura en la intimidad y en todo el esplendor de su naturaleza, pero, por una
parte, no quería mezclar emociones y placer con negocios, y, por otra parte, no
sabía como se tomaría Laura semejante propuesta, que cambiaría los esquemas de
su relación. En cualquier caso Marc intuía que eso debilitaría su posición
respecto a su amiga, lo que no le convenía. Era mejor dejar las cosas como
estaban.
-Hola Laura- dijo –te agradezco que hayas podido venir, creo
que tenemos un buen asunto entre manos, aunque más bien lo tendrás tú...
-Anoche llegó un cliente, algo excéntrico y parece que con
mucho dinero, por lo que lleva pedido hoy he pensado que podríamos incluir tus
servicios en los servicios que le ofrecemos, a fin de cuentas todos salimos
ganando, el Lorena, tú, yo y nuestro cliente, que es lo primero -apuntilló Marc
con la más profesional de sus sonrisas-.
Laura le dirigió una mirada divertida y le dijo -Sí, claro,
tú siempre pensando en los demás, pues para ser el cliente lo primero lo has
dejado para el último de la lista.
Marc hizo un gesto con la mano para descartar la objeción y
dijo -Ya se sabe que los últimos serán los primeros... Pero dejemos de
filosofar y preparemos con discreción el tema. Supongo que te interesa ¿no?
Laura repuso -No, he venido porque me apetecía pasear...
¡que manía tienes de dar rodeos! Bueno, cuando me has llamado me has dicho que
ya le habías planteado el asunto, estaría bien que me dieses los detalles a mi.
Marc adoptó una pose profesional y empezó a recapitular – El
compañero del turno de noche me ha informado esta mañana de su llegada, está en
la suite Loira, a eso de las once ha empezado a pedir cosas, comida abundante,
ropa cara y objetos de lujo, aquí es cuando he empezado a pensar en ti, eres un
lujo y es de lo más apetecible comerte... -Marc hizo una pausa y continuó –
Tenía que asegurarme que mi intuición era buena y que tu perfil encajase en los
gustos de nuestro amigo, así que le he sondeado.
¿Como lo has hecho? -preguntó Laura-.
Marc, con el rostro inexpresivo, repuso -Le he llamado por
teléfono y se lo he preguntado.
¿Directamente? -volvió a inquirir una algo sorprendida
Laura.
Pues sí -dijo Marc-, he tenido la impresión de que lo mejor
era ir directo al grano y no dar rodeos, ha sido un riesgo, pero algo me decía
que en este caso era la mejor aproximación. El tono en el que hacia sus
demandas era sencillo y categórico, he pensado que apreciaría lo mismo en una
propuesta, así que le he dicho “creo, caballero, que parece faltar una cosa que
completaría su lista de peticiones, se trata de sexo, el Lorena tiene a gala
que sus clientes queden completamente satisfechos de su estancia entre
nosotros, seria imperdonable para el hotel que un cliente de su categoría
quedase defraudado en algo, así que me tomo la libertad de indicarle que si lo
desea tenemos a su disposición algo así como una subcontrata al respecto, solo
quería informarle de esta posibilidad y saber si le interesa”. Creo que le ha
pillado un poco por sorpresa, ha habido una pequeña pausa pero me ha contestado
“sí, me interesa”, así que he seguido por la vía de la acción directa y le he
preguntado “¿desea usted compañía masculina o femenina?”, esto ha sido más
automático, me ha dicho “femenina”.
Laura interrumpió el relato y exclamó -¡Si parecías un
servicio de atención al cliente!
Marc retomó la exposición – De eso se trataba
precisamente... Cuando me ha dicho que “femenina” ya no me ha quedado duda de
que debía recurrir a ti, así que le he dicho “perfecto, tengo a la persona
ideal, se trata de una colaboradora sumamente hermosa, profesional y discreta
¿desearía que la avise ahora?” a lo que me ha respondido “sí, cuanto antes
pueda venir mejor”, creo que ha sido la frase más larga que ha utilizado, no sé
si tendrás que darle mucha conversación pero no esperes demasiada por su
parte...
Ahora le tocó a Laura hacer un gesto de indiferencia con su
mano -No te preocupes, ya me las arreglaré, el usar la boca no es un
problema...
Marc continuó -No dudo de tus habilidades ni de tu saber
hacer, le he dicho “¡estupendo! La aviso enseguida, en cuanto llegue la
remitiré a su suite, la cuestión de las regalías ya la tratarán entre ambos” me
ha dicho “bien” y eso es todo.
Laura seguía mirando algo asombrada a Marc -¿Regalías? ¿le
has dicho regalías?
Marc contestó -Pues sí, es que honorarios me parecía
demasiado crudo...
¡Y “regalías” demasiado cocido! -dijo Laura-. Y hablando de
“cocido” creo que aunque tu instinto no te haya engañado, cosa que no me
extraña habiendo “regalías” de por medio, no debieras ir de fiesta y beber
tanto antes de ir a trabajar, me parece que ni siquiera has entrado en la
resaca... ¡”regalías”! ¡vaya idea!
Te agradezco que te preocupes por mi lucidez -le indicó Marc
a Laura-, pero creo que sobreviviré a los efectos de la fiesta, en fin..., el
caso es que nuestro amigo me ha entendido. En cuanto a las “regalías” entre tú
y yo me das el porcentaje de siempre, ya sabes que me fío de ti.
Lo sé, lo sé -dijo Laura-, la confianza es mutua, voy para
la suite -Laura hizo ademán de marcharse pero de repente se giró y le dijo a
Marc mirándole fijamente- Por cierto, si en alguna ocasión quieres las
“regalías” en “especie” no tienes más que decírmelo -sonrió pícaramente
mientras descendía su mirada a la entrepierna de Marc, que parecía algo
agitada- será un placer, creo que mutuo teniendo en cuenta como me miras desde
hace un tiempo... ¡Cuídate la resaca! ¡nos vemos luego!
Marc quedó atónito pero se cuidó de mostrarlo, así que Laura
se había dado cuenta de sus cavilaciones respecto a ella, y ahora por la vía
directa le enviaba la pelota -término bastante adecuado- a su tejado, donde
debería jugarla entre su creciente deseo hacia Laura y la inconveniencia del
mismo. Marc sabía que si aceptaba el ofrecido pago en “especie” complicaría su
relación comercial y, posiblemente, su amistad con Laura, pero si a eso le
inclinaba su razón su entrepierna -como había observado Laura- le pedía otra
cosa.
Con estos pensamientos y con una resaca emergente -aunque
disimulada por la compostura profesional- dejo Laura a Marc mientras enfilaba
hacia al ascensor, con cierta sensación de coquetería satisfecha pues sabía
como la estaría mirando su amigo y asociado. Además estaba contenta porque su
instinto había acertado de pleno respecto a como evolucionaba la actitud de
Marc hacia ella, tendría que estudiar las posibilidades que eso significaba,
aunque por ahora iba a concentrarse en su cliente.
Carlos se encontraba en su suite, en la práctica estaba
inmovilizado en ella hasta que no le trajesen la ropa que había encargado,
estaba seguro que eso sería durante las próximas horas pero… eso implicaba
también una espera de horas. Por eso cuando Marc se aventuró a presentar su
propuesta Carlos no tardo en aceptarla.
El antiguo Carlos hubiera estado hecho un manojo de nervios
ante la idea de la llegada de una mujer, con fines de lo más explícitos y
definidos, pero el nuevo –pese a la también novedosa experiencia- no lo estaba.
Había desarrollado una tranquilidad que alcanzaba la frialdad para abordar las
cosas, fuesen éstas conocidas o no, esperadas o inesperadas.
Su inminente encuentro sexual debía incluirse en lo novedoso
e inesperado. Era novedoso en más de un sentido, pues ni el viejo ni el nuevo
Carlos tenían en su balance demasiados asuntos amorosos, de hecho el término
“demasiados” sobraba, incluso “alguno” hubiese sido una exageración, y
“ninguno” reflejaba la exactitud del papel de la sexualidad –más allá del
“autoamor”- en las circunstancias vitales de Carlos.
Por motivos obvios cualquier posibilidad de un “affaire”
amoroso con el sexo femenino había sido nula durante los años de su forzado
encierro en el monasterio –y ni al viejo ni al nuevo Carlos le interesaba otra
posible experiencia sexual-. Antes de eso, el Carlos opusdeista tampoco se
planteaba tan pecaminosas acciones, y cuando su imaginación –consciente o en
sueños- se aventuraba por esas vías era recriminada y reprimida por su dueño.
La oración, el flagelo y el cilicio eran viejos conocidos y asiduos compañeros
del viejo Carlos.
Por todo ello el sexo debía considerarse, definitivamente,
como novedad. Novedad que Carlos no había incluido en sus planes mediatos pero
que cuando el recepcionista del hotel –sin conocer las circunstancias de su
cliente- planteó a éste, Carlos apreció inmediatamente la necesidad de aceptar
la propuesta en función de normalizar –y actualizar- las experiencias de su
vida, en este caso más bien subsanar las inexperiencias.
Llamaron a la puerta de la suite Loira, Carlos, enfundado en
un albornoz, fue hasta ella y la abrió. Al otro lado había una esplendida
mujer, tenía un aire felino acentuado por el exotismo de su aspecto, Carlos
pensó en una pantera, tal vez influido por el oscuro color de su piel, lucia
una larga y lisa melena negra que le llegaba hasta la cintura, llevaba un
vestido de color rojo de Christian Dior, que dejaba al descubierto sus brazos y
con un generoso pero no escandaloso escote, la falda terminaba poco antes de
las rodillas y su atuendo –sencillo, elegante y caro- se complementaba con unos
zapatos tipo sandalia, de finas tiras de color también rojo y elevados tacones,
igualmente de Christian Dior, y con un pequeño bolso de bandolera Miss Dior.
La joven exhibió su blanquísima dentadura en una
deslumbrante sonrisa y se presentó –Hola, soy Laura, creo que me esperabas
¿puedo pasar?
Carlos dijo –Encantado- y apartándose de la puerta añadió
–adelante- franqueando el paso a Laura.
Ésta entró en la habitación y Carlos apreció las esbeltas
formas de Laura y el suave contoneo de sus caderas. Laura, consciente de que la
muestra de sus encantos desde el primer momento aumentaba la excitación de sus
clientes, sabía como moverse con gestos precisos que la realzasen y que, a la
vez, pareciesen naturales, cuando eran bastante estudiados. Digamos que en algo
tan sencillo como la entrada en la suite ya obsequió a Carlos con unas
habilidades gestuales dignas de la mejor de las modelos pero sin afectación
alguna.
La “casual” exhibición de Laura permitió a Carlos observar
unos pechos que bajo el vestido se mostraban erguidos sin trazas de sujetador
alguno –Laura no usaba esa prenda, había llegado a la conclusión que excitaba
más la imaginación y las pasiones sin ella que con ella- que los sostuviesen,
bajo el movimiento de la falda se insinuaba también un magnifico culo, y el
corte de sus prendas dejaba ver sus hermosas piernas.
Carlos iba asimilando el cúmulo de sensaciones que, por el
momento, se limitaban a lo visual y a insinuar más que a mostrar nada explícitamente. Sensaciones que se agolpaban
en pocos segundos –apenas lo que le llevó a Laura cruzar la puerta y entrar en
la habitación- y que, sin embargo, iban desplegándose ante Carlos con gran
intensidad, que descubría de ese modo aspectos largamente aletargados,
reprimidos y casi “olvidados” de su ser. Por suerte para su compostura la
imperturbabilidad –casi frialdad- adquirida por el nuevo Carlos actuaba a su
favor, así que esa novedosa agitación interior no se translucía a su
comportamiento, expresión y gestos, que aparentaban un gran hieratismo.
Carlos se dio cuenta de que debía plantear a su invitada
escueta y claramente cuales eran sus circunstancias, un tanto especiales para
un hombre de su edad, pero, el nuevo Carlos consideraba que debía afrontar las
cosas directamente, tal actitud formaba parte de su disciplina y pensaba que
ayudaba a su autocontrol, además entendía que la mujer necesitaba tener esa
información para poder realizar su trabajo de la mejor manera posible, cosa que
deseaba Carlos, así que se volvió hacia Laura y le dijo –Soy virgen-.
Laura reaccionó como la excelente profesional que era, no
dejo entrever la parte de sorpresa que esa declaración le causaba y empezó a
calcular como eso iba a modificar el enfoque del servicio, volvió a sonreír a
Carlos con una mezcla de naturalidad y cordialidad y le dijo –Bueno, eso es
algo que podemos solucionar si lo deseas, espero que no te moleste que yo no lo
sea, por cierto ¿Cómo te llamas?
Disculpa –respondió el aludido-, me llamo Carlos.
Encantada de conocerte –le dijo Laura-, estoy segura de que
nos conoceremos a fondo y a plena satisfacción.
Laura observó a Carlos valorativamente, tenía ante si a un
hombre de unos cuarenta y tantos años, con la cabeza completamente rapada, con
aire fuerte y que desprendía algo marcial, en el desarrollo de su musculatura
se notaba que hacia ejercicio asiduamente, el buen ojo de Laura le indicaba que
el cuerpo de Carlos no se había forjado en un gimnasio, no daba esa sensación
un tanto estereotipada. Parecía además ir al grano y ser parco en palabras
–como le había adelantado Marc-, por otra parte su sorprendente declaración no
había venido acompañada de rastro de vergüenza o azoramiento alguno, la había
expresado inexpresivamente con total naturalidad, sencillamente era un dato que
había expuesto. Laura se descubrió pensando en uno de aquellos antiguos monjes
militares de la Edad Media, templarios u hospitalarios, le pareció una idea
curiosa.
A Laura no le daba malas vibraciones su cliente, eso era
importante, en su profesión había aprendido a desarrollar un sexto sentido –que
en ocasiones podía ser prácticamente vital- que le permitía intuir si alguien
le iba a ocasionar problemas o no, la gente podía ser muy rara y algunos tenían
tendencia a confundir el alquiler de un servicio mercenario con la compra de
una esclava, estos últimos podían dar rienda suelta a cosas realmente
desagradables, pero la sensación que le llegaba de su actual cliente no era
esa, no sabía muy bien a que atribuirla pero era positiva. Laura descubrió un
poco sorprendida que Carlos le caía muy bien de entrada, se prometió a si misma
darle un excelente servicio, quería que el estreno de Carlos, aunque tardío
–cosa ya inevitable- fuese inolvidable y tierno, sí, pensó que debía enfocarlo
por la ternura, una ternura bien desarrollada que no implicase condescendencia
sino dulzura.
Laura se movió por la habitación que constituía la antesala
de la suite, no era la primera vez que estaba en ella y la conocía a la
perfección, se acercó a la pequeña barra de bar que allí había, miró a su
cliente y le dijo:
-¿Te apetece que empecemos por tomar algo?
Carlos dijo -Sí, si quieres champagne podemos pedir una
botella-.
Laura lanzó una risita, pues se percató que la propuesta de
Carlos respondía a lo que él entendía que debía ser típico de la situación, y
dijo -Por mi no, Carlos, aunque sí tu lo prefieres lo pedimos, pero... déjame adivinar, creo que a ti te gustaría
un vodka frío en vaso largo ¿acierto? -Carlos dijo -sí, aciertas, hace tiempo
lo tomaba ¿como lo has sabido?- ¡Oh! El adivinar cosas es una de mis
habilidades -contestó Laura- tengo otras que ya te enseñaré -añadió sonriendo
pícaramente- ven -dijo a Carlos- ya preparo yo las bebidas, para mi me serviré
un bourbon-.
Y acto seguido Laura pasó tras la barra del bar y sirvió las
bebidas, extendió su brazo para pasarle a Carlos su vaso, y los dedos de sus
manos se rozaron, a la experta Laura no le pasó desapercibido que ese breve
contacto propició un leve estremecimiento de placer en Carlos, para su sorpresa
tal reacción ante un contacto tan inocente la excitó, cosa no muy usual en sus
relaciones con los clientes, definitivamente aquel encuentro le estaba
gustando. Sin saber muy bien porque -desde luego no por su locuacidad- Carlos
le caía muy bien, y ahora resulta que el sentirse deseada por él la excitaba.
Laura miró a los ojos a Carlos, alzó su copa y dijo -brindemos por el inicio de
una buena amistad-, chocaron sus vasos y bebieron, Laura seguía mirando a los
ojos a Carlos, decidió hacer algo que jamás hacia con un cliente, llevada por
un impulso acercó su cara a la de Carlos, aproximó sus labios a los de Carlos y
lo besó. No fue un beso de cortesía, en cuanto sintió los labios de Carlos
sobre los suyos abrió la boca, suave pero firmemente, y con su lengua buscó la
de su cliente, encontrándola y dirigiéndola, entreteniéndose en un largo beso
sin prisas.
Cuando terminó el beso volvió a mirar a Carlos, descubrió en
su mirada una mezcla de deseo, determinación y tranquilidad, ese conjunto le
gustó. Durante el beso Carlos se había aplicado en seguir las sutiles
indicaciones de la lengua de Laura, ella pensó que esa era una buena señal,
Carlos no iba a ser un alumno torpe o “cortado”, Laura no deseaba que lo fuese,
cada vez tenía más claro que quería que el estreno de Carlos fuese de lo más
satisfactorio para él, se sorprendió por ello, porque eso le interesase a ella
personalmente, todavía se sorprendió más cuando se dio cuenta que quería que él
la recordase por mucho tiempo. Pensó que aquel servicio estaba resultando muy
agradable y muy raro, en fin... lo que importaba es que fuese agradable.
Laura enlazó su mano con la de Carlos y diciendo -vamos- se
dirigió hacia el dormitorio de la suite, llevando a Carlos con ella. Había
decidido actuar, y que la acción fuese la guía de Carlos, intuía que no había
que ofrecer explicaciones sino ofrecerse y en eso estaba.
Llegaron a la cama y se sentaron uno junto a otro encima del
lecho, Laura no paraba de sonreír y aunque Carlos no lo hacía con su boca sí lo
hacia con su mirada, que también iba reflejando deseo, pasión y esa
tranquilidad que parecía ser una clave de autocontrol que paliaba cualquier
asomo de torpeza, todo eso que Laura detectaba en Carlos la iba llevando -como
ya se ha dicho- a una nada usual excitación, sensación nueva que era de su
agrado.
Laura llevó sus manos hacia la parte superior de su vestido,
deslizó los tirantes del mismo por sus hombros y bajó la prenda hasta la
cintura, mostrando sus senos desnudos y su brillante piel oscura. Tenía unos
hermosos pezones de color marrón oscuro, alrededor de los cuales se extendía
una proporcionada aréola, ni demasiado grande ni demasiado pequeña, en cierto
modo en correspondencia con el equilibrado tamaño de sus senos, que tampoco
eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, y que se mantenían
orgullosamente erguidos.
La mirada de Carlos alternaba entre los ojos de Laura -a los
que no parecía querer perder de vista- y sus tetas desnudas, casi parecía dudar
entre los dos hipnotismos que por ahora le proporcionaba la persona de Laura,
pero no había nada irrisorio en ello y sí mucho -para Laura- de conmovedor. La
verdad es que ésta estaba un poco conmocionada por las inusuales y bastante
inexplicables sensaciones que Carlos le despertaba, digamos que eso alteraba
sus patrones de comportamiento profesional. Laura estaba acostumbrada a que la
mirasen mucho -cosa que no le disgustaba- pero no estaba nada acostumbrada a
que alguien clavase la mirada en sus ojos y pareciese buscar sus emociones, sus
sentimientos, y aún más raro era que esto compitiese y prevaleciese sobre... el
atractivo de sus impresionantes tetas.
Laura respondía a cada mirada con otra mirada, y a cada
sensación con otra, pero tampoco olvidaba la acción, ni que ella debía ser
quién la dirigiese. Sonriendo a Carlos susurró -ven- y por segunda vez rompió
su norma y volvió a besar en la boca a su cliente. Al mismo tiempo fue a buscar
las manos de Carlos para dirigirlas hacia sus tetas, solo que encontró que no
era necesario, éstas habían ido allí por iniciativa propia, Laura, entonces,
puso suavemente sus manos encima de las de Carlos y comenzó a dirigir el
sentido de las caricias de éste, y haciendo una pausa en su beso dijo simplemente -así-, acto seguido continuó
fundiendo su boca con la de Carlos.
Carlos tomó la iniciativa y empujó con suavidad a Laura
hacia el colchón, ambos quedaron tendidos y atravesados sobre la cama. Sin
saber muy bien como Carlos había perdido su albornoz que fue a parar al suelo,
así que un desnudo Carlos se aplicaba sobre una semidesnuda Laura. Podría
decirse que Carlos iba desplegando una tranquila pero continua aceleración, y
un control que resultaba chocante teniendo en cuenta lo primerizo de sus
acciones, Boecio se hubiese asombrado de esa particular aplicación de su Consolatio Philosophae.
En mitad de sus movimientos Laura decidió que era el momento
de igualar a Carlos en su desnudez, aquí la parte práctica también intervino:
no deseaba que se rompiese su carísimo vestido de Dior, aunque no solo era eso,
la verdad es que también le apetecía presentar a la vista de Carlos las
credenciales del resto de su cuerpo. Así que sin dejar de besar a Carlos -ya
había perdido la cuenta de cuantos besos habían sucedido al número “dos”-, y
dejando las caricias de sus pechos al total albedrío de su amante, bajó sus
manos hacia la cintura y empujó hacia abajo su vestido, siguiendo de reojo la
caída del mismo al suelo, casualmente, encima del albornoz de Carlos. Acto
seguido llevó sus manos hasta sus bragas -unas elegantes V-string de Victoria's
Secret- y se despojó de ellas, quedando su sexo visible, aunque Carlos todavía
no lo vio, pues aún seguía concentrándose en su boca y sus tetas.
Ya desnuda -excepto por los zapatos- Laura volvió a
aplicarse a la acción, separó su boca de la de Carlos y le dijo -bésame las
tetas-, éste volvió a mirarla y ofrecerle la ya habitual mezcla de sensaciones
de su mirada, le respondió -será un placer- y acto seguido fue a aplicar su
boca a los pechos de Laura, ésta dirigía con la mano los movimientos de la
cabeza de Carlos, y le dijo -los pezones, chúpame bien los pezones-, en esta
ocasión Carlos no respondió de palabra sino de obra, y siguiendo sus instintos
más que sus conocimientos comenzó a aplicar su lengua en los pezones de Laura,
al poco alternaba esto con besar suavemente sus hermosas aréolas y, al poco,
Laura empezó a notar que sus pezones se ponían duros, abrió su boca y empezó a
gemir, en realidad eso no era extraño, lo que sorprendía a la misma Laura es
que... lo hacia en serio, sus leves y entrecortados gemidos eran naturales no
parte del teatro propio de su oficio, posiblemente Carlos no hubiese
distinguido lo natural de la impostura, pero el caso es que Laura sabía
perfectamente que no estaba fingiendo, no solo el sonido de su boca sino la
erección de sus pezones así lo proclamaban. En mitad de su imprevisto placer
Laura alcanzó a pensar que aquella curiosa mirada de su cliente la estaba
llevando por un delicioso pero peligroso camino, una profesional no podía
permitirse el lujo de ciertas emociones. El pensamiento se diluyó en una nueva
oleada de gemidos, la lengua de Carlos se mostraba más que activa con las tetas
de Laura.
Laura dejo hacer a Carlos, no tenía necesidad de dirigirle
en lo que éste le estaba haciendo, y no tenía esa necesidad porque lo estaba
haciendo sobradamente bien, utilizaba su lengua con soltura sobre los senos de
Laura, bien besándolos, bien chupándolos, cambiando la intensidad y la presión
sobre ellos, no se daba ninguna prisa y no parecía cansarse en absoluto de esa
fase. Laura tenía la impresión de que quería “absorberla” y estaba disfrutando
de la parsimonia y dedicación de Carlos sobre sus tetas. Sus pezones seguían
erectos y ella seguía gimiendo.
En un momento dado la cabeza de Carlos se alzó de los pechos
de Laura y fue nuevamente al encuentro de sus labios, los encontró y comenzó a
besarla como Laura le había enseñado hacia bien poco, una de sus manos volvió a
acariciar las tetas de la joven mientras la otra se deslizaba hacia su cintura,
primero la tomó por allí y la atrajo hacia sí, pero poco después empezó a
deslizarla por las nalgas de Laura que comenzó a acariciar. Entre uno y otro
beso Laura separó ligeramente su rostro del de Carlos y le dijo -aprendes muy
rápido, apenas te tengo que enseñar ¿me harías un favor?-
Carlos respondió -el que tú quieras-.
Laura sonrió y le dijo -es uno con el que espero que
disfrutes, quiero que ahora uses tu lengua en mi sexo- por si Carlos necesitaba
aclaraciones Laura precisó -vaya, que me comas el coño-.
Carlos volvió a hundirse en los ojos de Laura, cosa que
volvió a afectar a ésta, y le respondió -favores como ese puedes pedirme los
que quieras, guiame-.
Laura pronunció un entrecortado “bien” y apoyando sus manos
en los hombros de Carlos lo condujo hacia la zona de su sexo. Lo hizo despacio
para que Carlos pudiese contemplar bien su anatomía, Carlos hacía algo más que
contemplar, se entretuvo en su itinerario por Laura en lamer y besar suave y
pausadamente el vientre de la joven, alcanzada la zona púbica Carlos se
hipnotizó en el esplendor de Laura. Ésta presentaba un cuidadosamente arreglado
pubis, a diferencia de lo que había llegado a ser usual Laura había decidido no
realizarse una depilación brasileña, quería marcar alguna diferencia, y lo hizo
por la vía de mantener su pelo púbico pero sin dejarlo campar “salvajemente”,
lo llevaba concienzudamente arreglado, ni muy largo ni muy corto, formando una
suave alfombra que anunciaba su intimidad, además podía observarse un tono más
claro en la piel que rodeaba su cuidado jardín, que volvía a oscurecerse hacia
sus muslos y hacia su vientre, ese contraste contribuía también a resaltar el
atractivo del ya de por sí bello sexo de Laura.
No es que Carlos tuviese a nadie en mente con quién comparar
lo que veía, pero lo que veía le llenaba de sensaciones, se sentía emocionado y
físicamente cada vez más excitado. Empezó a besar entonces el césped del pubis
de Laura, delicada y lentamente, pasó su lengua por la clara piel de la zona
limítrofe de Laura, prestándole también su atención a través de suaves besos
que recorrieron aquel territorio de frontera. La muchacha comenzó a gemir
nuevamente. Laura animaba a Carlos diciendo -así, así... no tengas prisa-. Y
Carlos no mostró ninguna prisa, más bien estaba ensimismado con el pubis de
Laura, al que había decidido dedicarle toda su atención.
Con la punta de su lengua iba marcando imaginarias sendas a
través del cuidado bello de las inglés de su amante, se entretenía ahora con un
pelo ahora con otro, cuando no hacia eso iba hacia la clara línea de piel que
lo delimitaba, iba allí para besarla, aunque también la lamia. Sus manos no
permanecían inactivas, por momentos las deslizaba hacia el culo de la hermosa
mujer, que apretaba y empujaba hacia arriba, lo que obligaba a Laura a arquear
algo sus piernas elevando la zona de su sexo que quedaba así más expuesta a la
atención de Carlos, quién expresamente se obligaba a no desviar su vista, aún,
a lo más íntimo de la intimidad de Laura, Carlos deseaba “pasear” a gusto por
el “jardín” que rodeaba esa intimidad. Las manos de Carlos también subían por
la espalda de Laura o, por delante, viajaban por el vientre, y desde ahí
llegaban nuevamente a las tetas de Laura, donde se entretenían masajeando y
acariciando sus pezones.
Las manos de Laura acariciaban la cabeza y la espalda de
Carlos, aunque en algunos momentos estiraba los brazos por encima de su cabeza
para apretar uno de los lados del colchón mientras aumentaba la intensidad y el
ritmo de sus gemidos.
Habiéndose tomado su tiempo en explorar y saborear el pubis
de Laura Carlos decidió que ya era el momento de pasar a ocuparse del túnel de
sus piernas, vaya, de su coño, Carlos iba sintiendo por momentos otras urgencias
propias -podría decirse que su miembro viril iba adquiriendo proporciones de
“cipote emérito”-, pero estaba de lo más interesado en Laura, por un lado, y no
deseaba una primera experiencia breve sino larga, por otro lado; así que usando
su autocontrol -en un asunto en el que hasta entonces no lo había utilizado-,
contuvo los apremios de su anatomía y continuó interesándose en la de Laura,
para resaltar a ésta su carácter de primerizo y la necesidad de cierta
supervisión así como para indicarle que cambiaba de tercio le dijo: -guíame- y
acto seguido separó algo más las piernas de Laura, contempló la hermosura de su
intimidad y empezó a aplicar su lengua sobre ella.
En cuanto Laura sintió la lengua de Carlos paseando por su
clítoris agudizó sus gemidos, que seguían siendo completamente espontáneos, y
su excitación -para su sorpresa y satisfacción- fue en aumento. Bajó sus manos
hacia la cabeza Carlos para ayudar a dirigir su acción, cuando noto que la
lengua de Carlos operaba adecuadamente en la zona correcta dijo -por ahí- y
añadió -sigue-, en un momento dado de sus evoluciones la lengua de Carlos
localizó el punto Gräfenberg de Laura -coloquialmente el punto G-, este hito
fue obsequiado con un nuevo aumento de la intensidad y tono de los gemidos de
Laura, que Carlos interpretó acertadamente como un estimulo y un aplauso a su
actuación, se sintió como Admunsen alcanzando el Polo Sur, y decidió redoblar
sus esfuerzos -muy agradables, todo hay que decirlo- y tomarse mucho tiempo en
tomar aquella parte de Laura.
Ésta apenas podía creer lo que estaba sintiendo, sabía que
había perdido los papeles y que su comportamiento no era ya el de una
profesional sino el de una amante -cosa que la profesional que había en ella le
reprochaba sordamente con un “esto no se hace” interior, aunque muy lejano-, no
entendía como alguien sin experiencia alguna podía desplegar tal sabiduría
oral, pues la lengua de Carlos estaba tratando su punto G con una maestría, una
paciencia y una persistencia -que tenía algo de implacable- que Laura no
recordaba. Como no recordaba tampoco haberse corrido alguna vez con un cliente,
cosa que sintió estaba a punto de hacer. Laura se corrió bajo la acción de la
lengua de Carlos, lo hizo en mitad de suspiros y gemidos, siendo apenas capaz
de pronunciar un entrecortado -me voy-. Subrayando esas breves palabras sintió
como eyaculaba en mitad de un orgasmo.
Carlos también notó en su boca un líquido que no era su
saliva, interpretando la situación correctamente -y sintiéndose algo orgulloso
por conseguir aquello de Laura- decidió que... aún no había terminado allí.
Como no estaba demasiado seguro de la calidad de sus acciones -aunque empezaba
a intuir que no estaba mal para un estreno- quería compensar eso con la
cantidad. Así que pensó que era mejor que Laura se preparara para una actuación
concienzuda y larga de la “lengua-Admunsen” en su punto polar y en sus
particulares espacios antárticos, también pensó que cuantos más deshielos
mejor, es más, deseaba provocar avalanchas liquidas en Laura.
Ésta dejo de pensar “no me lo puedo creer”, es más, al cabo
de poco decidió no pensar y concentrarse en sentir. Antes que la lengua de
Carlos se diese por satisfecha -y media su satisfacción por la que presumía en
Laura- la joven se corrió un par de veces más, jamás le había pasado eso en un
servicio -y por lo que recordaba fuera de él tampoco-, estaba desconcertada,
exultante e incluso sentía una curiosísima -y excitante- sensación de
vergüenza.
Sí, eso era, sentía vergüenza por haberse corrido, porque
eso era como desnudarse realmente, mucho más completamente y a fondo que su
acostumbrada desnudez física. Laura se sorprendió -una vez más, y llevaba unas
cuantas-, sentía vergüenza y excitación, si le hubieran preguntado hubiese
dicho que estaba muy caliente, mientras estos pensamientos se agolpaban de
manera desordenada en su mente sintió que de nuevo la humedad se deslizaba por
su entrepierna, acababa de correrse por cuarta vez. Pensó “apenas hemos
empezado” y sintió un estremecimiento de placer y anticipación ante lo que le
esperaba.
Laura apartó con suavidad la cabeza de Carlos de su sexo y
le dijo –es hora de que yo haga algo- hizo que Carlos se tumbase boca arriba
sobre la cama y ella se puso encima de él, se besaron largamente y Laura dijo
–ahora me toca a mi- y se deslizó en busca del pene de Carlos, del que tenía
constancia que se encontraba erecto desde hacia un buen rato, pero en sus
juegos Laura, por decirlo así, aun no se había encontrado cara a cara con la
virilidad de Carlos, ahora lo hacia y exclamó -¡increíble!- pues el pene de
Carlos mostraba unas dimensiones , una solidez y una donosura poco habituales,
en aquellos momentos hubiera podido competir con el de su hermano Lotario por
el título de “el cipote”, pero ni Carlos ni Laura eran conscientes de la posible
comparativa. En cualquier caso Laura tenía ante su rostro una auténtica columna
y decidió aplicarse a fondo en ella, antes de comenzar le dijo a Carlos –no
quiero que te vayas rápido, si notas que te vas a ir me lo dices y pararé un
poco-, a lo que Carlos repuso un simple –bien-, y es que Carlos además de ser
parco en palabras se había quedado un poco sin ellas en esta situación, en la
que se unía la emoción de su estreno y la emoción que le producía la hermosura
de Laura.
Sin mayores dilaciones Laura abrió su boca e introdujo en
ella el pene de Carlos, y comenzó a chupar suave y delicadamente. Como le había
dicho a Carlos no deseaba que éste se corriese antes de tiempo. Laura se
aplicaba bien, con método, sin prisas pero sin pausas, alternaba el chupar la
hombría de Carlos con lamerla no menos
cuidadosamente, su cuidado se redoblaba por la consciencia de la inexperiencia
de Carlos, pese a la cual, hasta ahora, había que concluir que Carlos aprendía
rápidamente y sustituía su inexperiencia por un acertado instinto que le
llevaba a realizar satisfactoriamente sus acciones.
Laura no solo dedicaba su atención a la esbelta y sólida
columna que Carlos le mostraba, también se dedicó a besar y lamer con
delicadeza, usando la punta de su lengua, los genitales de su amante. A lo que
el cuerpo de Carlos respondía, en lo interior, con deliciosos y “eléctricos”
estremecimientos y, en lo exterior, redoblando si eso era posible la intensidad
y el volumen de su erección.
Laura iba y venía por la masculinidad de Carlos, empleaba en
ella su boca y su lengua pero, también sus manos y sus pechos, entre los cuales
acariciaba y acunaba el “homenaje” –como hubiera dicho Gisela- que le dedicaba
Carlos.
Carlos hacia lo posible por acariciar el cuerpo desnudo de
Laura, le fascinaba el brillo y la tersura de su piel, verla le excitaba
sobremanera, notar sus acciones aún más, pero, casi al mismo nivel, se
encontraban también los roces furtivos de piel contra piel fruto de las
evoluciones de los dos amantes sobre sus cuerpos. Su deseo de ella aumentaba
por momentos, y llegado el punto Carlos sintió la imperiosa necesidad de
plasmarlo en hechos, así que le dijo a Laura –voy a correrme-.
Laura, que en esos momentos tenía ocupada su boca en el
miembro de Carlos, detuvo sus acciones y contestó a Carlos –hazlo en mi boca-,
segura como estaba que Carlos tenía suficientes reservas líquidas para hacerlo
después en otras partes de la anatomía de Laura.
Acto seguido Laura volvió a aplicarse en el pene de Carlos,
introduciéndolo en su boca y comenzando a tragar el semen que empezó a fluir
inmediatamente del mismo. El pene era también “el cipote” y actuaba como tal,
las reservas lácteas de Carlos se desbordaron. Pese a su experiencia Laura
apenas podía tragar al ritmo que se producía la evacuación, en un momento dado
separó su cabeza de aquel flujo y sosteniendo con una de sus manos el
impresionante caño -del que salía un no menos impresionante chorro- lo apuntó
hacia sus tetas, y le dijo a Carlos –son tuyas, vacíate en ellas-. Unos minutos
más tarde el flujo disminuía y poco después comenzó a ceder.
Carlos podía contemplar a una Laura llena de rastros de su
leche, en su cara, alrededor de su boca y, sobre todo, entre sus erguidos
senos, el blanco del esperma de Carlos resaltaba sobre el tono oscuro de la
piel de Laura.
Por su parte Laura seguía con la mirada fija en “el cipote”
de Carlos, que si bien había dejado de manar no había disminuido en absoluto su
tamaño, ni su actitud de “mostrar armas” ante Laura. La joven lo acarició con
una de sus manos, sonrió a Carlos pero antes de que pudiese decir nada éste se
adelantó, puso a Laura a su misma altura y la besó, diciéndole a continuación-
ven, quiero tomarte-. Laura respondió tumbándose en la cama y atrayendo hacia
ella a Carlos, sin dejar de sonreír y de mirar a Carlos a los ojos, separó sus
piernas y le dijo a Carlos –soy toda tuya, penétrame-.
Carlos respondió besándola al tiempo que su pene tanteaba la
entrepierna de Laura, la mano de ésta agarró el miembro de Carlos y lo dirigió
expertamente hacia el interior de su cuerpo, notando el primer empujón de la
virilidad de Carlos en su femineidad, fue el primero entre muchos.
Carlos deseaba a Laura con una intensidad casi dolorosa, si
hubiera conocido a otras mujeres antes que a ella podría haberse dicho por
comparación con una intensidad desconocida, pero no había opción comparativa,
pero lo cierto es que el deso de Carlos no se extinguía con los embates sino
que aumentaba. Mirar a Laura, verla, tocarla, sentirla... todo eso no hacia más
que incrementar sus ganas de ella. Podría decirse que deseaba poseerla
“integralmente”, completamente.
Laura se sentía más que dispuesta, hacia rato que había
perdido la compostura -y la impostura- profesional. Ella sí que podía comparar
y no recordaba a nadie con semejante ansia de ella -y había conocido a hombres
ansiosos-, notaba a Carlos dentro de ella y notaba también que quería tomarla
más allá del puro acto físico, lo notaba por como buscaba en todo momento sus
ojos, cuando Carlos apretaba más su pene en la vagina de Laura la miraba
también con más intensidad, que iba creciendo a medida que los empujones de
Carlos en el interior de Laura crecían también en ritmo y fuerza. Laura
devolvía las miradas, gemía y también gritaba, tenía separadas sus piernas lo
más posible y con sus manos agarraba las nalgas de Carlos ayudándoles en sus
movimientos de impulso hacia dentro de su coño.
Así Carlos tomó a Laura, ésta sintió como ahora la leche de
Carlos entraba por las cavidades de su sexo y la llenaba, le gustó la sensación
y, a su vez, se corrió junto a Carlos.
Sin embargo Carlos no había acabado aún, cuando acabó de
emitir sus flujos no retiró su pene de
Laura, la erección seguía allí, como notaba una desconcertada Laura, y el
martilleo volvió a comenzar. Laura abrió los ojos y la boca, los ojos mostraban
sorpresa y agrado, la boca lanzaba grititos roncos y exclamaciones cada vez que
Laura sentía una de las embestidas de Carlos, exclamaciones que solo eran
acalladas cuando sus bocas se unían en largos besos. Laura fue tomada tres
veces más sin que Carlos llegase a salir de ella.
Como pese a eso las energías de Carlos continuaban
mostrándose firmes Laura tomo la iniciativa y se subió encima de su amante,
éste la penetró así nuevamente, y nuevamente se corrió en ella.
Laura se dejó caer encima de Carlos y empezó a acariciarle
suavemente y a buscar su boca para un nuevo beso, tras besarse Carlos le dijo
-ponte de espaldas- y la asombrada Laura
-asombrada por las reservas de su cliente- se colocó sobre el colchón a cuatro
patas, Carlos se sitúo tras ella, buscó su sexo, y volvió a penetrarla. De esa
manera fue poseída otras dos veces.
Finalmente ambos se dejaron caer sobre el colchón, uno
encima del otro, y, ahora sí, se dedicaron a caricias post coito y a besarse
suavemente. Laura le dijo a Carlos -no sé si me creerás pero ha sido
increíble-.
Carlos le respondió -Para mi lo ha sido, aunque me temo que
habré sido algo torpe-.
Laura volvió su cara hacia él y le contestó -No, de verás
que no, no te lo digo por decir, cuando
no tenías las cosas muy claras has seguido tu instinto y mis indicaciones, y
todo lo has hecho de maravilla, te lo digo en serio- Lo miró y tras un leve
titubeo añadió: -has hecho que me corriera, lo creas o no, y... no es normal
que yo me corra.
La muchacha sonrío pícara y dijo: -Aunque aún nos falta una
cosa al menos-.
Carlos le dijo- ¿Cual?
A lo que Laura respondió -Todavía no me has enculado, aunque
no sé si te apetece...
Carlos contestó -Toda tú eres apetecible, tendremos que
subsanar eso de aquí a un rato si te parece.
Laura rió y dijo -Me parece, me parece... Bueno -añadió
sonriente-, creo que ya no eres virgen.
Carlos se inclinó hacia ella y le dijo -Gracias a ti ya no
lo soy, has tenido la amabilidad y la gentileza de ayudarme a resolver ese
asunto- La miro pensativo y volvió a decir -no, no lo soy-. Acto seguido busco
los labios de la joven y la besó.
Carlos y Laura retozaban perezosamente en la cama. Laura
miró contemplativa sus zapatos tirados en el suelo y dijo -No recuerdo cuando
me he quitado los zapatos, ni siquiera si me los he quitado yo o has sido tú...
Carlos respondió -Te los quite yo, suelo recordar las cosas,
y tengo cosas que recordar y asuntos de los que ocuparme-. Y mirando a Laura
añadió -aunque no hay prisa, nada que no pueda esperar, todo a su tiempo-. La
mano de Carlos se deslizó entre los muslos de Laura y se entretuvo acariciando
suavemente su sexo. Ésta gimió y se abrazó a Carlos, ambos se fundieron en un
largo beso.
Hicieron nuevamente el amor y, nuevamente, Laura se olvidó
que estaba prestando un servicio. Cuando acabaron continuaron abrazados.
Carlos miró a Laura mientras le acariciaba un hombro
dulcemente, le dijo -¿Tienes prisa?
Laura contestó -No más de la que tengas tú-. Sonrió algo
maliciosamente y le dijo -estoy a tu servicio-.
Carlos le respondió -¡Perfecto! Me gustaría que pasases todo
el día conmigo- De repente cayó en la cuenta que no habían abordado el tema
económico, así que le dijo a Laura -¡Disculpa! No te he preguntado por tus
honorarios. Lo que tu indiques estará bien-.
Laura alzo la mirada y dijo -¡Ah! ¡las “regalías”! Eres muy
generoso dejándome decidir a mi su cuantía ¿te parece bien 2000 euros por todo
el día?
Carlos dijo -Me parece muy bien ¿así que 4000 por dos días?
Laura rió -¡Que ansioso y que generoso! Pero no voy a
aprovecharme de ti, por dos días te hago un descuento, 3200 euros por 48 horas
¿estamos de acuerdo?
Carlos le contestó -¡Del todo! ¡hermosa y honrada! ¿qué más
se puede pedir?
Laura volvió a reír con más ganas -¡Es que no quiero que me
pidas la hoja de reclamaciones! Quedaría mal en mi curriculum... Pero me alegro
que me veas así.
¿Desnuda? -repuso Carlos mirándole las tetas-.
Laura dijo -Bueno, también me alegro de que te guste mi
desnudez. La tuya tampoco esta mal... -y sus dedos juguetearon por el torso de
Carlos.
Carlos comenzó a pensar sus siguientes movimientos, se veía
inmovilizado en la suite hasta que no le subiesen la ropa que había encargado,
ahora que tenía a Laura con él no le molestaba demasiado -antes tampoco, había
desarrollado a la fuerza la virtud de la paciencia-, pero bien podía iniciar
alguna pesquisa necesaria a distancia. Mientras estaba pensando en eso Laura le
dijo:
- ¿Te importa si me ducho?
A lo que Carlos respondió:
- En absoluto, ve al baño.
Laura se levantó de la cama y empezó a dirigirse hacia el
baño, pero se detuvo un momento y, desnuda como estaba, le preguntó sonriente a
Carlos:
- ¿Me acompañas?
Carlos evaluó la belleza de Laura y le contestó:
- Empieza tú, enseguida te cojo.
Laura rió y repuso: -Eso espero...-
Carlos fue hacia el ordenador personal que había en la suite
a disposición de los clientes. Lo encendió y entró en google, primero buscó las
entradas existentes sobre el cardenal Ebbon, fue repasando su carrera de los
últimos años –los que Carlos había pasado enclaustrado- y su ascenso a la
púrpura cardenalicia y en la curia vaticana, de la que al parecer se había
convertido hacia poco en “hombre fuerte”. Fue reteniendo y anotando los datos
que le parecieron más relevantes y aquellos otros que le parecieron de utilidad
para sus planes. No obstante estos tenían como prioridad más inmediata otro
objetivo, otro prohombre de la Iglesia que había prosperado tras los pasos de
Ebbon, el antiguo canciller Bernardo que ahora, como episcopo, ocupaba la silla
que había dejado vacante Ebbon en su ascenso.
Bernardo era por donde se tenía que empezar, por él y por el
obispado local. Carlos actúo con Bernardo de la misma manera que con Ebbon,
buscando la información pertinente y reteniéndola. Se informó que durante
aquella semana el obispo sólo tenía actividades locales, pero a la siguiente
partía de viaje a Roma. Bien –pensó Carlos-, tanto una cosa como la otra
convenía a sus planes.
Se escuchaba el sonido de la ducha y las dos cabezas de
Carlos recordaron a Laura, una con la imaginación y la otra con sus recién
despertados y satisfechos instintos. Dejó el ordenador y se dirigió al baño.
Laura estaba frotando suavemente el jabón sobre su cuerpo,
su oscura piel brillaba por efecto del agua que la mojaba, contrastaba también
con ella la blanca espuma del gel. Escuchó como Carlos entraba en el cuarto de
baño y sonrió para sí. Sintió que unas manos la enlazaban por los senos y le
acariciaban los pezones, entonces sintió algo más, como por sus nalgas se abría
paso una firme turgencia. No lo había esperado –no todavía-, lanzó una
exclamación que era al tiempo un gemido, mientras escuchaba la voz de Carlos
que le decía:
-Espero que te parezca bien que subsanemos ahora lo que
teníamos pendiente…
La joven volvió a gemir y apoyó sus manos en las paredes de
la ducha mientras separaba sus piernas para que el miembro de Carlos la
penetrase más profundamente por su ano.
Fuera, en la habitación, en la pantalla del ordenador, la imagen de Su Ilustrísima el obispo
Bernardo, vestido con el ropaje propio de su dignidad y magisterio de la Santa
Madre Iglesia, presidía paradójicamente el coro de gemidos y suspiros que
surgía del baño. Su expresión era a la par solemne y complacida.
Jorge Romero Gil
Me ha recordado una deuda pendiente que tenemos usted y yo, mi querido Incubo
ResponderEliminarMi muy estimada Súcubo, hay cosas que es preciso paladearlas en la anticipación más que con anticipación, digamos que desde el primer y más inicial de los momentos ¿podríamos considerar eso el cobro de los intereses de las deudas? Lo pensaré...
EliminarPor otra parte nuestras deudas son también lazos, y no conviene que entre incubos y súcubos se extingan los lazos, mejor consumarlos -que no extinguirlos- y renovarlos en el fuego que nutre a nuestra específica naturaleza ¿no te parece? Los dáimón necesitamos ese fuego.
Saludos desde el Averno -a fin de cuentas nuestro propio cielo-