viernes, 30 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo V (serendipias francas desencajadas). Una suite de hotel


Carlos se despertó en la suite que ocupaba en el Hotel Lorena, estaba rompiendo costumbres, de hecho había comenzado a hacerlo durante su encierro, y ahora redirigía el proceso, para empezar el horario. En el monasterio-prisión se levantaba antes del alba todos los días y solo había un baño frio una vez por mes.

En el Lorena durmió hasta las once de la mañana, se había dado una ducha con agua caliente antes de acostarse, y tras despertarse se levantó parsimoniosamente y se sumergió en el jacuzzi de la suite Loira, no tuvo prisas, en realidad no las tenía, en su forzada vida de monje habían desaparecido, eso, y una entereza de cuerpo y carácter –esto último a despecho de los deseos de quienes le habían encerrado-, eran las dos únicas cosas positivas de la experiencia de aquellos años.

Pensó durante el baño sus próximos movimientos. El gran telón de fondo de sus planes estaba minuciosamente trazado, desde hacia tiempo, posiblemente años, pero, como se ha dicho, el tiempo era algo que no pasaba para él, así que no tenía excesiva conciencia del mismo, lo que no tenía trazado, sin embargo, eran sus movimientos en lo cotidiano –aunque para él esa cotidianidad era nueva como correspondía a una nueva vida-, así que pensó en desayunar tras el baño, en concreto en encargar uno desde su habitación, y en segundo lugar encargar otra cosa: un vestuario.

Pero lo primero era lo primero, así que salió del jacuzzi, se envolvió en un lujoso albornoz del hotel y pidió al servicio de habitaciones que le trajesen el desayuno más copioso posible, en aquellos momentos deseaba el exceso, pero, eso sí, bajo autocontrol, porque esa era la clave que le había mantenido cuerdo y le había endurecido a la vez durante los últimos años. Pero si no se cae en el exceso no se puede controlar, es como las vacunas, a fin de cuentas son pequeñas dosis del virus sobre el que se desea inmunizarse.

El desayuno que le sirvieron era del tipo Full English breakfast. Incluía huevos fritos, tostadas, bacon, salchichas, tomate frito, baked beans (judías blancas con tomate), champiñones fritos, patatas fritas, morcilla y una mezcla de patatas y col fritas. Lo acompañó con un vino de Navarra, de la merindad de Valdizarbe, un Artadi.

Tras consumir todo lo anterior pausadamente solicitó por teléfono que le pusiesen en contacto con una de las caras tiendas de moda que habían en el Hotel, le pasaron inmediatamente y solicitó un catálogo, en la tienda, informados de la suite desde la que se realizaba la llamada, hicieron algo más, personarse obsequiosamente en la habitación para preguntar al interesante y potencial cliente que deseaba. Carlos explicó lo que buscaba y tras mostrarle varios diseños finalmente encargó, para empezar, tres trajes Bottega Veneta, uno gris oscuro y dos negros, con camisas a juego y unos mocasines y zapatos Oxford Moreschi, igualmente negros. Le tomaron medidas y, Carlos, indicó que habría más pedidos y una recompensa especial si al menos, durante ese día, le tenían preparados un par de conjuntos. Le aseguraron que así seria.

Carlos paseó por su amplia suite sin saber muy bien que hacer con su tiempo inmediato, con el mediato ya hemos indicado que tenía sus planes, también hemos indicado que no tenía prisas, curiosamente echaba de menos la Consolatio Philosophae de Boecio, porqué era a lo que recurría durante su obligada estancia en el austero monasterio, eso cuando no estaba trabajando en algo, en realidad podían haberle tenido todo el tiempo ocupado, pero parte del proceso de alienación de la voluntad que en aquella institución se practicaba consideraba oportuno dejar espacios para que la mente se extraviase, pese a que a ello le llamaban “reencuentro con el alma”, y, ciertamente, Carlos reencontró un yo que nunca hubiese pensado que tenía, de repente –o, más bien, gradualmente- surgió de su interior, como el dáimón de Sócrates, y le indicó lo que debía hacer y quién era, a ello ayudó la obra de Boecio, fue el catalizador.

El caso es que ahora estaba haciendo eso pero, paradójicamente, en aquellos momentos no estaba haciendo nada, en mitad de su lujosa suite y a la espera de algo tan aparentemente sencillo como… poder vestirse.

Miró la espaciosa cama y decidió estirarse en ella, acomodado allí empezó a cambiar canales de TV con el mando a distancia pero todo aquello le aburría, aunque tropezó con una noticia que le interesó, el cardenal Ebbon era recibido por el Romano Pontífice y se decía que era el nuevo hombre fuerte de la curia, Carlos sonrió, torcidamente pero lo hizo, eso convenía a sus planes mediatos, ya tenía razón Boecio, ya, Fortuna actuaba, y ahora actuaba a favor de él.

De repente sonó el teléfono...

Si Carlos había especulado con su ocio inmediato no había sido el único, el recepcionista que había sustituido al del turno de noche había sido informado por su colega del extraño, rico y atípico nuevo huésped, y el olfato avezado y la iniciativa del conserje de día se puso en marcha. Cuando bajaron de la tienda de modas interrogó discretamente sobre el mismo y sus características, entre una y otra información –a la que se añadió el pantagruélico desayuno- llegó a dos conclusiones. La primera era que su huésped llegaba de lo que él llamaba eufemísticamente “un largo viaje” –como buen recepcionista jamás indagaba sobre tales viajes, le bastaba saber que el huésped no estaba buscado, policialmente hablando-. La segunda era que el comportamiento del visitante indicaba que deseaba excesos, digamos que sus pasos iniciales se habían encaminado hacia el lujo, la gula y nuevamente el lujo, faltaba algo en esa secuencia lógica, y ese algo era la lujuria. Al largo viaje y al reposo del guerrero –y este Carlos tenía realmente aspecto marcial- parecía lógico sumar algún mimo, digamos que algún hombro sobre el que reposar, así que la iniciativa del hotelero se puso en marcha, evaluó pros y contras y descolgó y marcó el número de la suite Loira. 

Por eso, en los aposentos de Carlos, de repente sonó el teléfono…

(continuará)


Jorge Romero Gil 



martes, 27 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo IV (serendipias francas desencajadas). Juegos de sociedad

El trayecto fue largo, durante el mismo Carlos rememoró su pasado y también hizo planes de futuro, es curioso como las cosas cambian sin cambiar, pensó, antaño también había hecho planes de futuro, con una vida ultraterrena en mente, hogaño los hacía con una vida muy terrena en mente, pero el fondo del asunto era el mismo: una vida mejor, Carlos sonrió para sí una vez más, en aquel encierro de años había desarrollado un sentido del humor propio e intimista -cualquier otra característica hubiera sido imposible en ese entorno-, en realidad era más de lo que había poseído en años anteriores, si bien el viejo Carlos era un hombre sociable e incluso muy hablador, el humor, la ironía o el cinismo eran cosas bastante ajenas para él, a lo sumo hacia “gracias” pero ahora se daba cuenta de que aquel “humor blanco” era poco humor, el humor, para serlo, debe ser irreverente en un grado u otro, y el viejo Carlos era cualquier cosa menos irreverente.

Aunque Fortuna sí era irreverente, pensó, retorcida y jodidamente irreverente, su sentido del humor realmente era caustico, como el vitriolo. Pues entre los documentos que Carlos había sustraído se encontraba uno referido a él, apenas unos garabatos, suficientes para saber porque le habían hecho lo que le habían hecho y quién lo había dispuesto, y es que la Santa Madre Iglesia puede ser dada al secretismo pero al mismo tiempo no carece de sentido registral, así que Carlos sabía de sobras que el ex-canciller Bernardo era el responsable primero de todo el asunto y el ex-obispo Ebbon lo era por la concesión de su placet a todo lo hecho por el canciller, así como por su intervención en algunos “detalles menores” de aquel caso. Eso intrigaba a Carlos, no sabía que el “detalle menor” era, precisamente, su hermano menor Lotario, y aquél “detalle” había sido también...el cambió en la vida de Lotario, cambio que Bernardo y Ebbon consideraban pago de lo realizado con Carlos.

En cualquier caso en los planes de futuro entraban Bernardo y Ebbon, Carlos volvió a “sonreirse”, pues se dio cuenta que el futuro, ahora, para él era el presente, así que, a fin de cuentas, sin cambiar sí cambian las cosas, pues el futuro y el presente los entendía ¿cómo lo expresaría? reflexionó sobre ello...sí...de la misma sustancia, vaya consubstanciales.

Vicente, el taxista, cortó repentinamente aquellas meditaciones:

-Ya estamos llegando a su pueblo, jefe, usted dirá dónde le dejo.

Carlos salió de sus ensoñaciones de presente al presente mismo y dijo:

-Sí, espere...-pensó unos instantes, no deseaba exactamente discreción, tampoco llamar la atención a todo trapo pero no quería ocultarse, quería que sus enemigos supiesen que no les temía, es más, deseaba que supiesen que ellos tenían motivos para temerle a él, por otra parte tenía una nueva idea del valor de la austeridad, que para él equivalía a cero, recordó entonces el Hotel Lorena, ese hotel estaría bien, era lujoso y discreto, a la vez su discreción se debía a que cubría muchísimas indiscreciones, dado que el Hotel era albergue habitual de congresistas diversos, y los congresistas solían llevar con ellos a sus “azafatas” al Lorena, su lujo era, por otro lado, una proclama de esa discreción indiscreta que se sostiene en la arrogancia, en fin: una mezcla de “valores” que le convenía ¿y acaso no era todo conveniencias? cuando no convenciones, y ahora no pensaba en las de los congresistas y sus “azafatas”-

-Al Lorena, lleveme usted al Hotel Lorena

-Muy bien jefe -contestó Vicente- de todos modos ya me indicará, porque yo de su pueblo conozco poco.

Carlos dio las oportunas explicaciones al taxista y salieron rumbo al Lorena sin mayor dilación. En breve tiempo llegaron a la puerta del Lorena.

-Ya estamos, jefe -dijo Vicente-, bueno, a ver, son seiscientos por el trayecto, gasolina y “rodaje” aparte -Vicente había decidido cobrarse un plus aquí, se había dado cuenta que su viajero estaba dispuesto a pagar más de los seiscientos que él había barajado- son otros doscientos, así que en total ochocientos y en paz.

Carlos, con la faz imperturbable, aunque sonriendo mucho en su interior decidió responder con arrogancia y cinismo al obvió afán recaudatorio del taxista, además le estaba agradecido, y no dejaba de ser instrumento de Fortuna, así que de uno de sus bolsillos sacó un par de billetes y se los extendió al taxista- Quédese con la vuelta y gracias por el servicio.

Vicente se quedó pasmado al comprobar que le alargaban dos auténticos billetes de 500 euros con tal facilidad, por otro lado se turbó ¿cómo rayos iba a repostar gasoleo para la vuelta? pero ¡dos billetes de 500! ya se las arreglaría...Carlos sabía de sobra en que apuro ponía al taxista, se había percatado que no habían parado a reponer combustible, pero había calibrado bien a Vicente, aquel inconveniente era el pequeño precio que éste debería de pagar, porque la magnanimidad aparente de Carlos no incluía que el taxista no se encontrase con algún problemilla por su avaricia, y más que por su avaricia por...intentar estrujarle.

Carlos bajó del taxi, Vicente murmuró -gracias- y volvió grupas hacia su pueblo. Con paso firme y decidido Carlos cruzó las puertas del Lorena y se dirigió a recepción, llegado al mostrador preguntó:

-¿Tienen habitaciones libres?

El somnoliento portero de noche observó al recién llegado antes de hablar, la impresión era ambivalente, el personaje desprendía autoridad por un lado, por otro tenía algo inescrutable, su atuendo sin ser estrafalario era chocante, especialmente aquellas sandalias y aquel maletín de cuero, bueno pero viejo y gastado, y lo que estaba clarísimo era que nada de lo que llevaba encima era de las carísimas marcas acostumbradas a pasear por el Lorena, en pocas palabras: el recepcionista estaba en la duda.

Carlos era consciente de su aspecto, pensaba modificarlo al día siguiente, sin salirse de ese estilo, eso sí, aunque con marcas más acordes con las que tenía en mente el portero del hotel. Así que, casualmente extrajo sus documentos del bolsillo junto a unos cuantos billetes de 500 euros, con autoridad, para que quedase claro que no suplicaba nada sino compraba dijo:

-Aquí están mis papeles, por favor, indíqueme el precio de una buena suite, quiero pagar por adelantado una estancia de diez días, puede que la prorrogue si no tienen problemas, claro...

El recepcionista salió de dudas, sin decir nada comprobó que la documentación de Carlos era correcta y que al registrar sus datos en el ordenador no salía indicación alguna que aquella persona estuviese buscada por la policía, así que el personaje podía ser extravagante pero...si tenía dinero y no estaba buscado...podía ser todo lo extravagante que quisiese, por otro lado aquella autoridad en las maneras y...aquel dinero. El recepcionista se volvió a Carlos:

¿Le va bien la suite Loira? Serán ochocientos euros por noche.

Carlos, sin mediar palabra, abonó 8000 euros, pensando en que aquella noche todo iba de ochocientos en ochocientos ¿seria una serendipia? Por el momento no le dio más vueltas, enfiló hacia la suite.

Mientras tanto Lotario y Gisela jugaban a un antiquísimo juego de sociedad, Carlos también pensaba y preparaba sus propios juegos de sociedad y Fortuna hacia que unos y otro tuviesen por base el mismo tablero, en realidad en más de un sentido y...en más de un tablero.


Jorge Romero Gil


 

domingo, 25 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo III (serendipias francas desencajadas). Encuentros y reencuentros

La furgoneta enfilo la carretera que unía el aparente monasterio con la población más cercana, de la cual provenía. El trayecto fue tranquilo, Carlos permanecía agachado en el asiento trasero mientras escuchaba el diálogo entre el chofer y su compañero.

-Espero desplumar a Vicente –dijo Julian, el chofer-, juega fatal, se le ve enseguida por dónde va y que juego tiene, menos mal que tú y yo vamos juntos.

Joaquín, su compañero, contestó:

-Sí, ¡jajaja! podríamos llamarnos los “JJ”, tienes razón, Vicente es un pardillo, y mira que el hombre hace años que juega con nosotros, pero no hay manera siempre pierde y hace perder a su pareja de turno, lo malo es encontrar a alguien que quiera jugar con él, en fin, hoy a picado el farmacéutico, pobre…

-Bueno –respondió Julian-, los carajillos nos van a salir gratis, eso seguro.

El viaje prosiguió sin mayores incidencias, la furgoneta llegó al pueblo y estacionó frente al bar-casino del mismo,. Julian y Joaquín bajaron de la misma y franquearon la entrada del casino sin preocuparse en echar la llave, en aquella población nunca pasaba nada, todo el mundo se conocía y, aunque no hubiese sido así ¿quién iba a querer robar una vieja furgoneta de reparto? Eso facilitó las cosas a Carlos, espero unos instantes y bajó del vehículo.

El atuendo de Carlos no era demasiado discreto, el hábito de monje llamaba en exceso la atención y, aunque en el pueblo conocían de sobras la cercana institución monástica, todos los parroquianos se hubiesen sorprendido de ver a uno de los monjes fuera de su ubicación natural, aún más a aquellas horas y aún más cuando aquellos monjes llevaban una vida de clausura. Así que Carlos se desplazó sigilosamente hacia algunas casas cercanas, le ayudó a pasar desapercibido el hecho de que ya superada la hora de cenar no había nadie por la calle, la gente estaba recogida en sus casas o bien –como Julian y Joaquín- en bar-casino. Tras un breve reconocimiento Carlos localizó una casita de una sola planta, con patio trasero y ropa tendida en él, no le costó demasiado acceder al patio y una vez allí localizó un atuendo que le pareció ideal: unos pantalones tejanos de color negro y un jersey de cuello de cisne del mismo color, Fortuna volvía a jugar a su favor: eran de su talla. Carlos se hizo con ellos y se quitó el hábito monacal, abrió el viejo –aunque de buena calidad- maletín de cuero negro que había cogido en el despacho del “Monasterio”, doblo el habito y lo guardó allí, extrajo del maletín uno de los fajos de billetes de cincuenta euros, le quitó la banda y se lo introdujo en el bolsillo de su recién adquirido pantalón, lo mismo hizo con su documentación –rescatada también del escondite tras el Sagrado Corazón-, de los billetes de cincuenta euros deslizó uno por la rendija de una ventana enrejada que, a todas luces, daba a la cocina de la vivienda, esperaba que sus ocupantes entendiesen que era compensación por la ropa que había sustraído, Carlos no quería robar ni dejar cuentas pendientes, por el contrario, pretendía pasarlas a quienes le habían robado a él varios años de su vida y…su fe.

Carlos se dirigió entonces al casino, sabía que Vicente, el taxista, se encontraba en él jugando al mus con los habituales de tales partidas –el équipo “JJ”- y el partenaire de turno que le había tocado en suerte –y en desgracia para el mismo-. Entró Carlos en el casino, como allí cualquier forastero era una novedad y una rareza las miradas se volvieron hacia él, Carlos, sacando del bolsillo unos cuantos billetes de cincuenta euros, planteó:

-Disculpen, me han dicho que el taxista se encuentra aquí, ya sé que no son horas pero necesito sus servicios, pagaré lo que sea preciso si está dispuesto a llevarme.

Vicente observó al peculiar recién llegado, su aspecto impresionaba: musculoso, completamente rapado, vestido de negro, unas sandalias de cuero (tal vez la nota más incongruente de su indumentaria), con un maletín -también de cuero negro- en una mano y…un buen puñado de billetes de cincuenta euros en la otra, y una expresión…inescrutable, casi pétrea –por completo diferente a la del antiguo Carlos- . El taxista ponderó la situación, era rara, desde luego, pero sus ojos no podían apartarse de aquellos billetes, así que, finalmente, se levantó de la mesa de juego y dijo:

-Servidor de usted caballero, pero a estas horas ya no estoy de servicio, y estoy jugando con los compadres…el viaje le va a costar caro…

Carlos lo observó con cara de poker más que de mus, y le contestó:

-No se preocupe, termine la partida, no tengo prisa, cuando usted diga nos vamos y por el precio de la carrera no hay problema, lo que usted calcule estará bien para mi.

Vicente repuso:

-Muy bien, entonces de acuerdo, acabo la partida y vamos dónde me indique.

No tardó mucho el taxista en terminar la partida, como habían previsto Julian y Joaquín el previsible Vicente perdió con la celeridad acostumbrada en él –para disgusto del farmacéutico-, así que se levantó y le dijo a Carlos que se encontraba en la barra:

-Cuando usted quiera.

El antaño locuaz Carlos –demasiado, ignoraba él que su locuacidad había sido el inicio de su tormento- respondió lacónicamente:

-Vamos.

Salieron del casino y subieron al taxi de Vicente, el taxista no se molestó en poner en marcha el taxímetro, pensaba cobrar a precio fijo –y cobrarlo bien-, dijo a su singular cliente: -¿adónde?-. Carlos le indicó su ciudad de origen, Vicente, sorprendido se volvió y mirando a Carlos dijo:

-Paisano, eso le va a costar a usted 600 euros, gasolina de ida y vuelta al margen

Carlos, le respondió nuevamente y sin desviar un ápice la mirada:

-Vamos.

-¡Pues muy bien! –dijo Vicente, intuyendo que aún podía haberle sacado más a su pasajero-

El taxi arrancó, Carlos se acomodó en el asiento trasero, el taxista pensaba en el dinero que aquella improvista carrera iba a proporcionarle, el pasajero pensaba en encontrarse con el antiguo canciller Bernardo –ahora obispo- y reencontrar a su hermano Lotario. Cuando pensaba en el primero la ira se apoderaba de él –aunque no lo demostraba-, cuando pensaba en el segundo lo hacia la ternura y un sentimiento fraterno que en los años de normalidad jamás había tenido.



Jorge Romero Gil




viernes, 23 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo II (serendipias francas desencajadas). Fugas y casinos

Como se ha dicho en la institución que albergaba a Carlos la rutina lo era todo, tenía además otra característica: que por fuera era todo modernidad y última tecnología y por dentro rezumaba arcaísmo, hasta por sus poros -si los hubiera tenido-. En el fondo era fiel reflejo de la fuente de la que manaba, hasta podría hacerse una cita bíblica, aquello de los sepulcros blanqueados, más o menos los tiros iban por ahí.

El arcaísmo, además, era voluntario, se consideraba que las raíces eran importantes, y se deseaba ser fiel a las mismas, sucede que las raíces eran venerables por ser raíces no por sus valores, eran venerables porque daban antigüedad, lo que significaba que sus maneras se convertían en costumbre, la costumbre mudaba en moral y pretendían que su moral pasase a convertirse en ley. Eso de puertas para afuera era política -su política- de puertas para adentro era axioma cuando no dogma.

Carlos iba a aprovecharse de esa manera de hacer y esa filosofía de fondo, su celda estaba cerrada por una viejísima cerradura -mohosa- que manejaba el hermano portero con una de las grandes llaves del manojo que portaba. Se abría y cerraba puntual e invariablemente: para ir a los refectorios, las oraciones, los ejercicios espirituales, en definitiva en función del protocolo propio de la institución: a las mismas horas y mismos momentos, día tras días, mes tras mes, año tras año...

Como se ha indicado la actitud de Carlos se había valorado mal, como se le pensaba sumiso jugaba a favor suyo, además de la rutina invariable, la relajación de quienes debían vigilarle, relajación por la escasa costumbre de tener que mantener vigilancia estrecha sobre los internos -que habitualmente estaban allí voluntariamente, sea por aceptación de penitencia, sea por estar de paso hacia otro destino, sea por estar escondidos...- y, como se ha dicho, por la actitud reflejada por Carlos.

A temprana hora el hermano portero cerraba la celda de Carlos y...se despreocupaba hasta que la rutina volvía a ocuparlo en abrirla, Carlos disponía, pues, de muchas horas entre un momento y otro, disponía además de otra cosa: una ganzúa de fabricación casera. Era ésta un alambre fuerte y doblado por la punta, hubiese sido inservible en una cerradura moderna, era del todo funcional en aquella antigualla, propia de encierro inquisitorial.

Carlos ya había hecho sus ensayos y sus salidas nocturnas para examinar el lugar, conocía, pues, éste a fondo, no sólo el itinerario a seguir para salir de él sino algo más: sus secretos, y hay que decir que eran muchos. Lo primero, la huida, hubiera podido llevarla a cabo hacia un tiempo, pero Carlos no solo quería huir, quería ajustar cuentas y pasar las facturas correspondientes, y para esto último los secretos que se guardaban en aquel lugar eran instrumento valiosísimo, Carlos los había intuido dada la naturaleza de la institución, en consecuencia en sus incursiones nocturnas los había buscado y...encontrado, aquello sería el arma de su venganza.

A la hora prevista Carlos abrió facilmente la puerta de su celda con la ganzúa improvisada, miro con cuidado a izquierda y derecha del pasadizo -la rutina era la rutina pero la ley de Murphy era la ley de Murphy, nunca estaba de más toda precaución- y se deslizó por él en dirección al despacho del superior de aquella casa. Dado el amor reinante por el “arcaísmo interior” la habitación estaba cerrada con el mismo tipo de paño que la celda de Carlos, así que la misma ganzúa realizó las mismas funciones liberadoras y la puerta franqueó el paso. Una vez dentro Carlos fue directo a la talla del Sagrado Corazón que aparentemente se encontraba colgada en la pared al lado de un crucifijo, en realidad era una puertecilla de simple mecanismo -recordemos que lo arcaico era valor en ese reino-, de la figura presionó en el centro mismo del Corazón, se escuchó un débil “clic” y el escondite que había tras la talla se abrió revelando sus secretos -ya conocidos por Carlos-. El escondite era un hueco de tamaño regular y Carlos hurgó en él cogiendo lo que previamente había escogido, juzgaba que aquel material -realmente “perlas”- bastaría y sobraría para vindicarse, dejó el resto -excepto unos fajos de billetes de 50, 100, 200 y 500 euros- y salió cerrando cuidadosamente el despacho.

Desde allí fue hacia la cocina y las despensas, aquí tenía que tener mayor cuidado y aplicar los movimientos sigilosos y ágiles que largamente había practicado en la soledad de su celda, pues el hermano portero -con sus llaves en el cinto- se encontraba en ella atendiendo a los proveedores de aquel día -ya noche- que todos los jueves traían las vituallas necesarias para la mañana siguiente y para varios días más. La entrada que de la cocina daba al patio se encontraba abierta ofreciéndose a las puertas traseras de una furgoneta de cierto tamaño que, a su vez, se abrían de par en par. El portero vigilaba desganadamente el trasiego de los mozos descargando la mercancía y llevándola a la despensa, de tanto en tanto el portero los acompañaba para indicar donde dejar esto o aquello, fue una de estas ocasiones la que aprovechó Carlos para colarse, sin hacer ruido, en la furgoneta por la puerta de atrás y, posteriormente, con sigilo pasar a los asientos que había tras los de los conductores y acurrucarse cuidadosamente en el suelo.

Era una fuga que hubiera sido imposible en otro sitio, pero todo allí estaba enfocado para vigilar la entrada más que las salidas y toda tecnología se empleaba para escrutar el perímetro externo y no las interioridades de la mansión, dónde regía, como se ha expuesto, lo arcaico, como dogma y -en un plano subliminal- como reafirmación orgullosa de los valores representados por quién sustentaba aquel lugar.

Todo fue sobre ruedas: los conductores cerraron las puertas traseras de la furgoneta y se despidieron por aquella noche del hermano portero, éste cerró las puertas de la cocina -echando mano a su manojo de llaves- y accionó el incongruente -dado el entorno- mecanismo electrónico que abría la modernísima puerta del recinto exterior, las cámaras del mismo sólo escrutaban éste, así que sólo registraron la salida habitual de la habitual furgoneta de reparto de los habituales jueves...pura rutina. Carlos no fue detectado y, tranquilamente marchó con sus involuntarios porteadores.

Sabía Carlos -de oídas, por las conversaciones de los mozos que descargaban las provisiones-, que a aquellas horas funcionaba aún el casino del pueblo más cercano, eso le recordaba a su hermano Lotario, gran aficionado a otro tipo de casinos, sonrió, pensando no sin ternura en su hermano, y en las vueltas que daba la vida -la rueda de la Fortuna que citaba Boecio- pues lo que antes tenía por vicio y despreciaba ahora lo veía con ojos bien distintos: Lotario había hecho muy bien en ser un “crápula”, si acaso lo único malo era ese afán de jugárselo todo, de tanto en tanto, sin sentido por el gusto de sentir la subida de la adrenalina, pero ese era ahora reproche práctico, exento por completo de las antiguas valoraciones morales.

La furgoneta que tras el reparto de los jueves salía a altas horas de la noche -para el horario de la institución religiosa a la que suministraba- hacia parada invariable en el bar-casino del pueblo, pues allí se juntaban sus conductores a otros parroquianos a desgranar largas partidas de mus. Por las conversaciones de los propios chóferes Carlos sabía eso, sabía también que era lugar público y sabía que el taxista -el único- de aquella población era otro.



Jorge Romero Gil


 

jueves, 22 de diciembre de 2011

Carlos el Calvo I (serendipias francas desencajadas). Una mala elección


Mientras la vida de Lotario había transcurrido en los últimos años con un progreso más que adecuado la de su hermano Carlos había transcurrido en el olvido, no podría decirse que fuese el reverso exacto de la moneda que Fortuna -o Dios, Nuestro Señor, a través de las dos oraciones registradas por Luis el Piadoso- lanzó y cayó tan obvia y favorablemente para Lotario, y no podría decirse porque los años de meditación forzada de Carlos provocó en él cierta evolución, aún más: una transformación.

Al mismo tiempo que Lotario realizaba un examen algo más que preliminar a Gisela en la ducha de ésta y con la clara -y compartida- intención de realizar todo tipo de pruebas en la habitación de su “sobrina” sucedían otros acontecimientos nocturnos de otra índole que afectaban al olvidadísimo -por todos, menos por él- hermano de Lotario, Carlos el Calvo.

Hace un tiempo dejamos a Carlos en su celda monástica, tan sólo con la Biblia de Jerusalén y la Consolatio Philosophae de Boecio por toda compañía, el sentido de esa expresión es casi literal, los hermanos de aquella orden eran especialmente poco comunicativos incluso para una orden que profesaba voto de silencio, y aún más con Carlos que era considerado un paria entre parias, no tanto por los daños y las víctimas de la supuesta e inexistente falta que había cometido sino por cuanto ésta se había entendido, expresamente, como una traición, a la Santa Madre Iglesia, al obispado y a la Obra, así que Carlos tuvo muchísimo tiempo para meditar, meditó sobre Fortuna y meditó tanto que llegó a la conclusión que la mejor manera de invocar a Fortuna era buscándola él mismo, de manera que Carlos había elaborado un plan, y, precisamente porque Fortuna es caprichosa, dicho plan comenzó a ejecutarse la noche en que Lotario comenzaba a instruir a Gisela -de la misma manera que Gisela le ofrecía no sólo su capacidad y deseo de seguir aprendiendo sino sus muy variados y amplios conocimientos ya aprendidos, y es que la experiencia es un grado y, en este caso, ambas partes tenían una más que notable experiencia acumulada, digamos que mucho saber que ofrecerse-.

La rutina lo era todo en la institución que albergaba a Carlos y, también, en la propia vida de Carlos durante los años que había estado en ella. Carlos no sólo había meditado largamente sino que para consolarse no tan sólo había recurrido a la Filosofía sino al adaggio “mens sana in corpore sano” aplicado, en su caso, con especial entusiasmo para evitar volverse loco ante aquella espiral de acontecimientos que habían convertido su vida más en infierno que en purgatorio, el fuego había probado su fe pero en lugar de templarla, como en el caso de Job, había hecho otra cosa: quemarla.

Como menciona Boecio la transformación de Tiresias «De quo Ouidius methamorphosis tertium dicit quod cum uidisset duas angues coire proiceto baculo separauit et ideo mutatus est in mulierem post septem annos iterum uidens eosdem serpentes coire...
Cum autem diceret maioram esse delectationem muliaris quam uiri*... lupiter autem misertus eius in recompensationem uisus dedit ei spiritum uaticin andi.» Así Carlos se transformó por su involuntario trato con serpientes, solo que de diferente manera que Tiresias, y la lectura de Boecio también ayudó lo suyo, Jupiter decidió apoyarle, tal vez porque a los dioses también les gusta, de vez cuando, enseñarles a los advenedizos "para que sirve un dios" que es algo más que un triángulo y una paloma.

El “corpore sano” incluía un riguroso y autodidacta plan de entrenamiento -con todo tipo de ejercicios al uso: flexiones, abdominales, etc.- que habían convertido al antaño fofo Carlos en un individuo atlético, obviamente no había recuperado su cabelllo pero ahora su calvicie proclamaba una agresividad anteriormente desconocida para él: se había rapado la cabeza. Los miembros de la orden no habían puesto objeción a un hecho que entendieron mal: tomaron por sumisión lo que era rebeldía y por penitencia lo que era arrogante manifestación de un orgullo y una autoestima desconocida por Carlos durante muchos años, sus “entradas” habían definido su antigua obediencia y conformismo, sus “salidas”, manifestadas en un completo rasurado craneal, proclamaban la ruptura, la negación y la huida de ese pasado.

He aquí una nueva serendipia en nuestra historia, porque de huidas va la cosa, de huidas y de ajustar cuentas, porque, como se ha dicho, siendo en parte similar la historia de Carlos y la del santo Job las consecuencias finales son del todo distintas: Job se cuestiona en un momento dado las acciones de la divinidad pero acaba aceptando Su Voluntad y Su Superioridad, Carlos no se las cuestiona ni acepta nada: quiere cobrárselas, en concreto a los representantes de la divinidad en la que ha dejado de creer.

Pero para pasar factura Carlos debía poder dejar aquella meditación forzada y volver al mundo exterior y aquí la rutina propia de aquella orden y aquella institución iban a jugar un importante papel de cara a la realización de su fuga, la rutina y una valoración errada del comportamiento y actitud de Carlos durante aquellos años de austeridad obligada y jamás explicada al propio interesado. Lo escogido para Carlos por el canciller Bernardo y aprobado por el obispo Ebbon -el uno ahora obispo y el otro cardenal- había sido no sólo una injusticia, había sido algo peor, una equivocación, dicho en otras palabras: una mala elección,


Jorge Romero Gil


 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Lotario VIII. Asuntos mojados


Pero en esta ocasión Lotario además de desear poseer estaba poseído, su frenesí era similar al que había experimentado y disfrutado Laura en el despacho académico de Lotario, así que bajo el chorro de la ducha agarró –termino adecuado por la contundencia que lo hizo- a Gisela y la atrajo hacia sí, sabía que “el cipote” no podía sino que iba a dar de sí y…bastante, digamos que lo notaba internamente y todas sus hormonas clamaban informándole, de manera que sin mediar palabra beso a Gisela, profundamente, casi vampíricamente, mientras lo hacia la separo de piernas y, mientras alargaba y profundizaba el beso profundizo también su pene en la vagina de Gisela, y comenzó a moverlo rítmicamente, pero no a un ritmo suave, digamos que no era un “tam-tam” inicial sino a ritmo de carga el pene se movía, dentro-fuera, dentro—fuera, sin llegar a salir y solo iba fuera para que la inercia de la entrada conllevase mayor ímpetu. Gisela había enmudecido, aunque no del todo, pues sonidos guturales surgían de su boca, le gustaba muchísimo excitar a Lotario, haberlo llevado en dos ocasiones a “homenajearla” –en cierta medida tres, si contásemos los inicios del escarceo de Lotario con Laura-, le daba muchísimo morbo provocar y controlar, aún más a un “pariente” que consideraba ampliamente atractivo, pero ahora estaba experimentando algo nuevo, algo parecido a lo que experimentó Laura, solo que para Gisela aún era más sorprendente, porque pese a que Laura antes de la liberación de sus ataduras se las había ingeniado para “permanecer virgen” –según su complicado razonamiento teológico-canónico- perdiendo completo la virginidad una y otra vez con Lotario, Gisela era un espíritu libre, ni tenía ni había tenido ataduras que romper –como las que había roto Laura, que ahora tampoco se sentía ligada por aquellos convencionalismos alrededor de los cuales había girado toda su vida-, como ya se ha dicho muchos hombres de Hamburgo y Munich le habían dado placer –tanto como a la inversa ella les había dado-, sin ir más lejos uno de los camareros del hotel también había ayudado a pasar una tarde a Gisela, en resumen tenía un instinto tan salvaje como el que tenía Laura pero jamás había estado encorsetado o reprimido, por ello mismo su “curriculum” al respecto era notable y su experiencia también.

Pese a todo eso aquel “cipote” martilleante entre sus abiertas y entregadas piernas era algo nuevo, el empuje era como el de un ariete contra las puertas de una fortaleza, solo que las puertas estaban abierta y la cabeza del ariete iba a parar al fondo del pasadizo donde..empujaba, y con cada asalto, con cada empuje, Gisela gemía y se sentía poseída –cosa que no le molestaba porque lo había deseado desde el primer momento- pero la novedad era que…se sentía dominada, agradablemente dominada, y eso la excitaba como hacia tiempo que no recordaba haberlo estado, el morbo aumentaba y la fiebre de ser tomada, completamente tomada, se apoderó de ella. Coloco sus abiertas piernas como pinzas alrededor de los muslos de Lotario, y apretó para que “el cipote” aún la apretase más a ella y el incesante repiqueteo no cesase. No habían pronunciado ni una palabra desde que Gisela entró en la ducha, ni un “liebling” ni un “querida”, nada de nada, pero tenía una explicación: ese enzarzamiento era pura, gloriosa y absolutamente animal, era un canto a los instintos de la naturaleza, sencillamente: sobraban las palabras.

Llegado el momento Lotario decidió “llenar” –así lo pensó, en la medida que era capaz de pensar- a Gisela, así que dio vía libre a la espita de su caño y como en la Gloriosa Hazaña del Cipote de Archidona el caño mano, fluía la leche hacia lo más intimo de Gisela, la potencia y la cantidad del líquido –al menos viscoso- elemento podría haberse comparado con algo cósmico, con el océano de leche primigenio de devas y asuras, o con el Yam-yub del tantra izquierdo, parecía que algo no meramente físico impulsaba el bombeo, el cipote parecía serpiente con vida propia ¿sería acaso Kundalini encarnada y manifestándose? A Gisela le importaban bien poco esas posibles reflexiones, le importaba lo que notaba, le importaba que ya se había corrido tres veces ¡solo con una penetración sin preliminares! Y le importaba que el notar que el notar como Lotario se corría en lo más profundo de ella, el notar el fluido de su semén, le proporcionaba un placer enorme y una sensación mórbida de ser dominada o domada, ella que estaba acostumbrada al papel contrario –y que, de hecho, había ejercido con Lotario hasta su encuentro en la ducha-. Ninguno de los amantes notaba el chorro de agua que caía sobre sus cuerpos mojados, mojados por el agua, por el sudor de la pasión y hasta por las feromonas si acaso éstas podían mojar, también estaban mojados los muslos de Gisela, mojados de la leche lotariana.

Gisela fue tomada del todo en aquella ducha, la de su habitación del Lorena, pero ese tomar solo era el inicio de las experiencias de aquella noche, el instinto más salvaje de Lotario se había despertado y deseaba “esclavizar” a Gisela, esclavizarla siendo consciente de que “esclavizaba” a un igual que…deseaba con deleite y con ansia desmedida ser dominada y dominar, así, a su aparente dominador. Su morbo era enorme y estaba dispuesta a todo.

Ni Lotario ni Gisela pronunciaban palabra, seguía sin hacerles falta, sus cuerpos se entendían perfectamente y sabían aquello que deseaban hacer-. Lotario acabó de “llenar” a Gisela, mientras ella aún jadeaba la cogió por el brazo salieron de la ducha, se podía seguir su rastro por la habitación por el goteo que desprendían sus cuerpos mojados, Gisela pensó que su amante la llevaba a la cama sin embargo Lotario aún no tenía intención de pasar a esa fase, quería “usar” a Gisela, aún más cuando era obvio que ésta quería ser usada, el juego no había hecho más que empezar, Lotario situó a Gisela ante la cama desnuda como estaba y de pie, agarró el cinturón de su pantalón y levantó los brazos de Gisela por encima de sus cabeza, ató las muñecas de su amante, a continuación Lotario miró en su derredor pues el cinturón solo daba para atar las muñecas de Gisela y sobrar un insuficiente trozo del mismo para los fines que tenía previstos Lotario, dejando a Gisela erguida, desnuda y maniatada fue hacia los cortinajes y arrancó la cuerda de una de las cortinas, volvió junto a Gisela, pasó la cuerda por entre sus improvisadas ligaduras y después la lanzó sobre una lámpara que señoreaba el techo de la habitación del muy caro y muy clásico hotel Lorena. Enlazada y atada, con las muñecas unidas y los brazos estirados agarrados por la cuerda a la lámpara Gisela se ofrecía a Lotario, le mantenía la mirada para dejar claro que se entregaba y que pese a aceptar ser dominada seguía siendo su igual, por lo demás Gisela, que estaba encantada con aquello, también estaba encantada pensando en las contrapartidas y libertades que se tomaría con Lotario…todo en su momento, pero ahora era el momento de disfrutar de su voluntaria esclavitud, ese era el juego de esa noche, estaba claro,

Lotario dio una vuelta alrededor de Gisela, la miro a la cara y después descendió hacia sus tetas cuyos erguidos pezones mostraban el estado de Gisela, siguió bajando la mirada hacia su liso vientre y su pubis, depilado a la brasileña. Observó sus muslos mojados como estaban, mezcla de agua, jabón y semen, después elevo la mirada hacia los atados brazos de Gisela y vio con satisfacción una perfecta depilación de las axilas, eso era una de las cosas que “ponía” a Lotario: unas axilas bien depiladas, sin decir nada dio la vuelta a la maniatada Gisela, la observó por la espalda, la melena castaña y mojada le caía hasta la cintura, siguió las perfectas líneas de su espalda, alcanzo el lugar dónde la espalda pierde su casto nombre, vaya, el culo, de redondas y perfectas proporciones, acercó su mano hacia la nuca de Gisela, tan solo la punta de un dedo, la yema, y suavemente se fue abriendo camino por su melena y bajando por su espalda, se entretuvo un poco justo a la entrada del agujero entre sus nalgas penetrándolo ligeramente con el dedo a la vez que lo acariciaba, Gisela gimió y agachó la cabeza, en su posición no veía a Lotario, solo lo sentía, pero imaginaba lo que iba a hacer con ella, Lotario sacó su dedo de esa puerta trasera del templo que era el cuerpo de Gisela, y le agarró con fuerza las nalgas, mientras lo hacia el “cipote” cual Príapo volvió a resurgir por sus fueros, acarició el culo de Gisela y a continuación le propino una fuerte palmada, Gisela entre gritó y gimió entrecortadamente, apenas dijo –“soy tuya”- cuando noto que Lotario la sodomizaba, Lotario no deseaba hacerle daño así que procedió con cuidado, deseaba esclavizarla y dominarla, pero solo como juego, a Lotario le gustaban los iguales, por eso se había empezado a cansar de la extraña mojigatez de Laura, hasta…aquella tarde en su despacho cuando descubrió a la auténtica Laura. No era la primera vez que Gisela practicaba sexo anal y eso facilitaba las cosas, Gisela gemía y seguía con la cabeza agachada, mientras sentía como era penetrada por Lotario en su culo, su amante, por su parte le agarraba las tetas y masajeaba sus pezones, así fue tomada Gisela, por la espalda y atada también fue “llenada” como lo había sido en la ducha, de su culo goteaba también el semen de Lotario, éste la beso suavemente en el cuello, acarició su culo y se situó ante ella. La miro a los ojos y los vio brillantes de placer, morbo y hasta de algo parecido a la vergüenza o el rubor, sonrió y la besó en los labios, suavemente primero y con ansia creciente después, fue debidamente correspondido por Gisela. Bajo lo lengua por su cuello, apenas rozaba con la punta, alcanzó sus senos y se demoró en los pezones, poco a poco, lamiéndolos hasta que escuchó un gemido apagado y los palpo duros en su boca, entonces siguió bajando su lengua por el liso vientre y alcanzo la ingle, allí se entretuvo besando el hermoso monte de Venus de Gisela y, después, sin prisa y después de alzar la mirada para ver la cara de la felizmente descompuesta Gisela, sonrió nuevamente, se agachó algo más, separó una de nuevo las piernas de la atada y entregada amante, aún tenía restos de esperma pero a Lotario no le importaba, se demoró con un dedo en ellos, introduciéndolos en la vagina de Gisela y, después, separó sus labios inferiores y aplicó su lengua, con la soltura y sabiduría que Lotario poseía, que, dicho sea de paso, era bastante…Lotario repitió aquella noche su ración de ostras y almejas, o, tal vez, un plato de “mar y montaña: marisco y conejo.

Cuando Lotario terminó con su labor gastronómica se alzó frente a Gisela, que permanecía atada a la lámpara, “el cipote” volvía a homenajear a la derrengada pero satisfecha Gisela. Sonrió de lado, levantó el mentón de Gisela con un par de dedos y buscó la mirada directa de sus ojos, bajo sus manos hacia las caderas de Gisela, sin deja de observarla de hito en hito, levantó y separó las piernas de Gisela hizo que rodearan sus propias piernas cual tenaza, y entonces, con esa mirada fija que no quería perder la expresión de las pupilas de Gisela, la penetró de frente entregada y maniatada, el cipote actuó, bombeaba, descargaba, bombeaba, descargaba, una, y otra, y otra vez…” en arribando al trance de la meneanza, vomitó por aquel caño tal cantidad de su hombría, y con tanta fuerza, que más parecía botella de champán, si no geiser de Islandia..” (1) Gisela noto agradecida el riego de “una lluvia jupiterina, no precisamente de oro. Aquel maná caía en pautados chaparrones, sin que pareciera que fuese a escampar nunca” (2) pero la lluvia, como toda tormenta, aún tempestad, amainó y cesó, Gisela volvió a apoyar las piernas en el suelo de la habitación, casi temblando, mientras jadeaba, Lotario se apartó ligeramente de ella, volvió a buscar sus pupilas, éstas estaban brillantes y dilatadas, y tras cruzar y sostener su mirada con la de Lotario, agachó poco a poco la cabeza, aparentemente sumisa…en absoluto sumisa, todo era parte de un juego entre iguales, juego que Gisela deseaba tanto como Lotario,

Lotario desató a Gisela de la cuerda que la mantenía erguida y sostenida por la lámpara –que, por cierto, había demostrado notable resistencia-, pero no quitó el cinturón que ataba sus manos, aunque…la observó meditativo, Gisela seguía el juego de dominación y aceptaba el papel de dominada, finalmente desató sus manos pero…solo para colocarlas a la espalda y atarla así, la cogió por los hombros e hizo que se agachase hasta su miembro, que seguía erecto, Gisela exclamó un entre asombrado y apagado –“¡Mein Gott!”-, Lotario acercó su pene a la boca de Gisela, ésta la abrió para recibirlo y se reprodujo la escena que ya habían protagonizado en el lavabo del restaurante Verdún, eso sí, con menos prisa, más pausas, y más tiempos medidos, pero el resultado fue el mismo, una Gisela que casi se atragantaba y que apenas podía creer en semejante flujo y un Lotario que, literalmente, soltaba todo el lastre que tenía.

Por último Gisela se levantó y se dio la vuelta para que Lotario la desatase, con las manos ya libres sonrió y dijo cariñosamente “liebling”, rodeo con sus brazos el cuello de Lotario y besó su boca larga y suavemente, después, con su desnudez gloriosa se dirigió a su cama y entró en ella, mirando a Lotario dio un par de golpecitos al colchón junto a su lado, para indicar a su amante que ocupase un lugar junto a ella en su cama, Lotario no se hizo de rogar y entre las sabanas de Gisela la abrazó y se entregaron a juegos de caricias, aunque la pasión ya se había desbordado –nunca mejor dicho- los rescoldos aún quedaban, así que Lotario y Gisela volvieron a tomarse mutua y, ahora suavemente, Cuando por fin acabaron una Gisela agotada, feliz y casi dormida, se volvió un momento hacia su amante, mordisqueo el lóbulo de su oreja y susurró en su oído, mañana, Lotario, sabrás tú lo que es ser dominado. Sonrió levemente y se quedó dormida apoyada en el hombro de su “tío Lotario”. Este tampoco tardó demasiado en sumirse en un sueño feliz, que estaría preñado de escenas eróticas, pero antes de caer en los brazos de Morfeo tuvo tiempo de estremecerse de gusto anticipando los placeres, sin duda especiales, que anticipaban lo que había sido una promesa en firme de Gisela.

Así ambos amantes cayeron en un sueño profundo uno en brazos de otro, felices y extenuados, ignorando que hacía horas, -e incluso días si incluimos el tiempo de planificación- y a bastantes kilómetros de distancia se habían puesto en marcha ciertos acontecimientos que les afectarían –aunque no negativamente-. Y es que Carlos el Calvo, el involuntaria e injustamente exiliado hermano de Lotario, se había puesto en marcha…y era un Carlos que poco o nada tenía que ver con el que había conocido Lotario…

Notas 1 y 2: Camilo José Cela, ”La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona


Jorge Romero Gil