sábado, 11 de agosto de 2012

Carlos el Calvo VI (serendipias francas desencajadas). Servicios hoteleros


Se llamaba Laura, aunque en realidad no era su nombre verdadero , más bien era su nombre “artístico”, sucedía que lo utilizaba tanto y tan habitualmente que “Laura” ya le salía casi espontáneamente cuando le preguntaban por su nombre. Comenzó con ese nombre porque físicamente se parecía a una “starlette” del cine erótico europeo de los años setenta, Laura Gemser, y su negocio, aunque diferente del de la actriz, tenía que ver con lo erótico. La principal diferencia radicaba en que lo que una ofrecía en la impostura nuestra Laura lo ofrecía en la realidad, y no le molestaba, para ella no era más que su trabajo y como tal se lo tomaba, en su caso había sido una decisión libremente tomada. Sencillamente había preferido ese tipo de papel –lo vivía como un asunto de teatro “amateur”, aunque era consciente de ser una excelente profesional en su propio campo- a su anterior trabajo de dependienta en una “boutique”, no había ningún motivo traumático para ello, solo había uno bastante pragmático: había pasado a ganar mucho más dinero.

Cruzó la puerta del Hotel Lorena y sintió como la seguían las miradas masculinas, estaba acostumbrada, por lo demás le gustaba provocar esa reacción, era un indicador claro de que su valoración estaba en alza. Se dirigió hacia el mostrador tras el que reinaba el recepcionista de día y le saludó –Hola Marc-. “Marc” era apócope inverso de “Hincmarc”, un mal día lo puede tener cualquiera, todo indicaba que los padres de Marc lo tuvieron a la hora de escoger su nombre.

Marc, el recepcionista, esbozó una sonrisa y lanzó una mirada apreciativa, pues apreciaba a Laura en más de un sentido. Consideraba que además de persona de confianza –bueno, dentro de la confianza posible en su negocio- era una buena chica y, porque no decirlo, una chica que “estaba buena”, incluso no seria inexacto aplicarle el adverbio “muy” al concepto. A Marc no le hubiera molestado –y en ocasiones lo había barajado- apreciar a Laura en la intimidad y en todo el esplendor de su naturaleza, pero, por una parte, no quería mezclar emociones y placer con negocios, y, por otra parte, no sabía como se tomaría Laura semejante propuesta, que cambiaría los esquemas de su relación. En cualquier caso Marc intuía que eso debilitaría su posición respecto a su amiga, lo que no le convenía. Era mejor dejar las cosas como estaban.

-Hola Laura- dijo –te agradezco que hayas podido venir, creo que tenemos un buen asunto entre manos, aunque más bien lo tendrás tú...

-Anoche llegó un cliente, algo excéntrico y parece que con mucho dinero, por lo que lleva pedido hoy he pensado que podríamos incluir tus servicios en los servicios que le ofrecemos, a fin de cuentas todos salimos ganando, el Lorena, tú, yo y nuestro cliente, que es lo primero -apuntilló Marc con la más profesional de sus sonrisas-.

Laura le dirigió una mirada divertida y le dijo -Sí, claro, tú siempre pensando en los demás, pues para ser el cliente lo primero lo has dejado para el último de la lista.

Marc hizo un gesto con la mano para descartar la objeción y dijo -Ya se sabe que los últimos serán los primeros... Pero dejemos de filosofar y preparemos con discreción el tema. Supongo que te interesa ¿no?

Laura repuso -No, he venido porque me apetecía pasear... ¡que manía tienes de dar rodeos! Bueno, cuando me has llamado me has dicho que ya le habías planteado el asunto, estaría bien que me dieses los detalles a mi.

Marc adoptó una pose profesional y empezó a recapitular – El compañero del turno de noche me ha informado esta mañana de su llegada, está en la suite Loira, a eso de las once ha empezado a pedir cosas, comida abundante, ropa cara y objetos de lujo, aquí es cuando he empezado a pensar en ti, eres un lujo y es de lo más apetecible comerte... -Marc hizo una pausa y continuó – Tenía que asegurarme que mi intuición era buena y que tu perfil encajase en los gustos de nuestro amigo, así que le he sondeado.

¿Como lo has hecho? -preguntó Laura-.

Marc, con el rostro inexpresivo, repuso -Le he llamado por teléfono y se lo he preguntado.

¿Directamente? -volvió a inquirir una algo sorprendida Laura.

Pues sí -dijo Marc-, he tenido la impresión de que lo mejor era ir directo al grano y no dar rodeos, ha sido un riesgo, pero algo me decía que en este caso era la mejor aproximación. El tono en el que hacia sus demandas era sencillo y categórico, he pensado que apreciaría lo mismo en una propuesta, así que le he dicho “creo, caballero, que parece faltar una cosa que completaría su lista de peticiones, se trata de sexo, el Lorena tiene a gala que sus clientes queden completamente satisfechos de su estancia entre nosotros, seria imperdonable para el hotel que un cliente de su categoría quedase defraudado en algo, así que me tomo la libertad de indicarle que si lo desea tenemos a su disposición algo así como una subcontrata al respecto, solo quería informarle de esta posibilidad y saber si le interesa”. Creo que le ha pillado un poco por sorpresa, ha habido una pequeña pausa pero me ha contestado “sí, me interesa”, así que he seguido por la vía de la acción directa y le he preguntado “¿desea usted compañía masculina o femenina?”, esto ha sido más automático, me ha dicho “femenina”.

Laura interrumpió el relato y exclamó -¡Si parecías un servicio de atención al cliente!

Marc retomó la exposición – De eso se trataba precisamente... Cuando me ha dicho que “femenina” ya no me ha quedado duda de que debía recurrir a ti, así que le he dicho “perfecto, tengo a la persona ideal, se trata de una colaboradora sumamente hermosa, profesional y discreta ¿desearía que la avise ahora?” a lo que me ha respondido “sí, cuanto antes pueda venir mejor”, creo que ha sido la frase más larga que ha utilizado, no sé si tendrás que darle mucha conversación pero no esperes demasiada por su parte...

Ahora le tocó a Laura hacer un gesto de indiferencia con su mano -No te preocupes, ya me las arreglaré, el usar la boca no es un problema...

Marc continuó -No dudo de tus habilidades ni de tu saber hacer, le he dicho “¡estupendo! La aviso enseguida, en cuanto llegue la remitiré a su suite, la cuestión de las regalías ya la tratarán entre ambos” me ha dicho “bien” y eso es todo.

Laura seguía mirando algo asombrada a Marc -¿Regalías? ¿le has dicho regalías?

Marc contestó -Pues sí, es que honorarios me parecía demasiado crudo...

¡Y “regalías” demasiado cocido! -dijo Laura-. Y hablando de “cocido” creo que aunque tu instinto no te haya engañado, cosa que no me extraña habiendo “regalías” de por medio, no debieras ir de fiesta y beber tanto antes de ir a trabajar, me parece que ni siquiera has entrado en la resaca... ¡”regalías”! ¡vaya idea!

Te agradezco que te preocupes por mi lucidez -le indicó Marc a Laura-, pero creo que sobreviviré a los efectos de la fiesta, en fin..., el caso es que nuestro amigo me ha entendido. En cuanto a las “regalías” entre tú y yo me das el porcentaje de siempre, ya sabes que me fío de ti.

Lo sé, lo sé -dijo Laura-, la confianza es mutua, voy para la suite -Laura hizo ademán de marcharse pero de repente se giró y le dijo a Marc mirándole fijamente- Por cierto, si en alguna ocasión quieres las “regalías” en “especie” no tienes más que decírmelo -sonrió pícaramente mientras descendía su mirada a la entrepierna de Marc, que parecía algo agitada- será un placer, creo que mutuo teniendo en cuenta como me miras desde hace un tiempo... ¡Cuídate la resaca! ¡nos vemos luego!

Marc quedó atónito pero se cuidó de mostrarlo, así que Laura se había dado cuenta de sus cavilaciones respecto a ella, y ahora por la vía directa le enviaba la pelota -término bastante adecuado- a su tejado, donde debería jugarla entre su creciente deseo hacia Laura y la inconveniencia del mismo. Marc sabía que si aceptaba el ofrecido pago en “especie” complicaría su relación comercial y, posiblemente, su amistad con Laura, pero si a eso le inclinaba su razón su entrepierna -como había observado Laura- le pedía otra cosa.

Con estos pensamientos y con una resaca emergente -aunque disimulada por la compostura profesional- dejo Laura a Marc mientras enfilaba hacia al ascensor, con cierta sensación de coquetería satisfecha pues sabía como la estaría mirando su amigo y asociado. Además estaba contenta porque su instinto había acertado de pleno respecto a como evolucionaba la actitud de Marc hacia ella, tendría que estudiar las posibilidades que eso significaba, aunque por ahora iba a concentrarse en su cliente.

Carlos se encontraba en su suite, en la práctica estaba inmovilizado en ella hasta que no le trajesen la ropa que había encargado, estaba seguro que eso sería durante las próximas horas pero… eso implicaba también una espera de horas. Por eso cuando Marc se aventuró a presentar su propuesta Carlos no tardo en aceptarla.

El antiguo Carlos hubiera estado hecho un manojo de nervios ante la idea de la llegada de una mujer, con fines de lo más explícitos y definidos, pero el nuevo –pese a la también novedosa experiencia- no lo estaba. Había desarrollado una tranquilidad que alcanzaba la frialdad para abordar las cosas, fuesen éstas conocidas o no, esperadas o inesperadas.

Su inminente encuentro sexual debía incluirse en lo novedoso e inesperado. Era novedoso en más de un sentido, pues ni el viejo ni el nuevo Carlos tenían en su balance demasiados asuntos amorosos, de hecho el término “demasiados” sobraba, incluso “alguno” hubiese sido una exageración, y “ninguno” reflejaba la exactitud del papel de la sexualidad –más allá del “autoamor”- en las circunstancias vitales de Carlos.

Por motivos obvios cualquier posibilidad de un “affaire” amoroso con el sexo femenino había sido nula durante los años de su forzado encierro en el monasterio –y ni al viejo ni al nuevo Carlos le interesaba otra posible experiencia sexual-. Antes de eso, el Carlos opusdeista tampoco se planteaba tan pecaminosas acciones, y cuando su imaginación –consciente o en sueños- se aventuraba por esas vías era recriminada y reprimida por su dueño. La oración, el flagelo y el cilicio eran viejos conocidos y asiduos compañeros del viejo Carlos.

Por todo ello el sexo debía considerarse, definitivamente, como novedad. Novedad que Carlos no había incluido en sus planes mediatos pero que cuando el recepcionista del hotel –sin conocer las circunstancias de su cliente- planteó a éste, Carlos apreció inmediatamente la necesidad de aceptar la propuesta en función de normalizar –y actualizar- las experiencias de su vida, en este caso más bien subsanar las inexperiencias. 

Llamaron a la puerta de la suite Loira, Carlos, enfundado en un albornoz, fue hasta ella y la abrió. Al otro lado había una esplendida mujer, tenía un aire felino acentuado por el exotismo de su aspecto, Carlos pensó en una pantera, tal vez influido por el oscuro color de su piel, lucia una larga y lisa melena negra que le llegaba hasta la cintura, llevaba un vestido de color rojo de Christian Dior, que dejaba al descubierto sus brazos y con un generoso pero no escandaloso escote, la falda terminaba poco antes de las rodillas y su atuendo –sencillo, elegante y caro- se complementaba con unos zapatos tipo sandalia, de finas tiras de color también rojo y elevados tacones, igualmente de Christian Dior, y con un pequeño bolso de bandolera Miss Dior.

La joven exhibió su blanquísima dentadura en una deslumbrante sonrisa y se presentó –Hola, soy Laura, creo que me esperabas ¿puedo pasar?

Carlos dijo –Encantado- y apartándose de la puerta añadió –adelante- franqueando el paso a Laura.

Ésta entró en la habitación y Carlos apreció las esbeltas formas de Laura y el suave contoneo de sus caderas. Laura, consciente de que la muestra de sus encantos desde el primer momento aumentaba la excitación de sus clientes, sabía como moverse con gestos precisos que la realzasen y que, a la vez, pareciesen naturales, cuando eran bastante estudiados. Digamos que en algo tan sencillo como la entrada en la suite ya obsequió a Carlos con unas habilidades gestuales dignas de la mejor de las modelos pero sin afectación alguna.

La “casual” exhibición de Laura permitió a Carlos observar unos pechos que bajo el vestido se mostraban erguidos sin trazas de sujetador alguno –Laura no usaba esa prenda, había llegado a la conclusión que excitaba más la imaginación y las pasiones sin ella que con ella- que los sostuviesen, bajo el movimiento de la falda se insinuaba también un magnifico culo, y el corte de sus prendas dejaba ver sus hermosas piernas.

Carlos iba asimilando el cúmulo de sensaciones que, por el momento, se limitaban a lo visual y a insinuar más que a mostrar nada  explícitamente. Sensaciones que se agolpaban en pocos segundos –apenas lo que le llevó a Laura cruzar la puerta y entrar en la habitación- y que, sin embargo, iban desplegándose ante Carlos con gran intensidad, que descubría de ese modo aspectos largamente aletargados, reprimidos y casi “olvidados” de su ser. Por suerte para su compostura la imperturbabilidad –casi frialdad- adquirida por el nuevo Carlos actuaba a su favor, así que esa novedosa agitación interior no se translucía a su comportamiento, expresión y gestos, que aparentaban un gran hieratismo.

Carlos se dio cuenta de que debía plantear a su invitada escueta y claramente cuales eran sus circunstancias, un tanto especiales para un hombre de su edad, pero, el nuevo Carlos consideraba que debía afrontar las cosas directamente, tal actitud formaba parte de su disciplina y pensaba que ayudaba a su autocontrol, además entendía que la mujer necesitaba tener esa información para poder realizar su trabajo de la mejor manera posible, cosa que deseaba Carlos, así que se volvió hacia Laura y le dijo –Soy virgen-.

Laura reaccionó como la excelente profesional que era, no dejo entrever la parte de sorpresa que esa declaración le causaba y empezó a calcular como eso iba a modificar el enfoque del servicio, volvió a sonreír a Carlos con una mezcla de naturalidad y cordialidad y le dijo –Bueno, eso es algo que podemos solucionar si lo deseas, espero que no te moleste que yo no lo sea, por cierto ¿Cómo te llamas?

Disculpa –respondió el aludido-, me llamo Carlos.

Encantada de conocerte –le dijo Laura-, estoy segura de que nos conoceremos a fondo y a plena satisfacción.

Laura observó a Carlos valorativamente, tenía ante si a un hombre de unos cuarenta y tantos años, con la cabeza completamente rapada, con aire fuerte y que desprendía algo marcial, en el desarrollo de su musculatura se notaba que hacia ejercicio asiduamente, el buen ojo de Laura le indicaba que el cuerpo de Carlos no se había forjado en un gimnasio, no daba esa sensación un tanto estereotipada. Parecía además ir al grano y ser parco en palabras –como le había adelantado Marc-, por otra parte su sorprendente declaración no había venido acompañada de rastro de vergüenza o azoramiento alguno, la había expresado inexpresivamente con total naturalidad, sencillamente era un dato que había expuesto. Laura se descubrió pensando en uno de aquellos antiguos monjes militares de la Edad Media, templarios u hospitalarios, le pareció una idea curiosa.

A Laura no le daba malas vibraciones su cliente, eso era importante, en su profesión había aprendido a desarrollar un sexto sentido –que en ocasiones podía ser prácticamente vital- que le permitía intuir si alguien le iba a ocasionar problemas o no, la gente podía ser muy rara y algunos tenían tendencia a confundir el alquiler de un servicio mercenario con la compra de una esclava, estos últimos podían dar rienda suelta a cosas realmente desagradables, pero la sensación que le llegaba de su actual cliente no era esa, no sabía muy bien a que atribuirla pero era positiva. Laura descubrió un poco sorprendida que Carlos le caía muy bien de entrada, se prometió a si misma darle un excelente servicio, quería que el estreno de Carlos, aunque tardío –cosa ya inevitable- fuese inolvidable y tierno, sí, pensó que debía enfocarlo por la ternura, una ternura bien desarrollada que no implicase condescendencia sino dulzura.

Laura se movió por la habitación que constituía la antesala de la suite, no era la primera vez que estaba en ella y la conocía a la perfección, se acercó a la pequeña barra de bar que allí había, miró a su cliente y le dijo:

-¿Te apetece que empecemos por tomar algo?

Carlos dijo -Sí, si quieres champagne podemos pedir una botella-.

Laura lanzó una risita, pues se percató que la propuesta de Carlos respondía a lo que él entendía que debía ser típico de la situación, y dijo -Por mi no, Carlos, aunque sí tu lo prefieres lo pedimos,  pero... déjame adivinar, creo que a ti te gustaría un vodka frío en vaso largo ¿acierto? -Carlos dijo -sí, aciertas, hace tiempo lo tomaba ¿como lo has sabido?- ¡Oh! El adivinar cosas es una de mis habilidades -contestó Laura- tengo otras que ya te enseñaré -añadió sonriendo pícaramente- ven -dijo a Carlos- ya preparo yo las bebidas, para mi me serviré un bourbon-.

Y acto seguido Laura pasó tras la barra del bar y sirvió las bebidas, extendió su brazo para pasarle a Carlos su vaso, y los dedos de sus manos se rozaron, a la experta Laura no le pasó desapercibido que ese breve contacto propició un leve estremecimiento de placer en Carlos, para su sorpresa tal reacción ante un contacto tan inocente la excitó, cosa no muy usual en sus relaciones con los clientes, definitivamente aquel encuentro le estaba gustando. Sin saber muy bien porque -desde luego no por su locuacidad- Carlos le caía muy bien, y ahora resulta que el sentirse deseada por él la excitaba. Laura miró a los ojos a Carlos, alzó su copa y dijo -brindemos por el inicio de una buena amistad-, chocaron sus vasos y bebieron, Laura seguía mirando a los ojos a Carlos, decidió hacer algo que jamás hacia con un cliente, llevada por un impulso acercó su cara a la de Carlos, aproximó sus labios a los de Carlos y lo besó. No fue un beso de cortesía, en cuanto sintió los labios de Carlos sobre los suyos abrió la boca, suave pero firmemente, y con su lengua buscó la de su cliente, encontrándola y dirigiéndola, entreteniéndose en un largo beso sin prisas.

Cuando terminó el beso volvió a mirar a Carlos, descubrió en su mirada una mezcla de deseo, determinación y tranquilidad, ese conjunto le gustó. Durante el beso Carlos se había aplicado en seguir las sutiles indicaciones de la lengua de Laura, ella pensó que esa era una buena señal, Carlos no iba a ser un alumno torpe o “cortado”, Laura no deseaba que lo fuese, cada vez tenía más claro que quería que el estreno de Carlos fuese de lo más satisfactorio para él, se sorprendió por ello, porque eso le interesase a ella personalmente, todavía se sorprendió más cuando se dio cuenta que quería que él la recordase por mucho tiempo. Pensó que aquel servicio estaba resultando muy agradable y muy raro, en fin... lo que importaba es que fuese agradable.

Laura enlazó su mano con la de Carlos y diciendo -vamos- se dirigió hacia el dormitorio de la suite, llevando a Carlos con ella. Había decidido actuar, y que la acción fuese la guía de Carlos, intuía que no había que ofrecer explicaciones sino ofrecerse y en eso estaba.

Llegaron a la cama y se sentaron uno junto a otro encima del lecho, Laura no paraba de sonreír y aunque Carlos no lo hacía con su boca sí lo hacia con su mirada, que también iba reflejando deseo, pasión y esa tranquilidad que parecía ser una clave de autocontrol que paliaba cualquier asomo de torpeza, todo eso que Laura detectaba en Carlos la iba llevando -como ya se ha dicho- a una nada usual excitación, sensación nueva que era de su agrado.

Laura llevó sus manos hacia la parte superior de su vestido, deslizó los tirantes del mismo por sus hombros y bajó la prenda hasta la cintura, mostrando sus senos desnudos y su brillante piel oscura. Tenía unos hermosos pezones de color marrón oscuro, alrededor de los cuales se extendía una proporcionada aréola, ni demasiado grande ni demasiado pequeña, en cierto modo en correspondencia con el equilibrado tamaño de sus senos, que tampoco eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, y que se mantenían orgullosamente erguidos.

La mirada de Carlos alternaba entre los ojos de Laura -a los que no parecía querer perder de vista- y sus tetas desnudas, casi parecía dudar entre los dos hipnotismos que por ahora le proporcionaba la persona de Laura, pero no había nada irrisorio en ello y sí mucho -para Laura- de conmovedor. La verdad es que ésta estaba un poco conmocionada por las inusuales y bastante inexplicables sensaciones que Carlos le despertaba, digamos que eso alteraba sus patrones de comportamiento profesional. Laura estaba acostumbrada a que la mirasen mucho -cosa que no le disgustaba- pero no estaba nada acostumbrada a que alguien clavase la mirada en sus ojos y pareciese buscar sus emociones, sus sentimientos, y aún más raro era que esto compitiese y prevaleciese sobre... el atractivo de sus impresionantes tetas.

Laura respondía a cada mirada con otra mirada, y a cada sensación con otra, pero tampoco olvidaba la acción, ni que ella debía ser quién la dirigiese. Sonriendo a Carlos susurró -ven- y por segunda vez rompió su norma y volvió a besar en la boca a su cliente. Al mismo tiempo fue a buscar las manos de Carlos para dirigirlas hacia sus tetas, solo que encontró que no era necesario, éstas habían ido allí por iniciativa propia, Laura, entonces, puso suavemente sus manos encima de las de Carlos y comenzó a dirigir el sentido de las caricias de éste, y haciendo una pausa en su beso  dijo simplemente -así-, acto seguido continuó fundiendo su boca con la de Carlos.

Carlos tomó la iniciativa y empujó con suavidad a Laura hacia el colchón, ambos quedaron tendidos y atravesados sobre la cama. Sin saber muy bien como Carlos había perdido su albornoz que fue a parar al suelo, así que un desnudo Carlos se aplicaba sobre una semidesnuda Laura. Podría decirse que Carlos iba desplegando una tranquila pero continua aceleración, y un control que resultaba chocante teniendo en cuenta lo primerizo de sus acciones, Boecio se hubiese asombrado de esa particular aplicación de su Consolatio Philosophae.

En mitad de sus movimientos Laura decidió que era el momento de igualar a Carlos en su desnudez, aquí la parte práctica también intervino: no deseaba que se rompiese su carísimo vestido de Dior, aunque no solo era eso, la verdad es que también le apetecía presentar a la vista de Carlos las credenciales del resto de su cuerpo. Así que sin dejar de besar a Carlos -ya había perdido la cuenta de cuantos besos habían sucedido al número “dos”-, y dejando las caricias de sus pechos al total albedrío de su amante, bajó sus manos hacia la cintura y empujó hacia abajo su vestido, siguiendo de reojo la caída del mismo al suelo, casualmente, encima del albornoz de Carlos. Acto seguido llevó sus manos hasta sus bragas -unas elegantes V-string de Victoria's Secret- y se despojó de ellas, quedando su sexo visible, aunque Carlos todavía no lo vio, pues aún seguía concentrándose en su boca y sus tetas.

Ya desnuda -excepto por los zapatos- Laura volvió a aplicarse a la acción, separó su boca de la de Carlos y le dijo -bésame las tetas-, éste volvió a mirarla y ofrecerle la ya habitual mezcla de sensaciones de su mirada, le respondió -será un placer- y acto seguido fue a aplicar su boca a los pechos de Laura, ésta dirigía con la mano los movimientos de la cabeza de Carlos, y le dijo -los pezones, chúpame bien los pezones-, en esta ocasión Carlos no respondió de palabra sino de obra, y siguiendo sus instintos más que sus conocimientos comenzó a aplicar su lengua en los pezones de Laura, al poco alternaba esto con besar suavemente sus hermosas aréolas y, al poco, Laura empezó a notar que sus pezones se ponían duros, abrió su boca y empezó a gemir, en realidad eso no era extraño, lo que sorprendía a la misma Laura es que... lo hacia en serio, sus leves y entrecortados gemidos eran naturales no parte del teatro propio de su oficio, posiblemente Carlos no hubiese distinguido lo natural de la impostura, pero el caso es que Laura sabía perfectamente que no estaba fingiendo, no solo el sonido de su boca sino la erección de sus pezones así lo proclamaban. En mitad de su imprevisto placer Laura alcanzó a pensar que aquella curiosa mirada de su cliente la estaba llevando por un delicioso pero peligroso camino, una profesional no podía permitirse el lujo de ciertas emociones. El pensamiento se diluyó en una nueva oleada de gemidos, la lengua de Carlos se mostraba más que activa con las tetas de Laura.

Laura dejo hacer a Carlos, no tenía necesidad de dirigirle en lo que éste le estaba haciendo, y no tenía esa necesidad porque lo estaba haciendo sobradamente bien, utilizaba su lengua con soltura sobre los senos de Laura, bien besándolos, bien chupándolos, cambiando la intensidad y la presión sobre ellos, no se daba ninguna prisa y no parecía cansarse en absoluto de esa fase. Laura tenía la impresión de que quería “absorberla” y estaba disfrutando de la parsimonia y dedicación de Carlos sobre sus tetas. Sus pezones seguían erectos y ella seguía gimiendo.

En un momento dado la cabeza de Carlos se alzó de los pechos de Laura y fue nuevamente al encuentro de sus labios, los encontró y comenzó a besarla como Laura le había enseñado hacia bien poco, una de sus manos volvió a acariciar las tetas de la joven mientras la otra se deslizaba hacia su cintura, primero la tomó por allí y la atrajo hacia sí, pero poco después empezó a deslizarla por las nalgas de Laura que comenzó a acariciar. Entre uno y otro beso Laura separó ligeramente su rostro del de Carlos y le dijo -aprendes muy rápido, apenas te tengo que enseñar ¿me harías un favor?-

Carlos respondió -el que tú quieras-.

Laura sonrió y le dijo -es uno con el que espero que disfrutes, quiero que ahora uses tu lengua en mi sexo- por si Carlos necesitaba aclaraciones Laura precisó -vaya, que me comas el coño-.

Carlos volvió a hundirse en los ojos de Laura, cosa que volvió a afectar a ésta, y le respondió -favores como ese puedes pedirme los que quieras, guiame-.

Laura pronunció un entrecortado “bien” y apoyando sus manos en los hombros de Carlos lo condujo hacia la zona de su sexo. Lo hizo despacio para que Carlos pudiese contemplar bien su anatomía, Carlos hacía algo más que contemplar, se entretuvo en su itinerario por Laura en lamer y besar suave y pausadamente el vientre de la joven, alcanzada la zona púbica Carlos se hipnotizó en el esplendor de Laura. Ésta presentaba un cuidadosamente arreglado pubis, a diferencia de lo que había llegado a ser usual Laura había decidido no realizarse una depilación brasileña, quería marcar alguna diferencia, y lo hizo por la vía de mantener su pelo púbico pero sin dejarlo campar “salvajemente”, lo llevaba concienzudamente arreglado, ni muy largo ni muy corto, formando una suave alfombra que anunciaba su intimidad, además podía observarse un tono más claro en la piel que rodeaba su cuidado jardín, que volvía a oscurecerse hacia sus muslos y hacia su vientre, ese contraste contribuía también a resaltar el atractivo del ya de por sí bello sexo de Laura.

No es que Carlos tuviese a nadie en mente con quién comparar lo que veía, pero lo que veía le llenaba de sensaciones, se sentía emocionado y físicamente cada vez más excitado. Empezó a besar entonces el césped del pubis de Laura, delicada y lentamente, pasó su lengua por la clara piel de la zona limítrofe de Laura, prestándole también su atención a través de suaves besos que recorrieron aquel territorio de frontera. La muchacha comenzó a gemir nuevamente. Laura animaba a Carlos diciendo -así, así... no tengas prisa-. Y Carlos no mostró ninguna prisa, más bien estaba ensimismado con el pubis de Laura, al que había decidido dedicarle toda su atención.

Con la punta de su lengua iba marcando imaginarias sendas a través del cuidado bello de las inglés de su amante, se entretenía ahora con un pelo ahora con otro, cuando no hacia eso iba hacia la clara línea de piel que lo delimitaba, iba allí para besarla, aunque también la lamia. Sus manos no permanecían inactivas, por momentos las deslizaba hacia el culo de la hermosa mujer, que apretaba y empujaba hacia arriba, lo que obligaba a Laura a arquear algo sus piernas elevando la zona de su sexo que quedaba así más expuesta a la atención de Carlos, quién expresamente se obligaba a no desviar su vista, aún, a lo más íntimo de la intimidad de Laura, Carlos deseaba “pasear” a gusto por el “jardín” que rodeaba esa intimidad. Las manos de Carlos también subían por la espalda de Laura o, por delante, viajaban por el vientre, y desde ahí llegaban nuevamente a las tetas de Laura, donde se entretenían masajeando y acariciando sus pezones.

Las manos de Laura acariciaban la cabeza y la espalda de Carlos, aunque en algunos momentos estiraba los brazos por encima de su cabeza para apretar uno de los lados del colchón mientras aumentaba la intensidad y el ritmo de sus gemidos.

Habiéndose tomado su tiempo en explorar y saborear el pubis de Laura Carlos decidió que ya era el momento de pasar a ocuparse del túnel de sus piernas, vaya, de su coño, Carlos iba sintiendo por momentos otras urgencias propias -podría decirse que su miembro viril iba adquiriendo proporciones de “cipote emérito”-, pero estaba de lo más interesado en Laura, por un lado, y no deseaba una primera experiencia breve sino larga, por otro lado; así que usando su autocontrol -en un asunto en el que hasta entonces no lo había utilizado-, contuvo los apremios de su anatomía y continuó interesándose en la de Laura, para resaltar a ésta su carácter de primerizo y la necesidad de cierta supervisión así como para indicarle que cambiaba de tercio le dijo: -guíame- y acto seguido separó algo más las piernas de Laura, contempló la hermosura de su intimidad y empezó a aplicar su lengua sobre ella.

En cuanto Laura sintió la lengua de Carlos paseando por su clítoris agudizó sus gemidos, que seguían siendo completamente espontáneos, y su excitación -para su sorpresa y satisfacción- fue en aumento. Bajó sus manos hacia la cabeza Carlos para ayudar a dirigir su acción, cuando noto que la lengua de Carlos operaba adecuadamente en la zona correcta dijo -por ahí- y añadió -sigue-, en un momento dado de sus evoluciones la lengua de Carlos localizó el punto Gräfenberg de Laura -coloquialmente el punto G-, este hito fue obsequiado con un nuevo aumento de la intensidad y tono de los gemidos de Laura, que Carlos interpretó acertadamente como un estimulo y un aplauso a su actuación, se sintió como Admunsen alcanzando el Polo Sur, y decidió redoblar sus esfuerzos -muy agradables, todo hay que decirlo- y tomarse mucho tiempo en tomar aquella parte de Laura.

Ésta apenas podía creer lo que estaba sintiendo, sabía que había perdido los papeles y que su comportamiento no era ya el de una profesional sino el de una amante -cosa que la profesional que había en ella le reprochaba sordamente con un “esto no se hace” interior, aunque muy lejano-, no entendía como alguien sin experiencia alguna podía desplegar tal sabiduría oral, pues la lengua de Carlos estaba tratando su punto G con una maestría, una paciencia y una persistencia -que tenía algo de implacable- que Laura no recordaba. Como no recordaba tampoco haberse corrido alguna vez con un cliente, cosa que sintió estaba a punto de hacer. Laura se corrió bajo la acción de la lengua de Carlos, lo hizo en mitad de suspiros y gemidos, siendo apenas capaz de pronunciar un entrecortado -me voy-. Subrayando esas breves palabras sintió como eyaculaba en mitad de un orgasmo.

Carlos también notó en su boca un líquido que no era su saliva, interpretando la situación correctamente -y sintiéndose algo orgulloso por conseguir aquello de Laura- decidió que... aún no había terminado allí. Como no estaba demasiado seguro de la calidad de sus acciones -aunque empezaba a intuir que no estaba mal para un estreno- quería compensar eso con la cantidad. Así que pensó que era mejor que Laura se preparara para una actuación concienzuda y larga de la “lengua-Admunsen” en su punto polar y en sus particulares espacios antárticos, también pensó que cuantos más deshielos mejor, es más, deseaba provocar avalanchas liquidas en Laura.

Ésta dejo de pensar “no me lo puedo creer”, es más, al cabo de poco decidió no pensar y concentrarse en sentir. Antes que la lengua de Carlos se diese por satisfecha -y media su satisfacción por la que presumía en Laura- la joven se corrió un par de veces más, jamás le había pasado eso en un servicio -y por lo que recordaba fuera de él tampoco-, estaba desconcertada, exultante e incluso sentía una curiosísima -y excitante- sensación de vergüenza.

Sí, eso era, sentía vergüenza por haberse corrido, porque eso era como desnudarse realmente, mucho más completamente y a fondo que su acostumbrada desnudez física. Laura se sorprendió -una vez más, y llevaba unas cuantas-, sentía vergüenza y excitación, si le hubieran preguntado hubiese dicho que estaba muy caliente, mientras estos pensamientos se agolpaban de manera desordenada en su mente sintió que de nuevo la humedad se deslizaba por su entrepierna, acababa de correrse por cuarta vez. Pensó “apenas hemos empezado” y sintió un estremecimiento de placer y anticipación ante lo que le esperaba.

Laura apartó con suavidad la cabeza de Carlos de su sexo y le dijo –es hora de que yo haga algo- hizo que Carlos se tumbase boca arriba sobre la cama y ella se puso encima de él, se besaron largamente y Laura dijo –ahora me toca a mi- y se deslizó en busca del pene de Carlos, del que tenía constancia que se encontraba erecto desde hacia un buen rato, pero en sus juegos Laura, por decirlo así, aun no se había encontrado cara a cara con la virilidad de Carlos, ahora lo hacia y exclamó -¡increíble!- pues el pene de Carlos mostraba unas dimensiones , una solidez y una donosura poco habituales, en aquellos momentos hubiera podido competir con el de su hermano Lotario por el título de “el cipote”, pero ni Carlos ni Laura eran conscientes de la posible comparativa. En cualquier caso Laura tenía ante su rostro una auténtica columna y decidió aplicarse a fondo en ella, antes de comenzar le dijo a Carlos –no quiero que te vayas rápido, si notas que te vas a ir me lo dices y pararé un poco-, a lo que Carlos repuso un simple –bien-, y es que Carlos además de ser parco en palabras se había quedado un poco sin ellas en esta situación, en la que se unía la emoción de su estreno y la emoción que le producía la hermosura de Laura.

Sin mayores dilaciones Laura abrió su boca e introdujo en ella el pene de Carlos, y comenzó a chupar suave y delicadamente. Como le había dicho a Carlos no deseaba que éste se corriese antes de tiempo. Laura se aplicaba bien, con método, sin prisas pero sin pausas, alternaba el chupar la hombría de Carlos  con lamerla no menos cuidadosamente, su cuidado se redoblaba por la consciencia de la inexperiencia de Carlos, pese a la cual, hasta ahora, había que concluir que Carlos aprendía rápidamente y sustituía su inexperiencia por un acertado instinto que le llevaba a realizar satisfactoriamente sus acciones.

Laura no solo dedicaba su atención a la esbelta y sólida columna que Carlos le mostraba, también se dedicó a besar y lamer con delicadeza, usando la punta de su lengua, los genitales de su amante. A lo que el cuerpo de Carlos respondía, en lo interior, con deliciosos y “eléctricos” estremecimientos y, en lo exterior, redoblando si eso era posible la intensidad y el volumen de su erección. 

Laura iba y venía por la masculinidad de Carlos, empleaba en ella su boca y su lengua pero, también sus manos y sus pechos, entre los cuales acariciaba y acunaba el “homenaje” –como hubiera dicho Gisela- que le dedicaba Carlos.

Carlos hacia lo posible por acariciar el cuerpo desnudo de Laura, le fascinaba el brillo y la tersura de su piel, verla le excitaba sobremanera, notar sus acciones aún más, pero, casi al mismo nivel, se encontraban también los roces furtivos de piel contra piel fruto de las evoluciones de los dos amantes sobre sus cuerpos. Su deseo de ella aumentaba por momentos, y llegado el punto Carlos sintió la imperiosa necesidad de plasmarlo en hechos, así que le dijo a Laura –voy a correrme-.

Laura, que en esos momentos tenía ocupada su boca en el miembro de Carlos, detuvo sus acciones y contestó a Carlos –hazlo en mi boca-, segura como estaba que Carlos tenía suficientes reservas líquidas para hacerlo después en otras partes de la anatomía de Laura.

Acto seguido Laura volvió a aplicarse en el pene de Carlos, introduciéndolo en su boca y comenzando a tragar el semen que empezó a fluir inmediatamente del mismo. El pene era también “el cipote” y actuaba como tal, las reservas lácteas de Carlos se desbordaron. Pese a su experiencia Laura apenas podía tragar al ritmo que se producía la evacuación, en un momento dado separó su cabeza de aquel flujo y sosteniendo con una de sus manos el impresionante caño -del que salía un no menos impresionante chorro- lo apuntó hacia sus tetas, y le dijo a Carlos –son tuyas, vacíate en ellas-. Unos minutos más tarde el flujo disminuía y poco después comenzó a ceder.

Carlos podía contemplar a una Laura llena de rastros de su leche, en su cara, alrededor de su boca y, sobre todo, entre sus erguidos senos, el blanco del esperma de Carlos resaltaba sobre el tono oscuro de la piel de Laura.

Por su parte Laura seguía con la mirada fija en “el cipote” de Carlos, que si bien había dejado de manar no había disminuido en absoluto su tamaño, ni su actitud de “mostrar armas” ante Laura. La joven lo acarició con una de sus manos, sonrió a Carlos pero antes de que pudiese decir nada éste se adelantó, puso a Laura a su misma altura y la besó, diciéndole a continuación- ven, quiero tomarte-. Laura respondió tumbándose en la cama y atrayendo hacia ella a Carlos, sin dejar de sonreír y de mirar a Carlos a los ojos, separó sus piernas y le dijo a Carlos –soy toda tuya, penétrame-.

Carlos respondió besándola al tiempo que su pene tanteaba la entrepierna de Laura, la mano de ésta agarró el miembro de Carlos y lo dirigió expertamente hacia el interior de su cuerpo, notando el primer empujón de la virilidad de Carlos en su femineidad, fue el primero entre muchos.

Carlos deseaba a Laura con una intensidad casi dolorosa, si hubiera conocido a otras mujeres antes que a ella podría haberse dicho por comparación con una intensidad desconocida, pero no había opción comparativa, pero lo cierto es que el deso de Carlos no se extinguía con los embates sino que aumentaba. Mirar a Laura, verla, tocarla, sentirla... todo eso no hacia más que incrementar sus ganas de ella. Podría decirse que deseaba poseerla “integralmente”, completamente.

Laura se sentía más que dispuesta, hacia rato que había perdido la compostura -y la impostura- profesional. Ella sí que podía comparar y no recordaba a nadie con semejante ansia de ella -y había conocido a hombres ansiosos-, notaba a Carlos dentro de ella y notaba también que quería tomarla más allá del puro acto físico, lo notaba por como buscaba en todo momento sus ojos, cuando Carlos apretaba más su pene en la vagina de Laura la miraba también con más intensidad, que iba creciendo a medida que los empujones de Carlos en el interior de Laura crecían también en ritmo y fuerza. Laura devolvía las miradas, gemía y también gritaba, tenía separadas sus piernas lo más posible y con sus manos agarraba las nalgas de Carlos ayudándoles en sus movimientos de impulso hacia dentro de su coño.

Así Carlos tomó a Laura, ésta sintió como ahora la leche de Carlos entraba por las cavidades de su sexo y la llenaba, le gustó la sensación y, a su vez, se corrió junto a Carlos.

Sin embargo Carlos no había acabado aún, cuando acabó de emitir sus flujos no retiró  su pene de Laura, la erección seguía allí, como notaba una desconcertada Laura, y el martilleo volvió a comenzar. Laura abrió los ojos y la boca, los ojos mostraban sorpresa y agrado, la boca lanzaba grititos roncos y exclamaciones cada vez que Laura sentía una de las embestidas de Carlos, exclamaciones que solo eran acalladas cuando sus bocas se unían en largos besos. Laura fue tomada tres veces más sin que Carlos llegase a salir de ella.

Como pese a eso las energías de Carlos continuaban mostrándose firmes Laura tomo la iniciativa y se subió encima de su amante, éste la penetró así nuevamente, y nuevamente se corrió en ella.

Laura se dejó caer encima de Carlos y empezó a acariciarle suavemente y a buscar su boca para un nuevo beso, tras besarse Carlos le dijo -ponte de espaldas-  y la asombrada Laura -asombrada por las reservas de su cliente- se colocó sobre el colchón a cuatro patas, Carlos se sitúo tras ella, buscó su sexo, y volvió a penetrarla. De esa manera fue poseída otras dos veces.

Finalmente ambos se dejaron caer sobre el colchón, uno encima del otro, y, ahora sí, se dedicaron a caricias post coito y a besarse suavemente. Laura le dijo a Carlos -no sé si me creerás pero ha sido increíble-.

Carlos le respondió -Para mi lo ha sido, aunque me temo que habré sido algo torpe-.

Laura volvió su cara hacia él y le contestó -No, de verás que no, no te lo digo por decir,  cuando no tenías las cosas muy claras has seguido tu instinto y mis indicaciones, y todo lo has hecho de maravilla, te lo digo en serio- Lo miró y tras un leve titubeo añadió: -has hecho que me corriera, lo creas o no, y... no es normal que yo me corra.

La muchacha sonrío pícara y dijo: -Aunque aún nos falta una cosa al menos-.

Carlos le dijo- ¿Cual?

A lo que Laura respondió -Todavía no me has enculado, aunque no sé si te apetece...

Carlos contestó -Toda tú eres apetecible, tendremos que subsanar eso de aquí a un rato si te parece.

Laura rió y dijo -Me parece, me parece... Bueno -añadió sonriente-, creo que ya no eres virgen.

Carlos se inclinó hacia ella y le dijo -Gracias a ti ya no lo soy, has tenido la amabilidad y la gentileza de ayudarme a resolver ese asunto- La miro pensativo y volvió a decir -no, no lo soy-. Acto seguido busco los labios de la joven y la besó.

Carlos y Laura retozaban perezosamente en la cama. Laura miró contemplativa sus zapatos tirados en el suelo y dijo -No recuerdo cuando me he quitado los zapatos, ni siquiera si me los he quitado yo o has sido tú...

Carlos respondió -Te los quite yo, suelo recordar las cosas, y tengo cosas que recordar y asuntos de los que ocuparme-. Y mirando a Laura añadió -aunque no hay prisa, nada que no pueda esperar, todo a su tiempo-. La mano de Carlos se deslizó entre los muslos de Laura y se entretuvo acariciando suavemente su sexo. Ésta gimió y se abrazó a Carlos, ambos se fundieron en un largo beso.

Hicieron nuevamente el amor y, nuevamente, Laura se olvidó que estaba prestando un servicio. Cuando acabaron continuaron abrazados.

Carlos miró a Laura mientras le acariciaba un hombro dulcemente, le dijo -¿Tienes prisa?

Laura contestó -No más de la que tengas tú-. Sonrió algo maliciosamente y le dijo -estoy a tu servicio-.

Carlos le respondió -¡Perfecto! Me gustaría que pasases todo el día conmigo- De repente cayó en la cuenta que no habían abordado el tema económico, así que le dijo a Laura -¡Disculpa! No te he preguntado por tus honorarios. Lo que tu indiques estará bien-.

Laura alzo la mirada y dijo -¡Ah! ¡las “regalías”! Eres muy generoso dejándome decidir a mi su cuantía ¿te parece bien 2000 euros por todo el día?

Carlos dijo -Me parece muy bien ¿así que 4000 por dos días?

Laura rió -¡Que ansioso y que generoso! Pero no voy a aprovecharme de ti, por dos días te hago un descuento, 3200 euros por 48 horas ¿estamos de acuerdo?

Carlos le contestó -¡Del todo! ¡hermosa y honrada! ¿qué más se puede pedir?

Laura volvió a reír con más ganas -¡Es que no quiero que me pidas la hoja de reclamaciones! Quedaría mal en mi curriculum... Pero me alegro que me veas así.

¿Desnuda? -repuso Carlos mirándole las tetas-.

Laura dijo -Bueno, también me alegro de que te guste mi desnudez. La tuya tampoco esta mal... -y sus dedos juguetearon por el torso de Carlos.

Carlos comenzó a pensar sus siguientes movimientos, se veía inmovilizado en la suite hasta que no le subiesen la ropa que había encargado, ahora que tenía a Laura con él no le molestaba demasiado -antes tampoco, había desarrollado a la fuerza la virtud de la paciencia-, pero bien podía iniciar alguna pesquisa necesaria a distancia. Mientras estaba pensando en eso Laura le dijo:

- ¿Te importa si me ducho?

A lo que Carlos respondió:

- En absoluto, ve al baño.

Laura se levantó de la cama y empezó a dirigirse hacia el baño, pero se detuvo un momento y, desnuda como estaba, le preguntó sonriente a Carlos:

- ¿Me acompañas?

Carlos evaluó la belleza de Laura y le contestó:

- Empieza tú, enseguida te cojo.

Laura rió y repuso: -Eso espero...-

Carlos fue hacia el ordenador personal que había en la suite a disposición de los clientes. Lo encendió y entró en google, primero buscó las entradas existentes sobre el cardenal Ebbon, fue repasando su carrera de los últimos años –los que Carlos había pasado enclaustrado- y su ascenso a la púrpura cardenalicia y en la curia vaticana, de la que al parecer se había convertido hacia poco en “hombre fuerte”. Fue reteniendo y anotando los datos que le parecieron más relevantes y aquellos otros que le parecieron de utilidad para sus planes. No obstante estos tenían como prioridad más inmediata otro objetivo, otro prohombre de la Iglesia que había prosperado tras los pasos de Ebbon, el antiguo canciller Bernardo que ahora, como episcopo, ocupaba la silla que había dejado vacante Ebbon en su ascenso.

Bernardo era por donde se tenía que empezar, por él y por el obispado local. Carlos actúo con Bernardo de la misma manera que con Ebbon, buscando la información pertinente y reteniéndola. Se informó que durante aquella semana el obispo sólo tenía actividades locales, pero a la siguiente partía de viaje a Roma. Bien –pensó Carlos-, tanto una cosa como la otra convenía a sus planes.

Se escuchaba el sonido de la ducha y las dos cabezas de Carlos recordaron a Laura, una con la imaginación y la otra con sus recién despertados y satisfechos instintos. Dejó el ordenador y se dirigió al baño.

Laura estaba frotando suavemente el jabón sobre su cuerpo, su oscura piel brillaba por efecto del agua que la mojaba, contrastaba también con ella la blanca espuma del gel. Escuchó como Carlos entraba en el cuarto de baño y sonrió para sí. Sintió que unas manos la enlazaban por los senos y le acariciaban los pezones, entonces sintió algo más, como por sus nalgas se abría paso una firme turgencia. No lo había esperado –no todavía-, lanzó una exclamación que era al tiempo un gemido, mientras escuchaba la voz de Carlos que le decía:

-Espero que te parezca bien que subsanemos ahora lo que teníamos pendiente…

La joven volvió a gemir y apoyó sus manos en las paredes de la ducha mientras separaba sus piernas para que el miembro de Carlos la penetrase más profundamente por su ano.

Fuera, en la habitación, en la pantalla del ordenador,  la imagen de Su Ilustrísima el obispo Bernardo, vestido con el ropaje propio de su dignidad y magisterio de la Santa Madre Iglesia, presidía paradójicamente el coro de gemidos y suspiros que surgía del baño. Su expresión era a la par solemne y complacida.


Jorge Romero Gil
 


viernes, 30 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo V (serendipias francas desencajadas). Una suite de hotel


Carlos se despertó en la suite que ocupaba en el Hotel Lorena, estaba rompiendo costumbres, de hecho había comenzado a hacerlo durante su encierro, y ahora redirigía el proceso, para empezar el horario. En el monasterio-prisión se levantaba antes del alba todos los días y solo había un baño frio una vez por mes.

En el Lorena durmió hasta las once de la mañana, se había dado una ducha con agua caliente antes de acostarse, y tras despertarse se levantó parsimoniosamente y se sumergió en el jacuzzi de la suite Loira, no tuvo prisas, en realidad no las tenía, en su forzada vida de monje habían desaparecido, eso, y una entereza de cuerpo y carácter –esto último a despecho de los deseos de quienes le habían encerrado-, eran las dos únicas cosas positivas de la experiencia de aquellos años.

Pensó durante el baño sus próximos movimientos. El gran telón de fondo de sus planes estaba minuciosamente trazado, desde hacia tiempo, posiblemente años, pero, como se ha dicho, el tiempo era algo que no pasaba para él, así que no tenía excesiva conciencia del mismo, lo que no tenía trazado, sin embargo, eran sus movimientos en lo cotidiano –aunque para él esa cotidianidad era nueva como correspondía a una nueva vida-, así que pensó en desayunar tras el baño, en concreto en encargar uno desde su habitación, y en segundo lugar encargar otra cosa: un vestuario.

Pero lo primero era lo primero, así que salió del jacuzzi, se envolvió en un lujoso albornoz del hotel y pidió al servicio de habitaciones que le trajesen el desayuno más copioso posible, en aquellos momentos deseaba el exceso, pero, eso sí, bajo autocontrol, porque esa era la clave que le había mantenido cuerdo y le había endurecido a la vez durante los últimos años. Pero si no se cae en el exceso no se puede controlar, es como las vacunas, a fin de cuentas son pequeñas dosis del virus sobre el que se desea inmunizarse.

El desayuno que le sirvieron era del tipo Full English breakfast. Incluía huevos fritos, tostadas, bacon, salchichas, tomate frito, baked beans (judías blancas con tomate), champiñones fritos, patatas fritas, morcilla y una mezcla de patatas y col fritas. Lo acompañó con un vino de Navarra, de la merindad de Valdizarbe, un Artadi.

Tras consumir todo lo anterior pausadamente solicitó por teléfono que le pusiesen en contacto con una de las caras tiendas de moda que habían en el Hotel, le pasaron inmediatamente y solicitó un catálogo, en la tienda, informados de la suite desde la que se realizaba la llamada, hicieron algo más, personarse obsequiosamente en la habitación para preguntar al interesante y potencial cliente que deseaba. Carlos explicó lo que buscaba y tras mostrarle varios diseños finalmente encargó, para empezar, tres trajes Bottega Veneta, uno gris oscuro y dos negros, con camisas a juego y unos mocasines y zapatos Oxford Moreschi, igualmente negros. Le tomaron medidas y, Carlos, indicó que habría más pedidos y una recompensa especial si al menos, durante ese día, le tenían preparados un par de conjuntos. Le aseguraron que así seria.

Carlos paseó por su amplia suite sin saber muy bien que hacer con su tiempo inmediato, con el mediato ya hemos indicado que tenía sus planes, también hemos indicado que no tenía prisas, curiosamente echaba de menos la Consolatio Philosophae de Boecio, porqué era a lo que recurría durante su obligada estancia en el austero monasterio, eso cuando no estaba trabajando en algo, en realidad podían haberle tenido todo el tiempo ocupado, pero parte del proceso de alienación de la voluntad que en aquella institución se practicaba consideraba oportuno dejar espacios para que la mente se extraviase, pese a que a ello le llamaban “reencuentro con el alma”, y, ciertamente, Carlos reencontró un yo que nunca hubiese pensado que tenía, de repente –o, más bien, gradualmente- surgió de su interior, como el dáimón de Sócrates, y le indicó lo que debía hacer y quién era, a ello ayudó la obra de Boecio, fue el catalizador.

El caso es que ahora estaba haciendo eso pero, paradójicamente, en aquellos momentos no estaba haciendo nada, en mitad de su lujosa suite y a la espera de algo tan aparentemente sencillo como… poder vestirse.

Miró la espaciosa cama y decidió estirarse en ella, acomodado allí empezó a cambiar canales de TV con el mando a distancia pero todo aquello le aburría, aunque tropezó con una noticia que le interesó, el cardenal Ebbon era recibido por el Romano Pontífice y se decía que era el nuevo hombre fuerte de la curia, Carlos sonrió, torcidamente pero lo hizo, eso convenía a sus planes mediatos, ya tenía razón Boecio, ya, Fortuna actuaba, y ahora actuaba a favor de él.

De repente sonó el teléfono...

Si Carlos había especulado con su ocio inmediato no había sido el único, el recepcionista que había sustituido al del turno de noche había sido informado por su colega del extraño, rico y atípico nuevo huésped, y el olfato avezado y la iniciativa del conserje de día se puso en marcha. Cuando bajaron de la tienda de modas interrogó discretamente sobre el mismo y sus características, entre una y otra información –a la que se añadió el pantagruélico desayuno- llegó a dos conclusiones. La primera era que su huésped llegaba de lo que él llamaba eufemísticamente “un largo viaje” –como buen recepcionista jamás indagaba sobre tales viajes, le bastaba saber que el huésped no estaba buscado, policialmente hablando-. La segunda era que el comportamiento del visitante indicaba que deseaba excesos, digamos que sus pasos iniciales se habían encaminado hacia el lujo, la gula y nuevamente el lujo, faltaba algo en esa secuencia lógica, y ese algo era la lujuria. Al largo viaje y al reposo del guerrero –y este Carlos tenía realmente aspecto marcial- parecía lógico sumar algún mimo, digamos que algún hombro sobre el que reposar, así que la iniciativa del hotelero se puso en marcha, evaluó pros y contras y descolgó y marcó el número de la suite Loira. 

Por eso, en los aposentos de Carlos, de repente sonó el teléfono…

(continuará)


Jorge Romero Gil 



martes, 27 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo IV (serendipias francas desencajadas). Juegos de sociedad

El trayecto fue largo, durante el mismo Carlos rememoró su pasado y también hizo planes de futuro, es curioso como las cosas cambian sin cambiar, pensó, antaño también había hecho planes de futuro, con una vida ultraterrena en mente, hogaño los hacía con una vida muy terrena en mente, pero el fondo del asunto era el mismo: una vida mejor, Carlos sonrió para sí una vez más, en aquel encierro de años había desarrollado un sentido del humor propio e intimista -cualquier otra característica hubiera sido imposible en ese entorno-, en realidad era más de lo que había poseído en años anteriores, si bien el viejo Carlos era un hombre sociable e incluso muy hablador, el humor, la ironía o el cinismo eran cosas bastante ajenas para él, a lo sumo hacia “gracias” pero ahora se daba cuenta de que aquel “humor blanco” era poco humor, el humor, para serlo, debe ser irreverente en un grado u otro, y el viejo Carlos era cualquier cosa menos irreverente.

Aunque Fortuna sí era irreverente, pensó, retorcida y jodidamente irreverente, su sentido del humor realmente era caustico, como el vitriolo. Pues entre los documentos que Carlos había sustraído se encontraba uno referido a él, apenas unos garabatos, suficientes para saber porque le habían hecho lo que le habían hecho y quién lo había dispuesto, y es que la Santa Madre Iglesia puede ser dada al secretismo pero al mismo tiempo no carece de sentido registral, así que Carlos sabía de sobras que el ex-canciller Bernardo era el responsable primero de todo el asunto y el ex-obispo Ebbon lo era por la concesión de su placet a todo lo hecho por el canciller, así como por su intervención en algunos “detalles menores” de aquel caso. Eso intrigaba a Carlos, no sabía que el “detalle menor” era, precisamente, su hermano menor Lotario, y aquél “detalle” había sido también...el cambió en la vida de Lotario, cambio que Bernardo y Ebbon consideraban pago de lo realizado con Carlos.

En cualquier caso en los planes de futuro entraban Bernardo y Ebbon, Carlos volvió a “sonreirse”, pues se dio cuenta que el futuro, ahora, para él era el presente, así que, a fin de cuentas, sin cambiar sí cambian las cosas, pues el futuro y el presente los entendía ¿cómo lo expresaría? reflexionó sobre ello...sí...de la misma sustancia, vaya consubstanciales.

Vicente, el taxista, cortó repentinamente aquellas meditaciones:

-Ya estamos llegando a su pueblo, jefe, usted dirá dónde le dejo.

Carlos salió de sus ensoñaciones de presente al presente mismo y dijo:

-Sí, espere...-pensó unos instantes, no deseaba exactamente discreción, tampoco llamar la atención a todo trapo pero no quería ocultarse, quería que sus enemigos supiesen que no les temía, es más, deseaba que supiesen que ellos tenían motivos para temerle a él, por otra parte tenía una nueva idea del valor de la austeridad, que para él equivalía a cero, recordó entonces el Hotel Lorena, ese hotel estaría bien, era lujoso y discreto, a la vez su discreción se debía a que cubría muchísimas indiscreciones, dado que el Hotel era albergue habitual de congresistas diversos, y los congresistas solían llevar con ellos a sus “azafatas” al Lorena, su lujo era, por otro lado, una proclama de esa discreción indiscreta que se sostiene en la arrogancia, en fin: una mezcla de “valores” que le convenía ¿y acaso no era todo conveniencias? cuando no convenciones, y ahora no pensaba en las de los congresistas y sus “azafatas”-

-Al Lorena, lleveme usted al Hotel Lorena

-Muy bien jefe -contestó Vicente- de todos modos ya me indicará, porque yo de su pueblo conozco poco.

Carlos dio las oportunas explicaciones al taxista y salieron rumbo al Lorena sin mayor dilación. En breve tiempo llegaron a la puerta del Lorena.

-Ya estamos, jefe -dijo Vicente-, bueno, a ver, son seiscientos por el trayecto, gasolina y “rodaje” aparte -Vicente había decidido cobrarse un plus aquí, se había dado cuenta que su viajero estaba dispuesto a pagar más de los seiscientos que él había barajado- son otros doscientos, así que en total ochocientos y en paz.

Carlos, con la faz imperturbable, aunque sonriendo mucho en su interior decidió responder con arrogancia y cinismo al obvió afán recaudatorio del taxista, además le estaba agradecido, y no dejaba de ser instrumento de Fortuna, así que de uno de sus bolsillos sacó un par de billetes y se los extendió al taxista- Quédese con la vuelta y gracias por el servicio.

Vicente se quedó pasmado al comprobar que le alargaban dos auténticos billetes de 500 euros con tal facilidad, por otro lado se turbó ¿cómo rayos iba a repostar gasoleo para la vuelta? pero ¡dos billetes de 500! ya se las arreglaría...Carlos sabía de sobra en que apuro ponía al taxista, se había percatado que no habían parado a reponer combustible, pero había calibrado bien a Vicente, aquel inconveniente era el pequeño precio que éste debería de pagar, porque la magnanimidad aparente de Carlos no incluía que el taxista no se encontrase con algún problemilla por su avaricia, y más que por su avaricia por...intentar estrujarle.

Carlos bajó del taxi, Vicente murmuró -gracias- y volvió grupas hacia su pueblo. Con paso firme y decidido Carlos cruzó las puertas del Lorena y se dirigió a recepción, llegado al mostrador preguntó:

-¿Tienen habitaciones libres?

El somnoliento portero de noche observó al recién llegado antes de hablar, la impresión era ambivalente, el personaje desprendía autoridad por un lado, por otro tenía algo inescrutable, su atuendo sin ser estrafalario era chocante, especialmente aquellas sandalias y aquel maletín de cuero, bueno pero viejo y gastado, y lo que estaba clarísimo era que nada de lo que llevaba encima era de las carísimas marcas acostumbradas a pasear por el Lorena, en pocas palabras: el recepcionista estaba en la duda.

Carlos era consciente de su aspecto, pensaba modificarlo al día siguiente, sin salirse de ese estilo, eso sí, aunque con marcas más acordes con las que tenía en mente el portero del hotel. Así que, casualmente extrajo sus documentos del bolsillo junto a unos cuantos billetes de 500 euros, con autoridad, para que quedase claro que no suplicaba nada sino compraba dijo:

-Aquí están mis papeles, por favor, indíqueme el precio de una buena suite, quiero pagar por adelantado una estancia de diez días, puede que la prorrogue si no tienen problemas, claro...

El recepcionista salió de dudas, sin decir nada comprobó que la documentación de Carlos era correcta y que al registrar sus datos en el ordenador no salía indicación alguna que aquella persona estuviese buscada por la policía, así que el personaje podía ser extravagante pero...si tenía dinero y no estaba buscado...podía ser todo lo extravagante que quisiese, por otro lado aquella autoridad en las maneras y...aquel dinero. El recepcionista se volvió a Carlos:

¿Le va bien la suite Loira? Serán ochocientos euros por noche.

Carlos, sin mediar palabra, abonó 8000 euros, pensando en que aquella noche todo iba de ochocientos en ochocientos ¿seria una serendipia? Por el momento no le dio más vueltas, enfiló hacia la suite.

Mientras tanto Lotario y Gisela jugaban a un antiquísimo juego de sociedad, Carlos también pensaba y preparaba sus propios juegos de sociedad y Fortuna hacia que unos y otro tuviesen por base el mismo tablero, en realidad en más de un sentido y...en más de un tablero.


Jorge Romero Gil