sábado, 17 de diciembre de 2011

Lotario IV (serendipias francas desencajadas)

Lotario pasó a contemplar el campo de batalla –incruenta y del todo feliz-, pensó -¡uff! tengo que arreglar esto!-, además recordó que los pantalones seguían notablemente manchados, y ahora aquello –que no había podido lavar por la llegada de Laura- se habría secado. A mano, sin el jabón adecuado y de mala manera poco podía hacer, pensó unos instantes y decidió camuflar la mancha con otra mancha, así que cogió la cafetera “melita” que tenía en el despacho y, estratégicamente, cubrió con café la mancha de semen, era una guarrada, la verdad, pero…era una excusa. Realizado aquello decidió tirar a la basura sus calzoncillos, ya se pondría otros limpios en casa, no le apetecía ponerse unos calzoncillos llenos de semen seco bajo unos pantalones rígidos por aquella mezcla de semen, jabón de mano y café.

Del lavabo pasó después a su despacho, lo de menos eran los libros y papeles esparcidos por el suelo, lo de más eran los recuerdos que Laura había dejado, sonrió al ver el “regalo” sobre su mesa y la dedicatoria escrita en el “post it”, algo le preocupaban aquellas palabras, pero el recuerdo de lo sucedido aquella tarde –acabado apenas hacia unos minutos- y la ternura primaba, por ahora, sobre la preocupación. Cogió las braguitas de Laura con “post it” incluido y las guardo en el bolsillo de su americana, colgada en la percha de su despacho –que, milagrosamente, no había rodado por los suelos durante la “batalla”-. Después vio las ropas de Laura abandonadas en la papelera, cinta del pelo, sostenes y rebeca fueron a acompañar a los calzoncillos de Lotario en la bolsa de la basura –que decidió bajar él mismo, no podía arriesgarse a que la señora de la limpieza descubriese su contenido-. Volvió a colocar los papeles y libros en su sitio, sin zapatos se puso los pantalones –con cierto gesto de asco, pero no podía hacer otra cosa, acabó de vestirse y salió.

Al llegar al vestíbulo vio al bedel, y con una semisonrisa triste le dijo:

-Ya ve, Maximino, ¡que desastre! ¡toda la cafetera encima y tontamente! ¡ya ve en que lugar!, menos mal que el café estaba frío, que si no…

El bedel, Maximino, contestó:

-Cosas que pasan, don Lotario -y sonriendo añadió- es lo que tiene el café, que primero esta caliente y luego se enfría, sobre todo si la ventilas.

Maximino era bedel pero no era idiota, primero sabía que la chica recatada transformada en beldad era alumna de Lotario, segundo, la salida hacia unos minutos de la misma con aquel espectacular cambio, tercero, don Lotario, con la ropa medio arreglada, aspecto fatigado –aunque nada triste- una curiosa bolsa de basura en la mano y aquella oportunamente inoportuna mancha de café en la entrepierna…Así que Maximino ató cabos y pensó –“se la ha ventilado pero bien ventilada”- y evocó la imagen de Laura, sobre todo de la nueva Laura, añadió a su pensamiento –“¡bien hecho!”- Maximino no era hombre envidioso, así que le parecía a las mil maravillas el disfrute de los demás.

Lotario, algo azorado, ignoro deliberadamente el “la” utilizado por Maximino, del que se había percatado perfectamente, murmuró una última despedida y abandonó la Facultad en dirección al aparcamiento reservado a profesores donde tenía su coche, por fortuna no tendría que pasear la “mancha de café” por las calles, como hubiese sucedido de haber ido a la Universidad en transporte público, cosa que a veces hacía.

Pese al tránsito Lotario no tardó demasiado en llegar a su casa. Dejó el coche en su plaza de parking y subió a su apartamento, de tres habitaciones, agradable y bien arreglado. Lo primero que hizo fue ir a su dormitorio y desnudarse, lo segundo meter los pantalones en la lavadora, poner abundante jabón y ponerla en marcha, no estaba muy seguro de que el lavado en casa fuese a funcionar con aquella repugnante mezcla que era ahora la mancha, pero en fin…o los llevaría después al tinte o los tiraría, según quedasen. Se dio una ducha rápida y volvió a su dormitorio a escoger que ponerse, se decidió por un traje de verano, beige claro, y un poco sport, D&G y una camisa blanca Yohji Yamamoto –quería mostrarle a Gisela que él también tenía gusto vistiendo-, en contraste los zapatos eran clásicamente negros –unos Corneliani-. Con tal indumentaria bajo nuevamente al parking, y salió en su vehículo en dirección al restaurante.

Tenía tiempo de sobras –gracias a los dioses Luis había reservado a las diez- y no le preocupaba el aparcamiento porque el restaurante Verdún era uno de los mejores de la ciudad y contaba con aparcacoches y aparcamiento propio, pero Lotario deseaba ser el primero, no quería decepcionar en puntualidad a Luis el Germánico y, porque no decirlo, pese a su más que satisfactoria “clase” con Laura deseaba ver de nuevo a Gisela. La cocina del Verdún era famosa, pero casi más famosas eran las celebraciones y los tratos cerrados en él, era un lugar para eso: para grandes celebraciones y grandes tratos.

(continuará) 



Jorge Romero Gil





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